"El cristianismo fue determinante en la caída del comunismo"
A sus 73 años, y tras 15 años en el Vaticano, Juan Pablo II aparece como uno de los grandes protagonistas de los ingentes cambios que vivió desde finales de los ochenta el continente europeo, especialmente la caída del comunismo, un proceso en el que el cristianismo ha sido 11 un factor determinante", afirma. El Papa analiza de manera matizada este acontecimiento, y recuerda que el comunismo nació como "reacción a un cierto tipo de capitalismo excesivo, salvaje", a la vez que lamenta al respecto que "los protagonistas del capitalismo a ultranza tienden a desconocer las cosas buenas del comunismo: la lucha contra el desempleo, la preocupación por los pobres y lo social". También asegura que ha "comprendido lo que es la explotación" y que, por tanto, se ha "puesto del lado de los pobres, de los oprimidos y de los indefensos".Pregunta. Permítame empezar por la actualidad internacional, por la guerra en la antigua Yugoslavia. Cuando usted habló de "intervención humanitaria" en los Balcanes, alguien lo interpretó como una tendencia suya hacia la intervención militar. ¿Es así?
Respuesta. No, no es así. Lo que quiero decir es que, en caso de agresión, es necesario quitar al agresor cualquier posibilidad de hacer daño. Es una diferencia quizás sutil, pero de acuerdo con la doctrina tradicional de la Iglesia, la única guerra justa es la guerra de defensa. Todos los pueblos deben tener el derecho de defenderse. Es un principio que ya fue formulado por san Agustín y fue ratificado por el Concilio Vaticano II.
P. ¿Se puede hablar de una evolución del pensamiento del Papa desde la guerra de Kuwait a la de Yugoslavia?
R. Siempre he mantenido mi posición contra la guerra, siempre. dentro de los límites de cuanto le he explicado anteriormente, es decir, que la guerra es justa cuando su objetivo es la defensa, porque, repito, cada uno de nosotros tiene el derecho de defenderse. Y, por tanto, no se puede hablar de una evolución de la actitud del Papa en el sentido aludido.
Es decir, en la época de la guerra del Golfo el problema se planteaba de una forma diferente. Pienso que, en su segunda fase, la guerra del Golfo fue una guerra que no era tanto de defensa cuanto de carácter punitivo. Además, la atmósfera general en esa zona era muy tensa. Se intentaba dar a ese conflicto el carácter de una guerra de religión. Todo esto explica suficientemente la posición de la Santa Sede, una posición que ha sido siempre coherente con los principios arriba mencionados y con su especial vocación en la comunidad internacional.
En los Balcanes, la situación es diferente. Estamos ante un problema realmente dramático. Vemos que en la antigua Yugoslavia la caída del comunismo ha coincidido con el resurgir de los nacionalismos radicales, que incitan a las poblaciones a la violencia causando terribles sufrimientos sobre tantos inocentes.
La posición de la Santa Sede ha sido siempre ésta: evitar una guerra fratricida. Cuando, primero Eslovenia; después, Croacia y, más tarde, Bosnia decidieron celebrar referendos sobre la independencia y eligieron ese camino, tenían todo el derecho de hacerlo, pero por aquel entonces aún se habría podido salvar la paz tratando de negociar una nueva solución, por ejemplo una especie de confederación. Por desgracia, las cosas se han precipitado en otra dirección.
P. Usted, Santo Padre, quizá es más popular hoy que cuando subió al solio pontificio. Es un resultado poco común para quien ha estado en el poder durante quince años. Pero no faltan críticas a su pontificado, incluso en su Polonia. ¿Por qué precisamente en Polonia?
R. Es verdad que hoy en Polonia los medios de comunicación con una cierta orientación ideológica tratan de presentar la figura del Papa con un cariz bastante negativo. Pero esta estrategia de los medios de comunicación polacos no refleja en absoluto los sentimientos más profundos del pueblo católico. Habría que entender de dónde nace esta tendencia crítica. Y, en mi opinión, en el origen hay una concepción errónea de lo que significa entrar en Europa. He analizado este problema durante mi último viaje a Polonia, en 1991, y también en otras ocasiones. Yo no estoy en contra del llamado ingreso de Polonia en Europa, pero estoy en contra de la tentativa de convertir este proyecto en una especie de ídolo, en un ídolo falso. Según los autores del proyecto, esta entrada en Europa significaría introducir en Polonia todo ese sistema ultraliberal, de consumo, vacío de valores, e introducirlo con la fuerza de la propaganda.
En realidad, Polonia no necesita entrar en Europa, porque ya está en Europa, y está en el centro. Es importante que ingrese con los valores específicamente suyos, y no adaptándose de manera acrítica y ciega a los hábitos occidentales, no asimilando lo peor.
P. En un ensayo de hace bastantes años, Una frontera para Europa: ¿dónde?" sostenía que las fronteras no pasan a través del territorio, sino a través de los hombres. ¿Sigue pensando lo mismo?
R. Ésta es una hipótesis más ética que estadística, es decir, que las fronteras, al pasar a través del territorio, deben pasar necesariamente a través del principio de la dignidad del hombre Y de su libertad, naturalmente entendida en su justo término. En cualquier caso, escribí este ensayo en la época del comunismo y su contenido se explica en ese contexto.
