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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La actitud de Aznar

UN PARTIDO Popular con más de ocho millones de electores detrás, apenas un millón menos de los que respaldan al PSOE, no puede ser exactamente el mismo que el que durante años no logró romper el techo electoral de cinco millones de votos. Esta circunstancia debe haber influido en José María Aznar -aunque no tanto en algunos otros dirigentes populares- a la hora de dar el significativo giro en sus relaciones con la mayoría gobernante tras su reciente encuentro con Felipe González. Los resultados del 6 de junio obligan a un diálogo político multidireccional, cuyo epicentro, como es lógico, es la fuerza política que tiene la responsabilidad de gobernar, pero que atañe, en una u otra medida, a todas ellas.Si en un primer círculo, el más próximo a la gestión, el diálogo debe plasmarse en acuerdos directamente encaminados a hacer administrable el país, en un segundo debe extenderse a aquellas cuestiones que afectan al funcionamiento del Estado, sean de carácter institucional o relativas a políticas de largo alcance, en las que, de una u otra forma, está comprometido su futuro (es el caso del proceso de convergencia con Europa, como lo es la lucha contra el terrorismo y la política exterior). La destacada posición alcanzada por el PP en la última confrontación electoral hace imprescindible su concurso para encauzar con visos de perdurabilidad la solución de estas cuestiones. Asumirlo así es un acto de realismo y de responsabilidad, y en modo alguno es hacer dejación de las funciones de control y de crítica al Ejecutivo, que corresponden a la oposición.

Pero además, la actitud que revela el último diagnóstico de la situación hecho por Aznar -"en este momento mi preocupación no son los votos, sino que el país salga adelante" o "los ciudadanos esperan una voz y una actitud política que planteen soluciones razonables"- puede serle instrumentalmente más rentable que cualquier otra encaminada a forzar situaciones de recambio, que serían incluso difícilmente comprendidas por una parte de su electorado. Sólo si la actual recesión económica y la crisis de confianza en el futuro que la acompaña se atenúan, es posible que venzan su temor al cambio político aquellos sectores de la población que, en la encrucijada del 6 de junio, optaron finalmente por el triunfo de los socialistas.

Si Aznar ha comprendido, como parece, que el reforzamiento de la alternativa que representa a los años de socialismo pasa por este cambio de táctica, lo probable es que haya votos que se sumen en su momento a los ocho millones con que cuenta ahora. Más que si se hubiera empeñado en seguir enfrascado en un tipo de oposición de tonos hirientes -hecha, a veces, a base de titulares de periódicos- o de resonancias poco menos que escatológicas, con absurdas apelaciones al arrepentimiento del Gobierno. Esto último es lo que les gusta a los espurios compañeros de viaje del PP, que, apriscados en sus intereses particulares, tienen como única estrategia la de desalojar a González del poder, pase lo que pase y truene lo que truene.

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En todo caso, el giro del PP parece corresponder más al reino de la voluntad que al de la necesidad, algo que no parece tan claro en el PSOE. De ahí que no es previsible que su actual oferta de diálogo y sus propósitos de renovación democrática basten para encandilar de nuevo a su base electoral, hastiada en muchas ocasiones del uso abusivo de su mayoría absoluta, manifestada en la tendencia a instrumentalizar las instituciones.

Sean cuales sean las motivaciones profundas de unos y otros, lo cierto es que la oferta del Gobierno y su correspondiente aceptación por el PP son acordes con la coyuntura que vive el país. Es la ocasión -ahora o nunca- para que los dos partidos que ocupan 300 de los 350 escaños del Congreso mantengan un debate que se traduzca en decisiones fructíferas para el ciudadano. Contribuir al desbloqueo institucional -facilitando la cobertura de las vacantes existentes y mejorando las mecanismos de selección de candidatos-, colaborar en la mejora de los presupuestos del Estado o atemperar el clima de incertidumbre existente no puede ser percibido por la sociedad como un aval de la política del Gobierno. En todo caso, lo sería del liderazgo de Aznar y de la alternativa política que representa.

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