P. ¿Cuál cree que ha sido su papel en el derrumbamiento del comunismo? Muchas personas, y entre ellas Lech Walesa, consideran que ha sido determinante.
R. Creo que si ha habido un factor de terminante ése ha sido el cristianismo en cuanto tal, su contenido, su mensaje religioso y moral, su intrínseca defensa de la persona humana y de sus derechos. Yo, no he hecho nada más que recordar, repe tir, insistir sobre los principios que hay que observar, sobre todo el principio de libertad religiosa, pero no solamente éste, sino el de las demás libertades inherentes a la persona humana.
P. ¿Por qué ha tenido tanto éxito en la historia el comunismo y qué explicación puede dar al hecho de que sea todavía una fuerza con la que hay que contar en algunos países occidentales, mientras que en otros ha vuelto al poder mediante elecciones libres, como en Lituania y en Polonia?
R. El éxito del comunismo en este si glo se explica como reacción a un cierto tipo de capitalismo excesivo, salvaje, que todos nosotros conocemos bien. Basta con revisar las encíclicas sociales, sobre todo la primera, la Rerum novarum, en la que León XIII describe la situación de los trabajadores en esa época. También la describió a su manera Marx. No hay duda de que ésa era la realidad social, y derivaba del sistema, de los principios del capitalismo ultraliberal. Contra esta realidad nació una reacción, una reacción que iba creciendo y adquiriendo un fuerte consenso entre la gente, y no sólo entre la clase trabajadora, sino también entre los intelectuales. Muchos de ellos pensaban que el comunismo iba a mejorar la calidad de la vida. Por esta razón, muchos intelectuales, también en Polonia, decidieron colaborar con las autoridades comunistas. Posteriormente, en un determinado momento, se dieron cuenta que la realidad era diferente de la que pensaban. Algunos, los más valientes, los más sinceros, decidieron separarse del poder para pasar a la oposición.
P. ¿Cómo interpreta el regreso de los comunistas en algunos países ex comunistas?
R. Es necesario hacer algunas distinciones al respecto. No se trata tanto de un regreso del comunismo en cuanto tal,
sino de una reacción a la ineficiencia de los nuevos Gobiernos, lo que no es nada sorprendente. La única clase política que existió durante 50 años era la comunista. Eran sobre todo ellos los que conocían cómo funciona la política, con qué mecanismos cuenta el Parlamento, y así sucesivamente. Y los demás, a los que ahora se les define como centro o derecha, no estaban preparados para gobernar porque no habían tenido posibilidades de hacerlo. Eran fuertes y estaban unidos en la oposición, como pasó en Polonia durante la época de Solidaridad. Ahora están divididos. Tiene que ver un poco con un vicio polaco, en cierto sentido un vicio ancestral, el de un exagerado individualismo que conduce a la fragmentación y división del escenario socio-político. Es decir, fuertes en la oposición, pero no en la propuesta constructiva, en el gobernar.
P. Usted ha combatido con energía y pasión el comunismo. Ahora, en los países que se han liberado de esa ideología, reina la degradación moral, se difunde la droga, la prostitución. En la antigua Yugoslavia hay una guerra que humilla el concepto de civilización. ¿Se ha preguntado alguna vez si realmente valía la pena derrotar al comunismo?
R. Creo que es equivocado plantear el problema en estos términos. Era legítimo combatir el sistema totalitario, injusto, que se definía socialista o comunista. Pero también es verdad lo que dice León XIII, es decir, que hay "semillas de verdad" incluso en el programa socialista. Es obvio que no se deben destruir estas semillas, que no deben perderse. Hoy es necesario realizar un análisis preciso y objetivo, pero también hay que saber discernir. Los protagonistas del capitalismo a ultranza tienden a desconocer incluso las cosas buenas realizadas por el comunismo: la lucha contra el desempleo, la preocupación por los pobres...
Un excesivo proteccionismo del Estado, en el sistema del socialismo real, produjo también frutos negativos. Desapareció la iniciativa privada, se difundió la inercia y la pasividad. Cuando cambió el sistema, la gente se encontró sin experiencia, sin capacidad para combatir por sí sola, desacostumbrada a la responsabilidad personal. Al mismo tiempo, hubo personas que inmediatamente demostraron tener espíritu de iniciativa económica, supieron aprovecharse de la confusión inicial para enriquecerse, no siempre de forma, lícita y honrada. Muchas de estas personas, por las razones que ya he explicado, son miembros de la ex nomenclatura.
Como se ve, es muy difícil el paso de un sistema a otro. Incluso sus costes son muy altos: el aumento del desempleo, de la pobreza y de la miseria.
P. En Riga, durante su reciente viaje a los países bálticos, usted dijo que hay, "algo de verdad" tanto en el marxismo como en el socialismo.
R. Esto no es una novedad. Ha sido siempre un elemento de la doctrina social de la Iglesia. Lo decía también León XIII y nosotros lo confirmamos. Por lo demás, es lo que piensa la gente común. En el comunismo ha habido una preocupación por lo social, mientras que el capitalismo es bastante individualista. Pero esta atención a lo social ha tenido un precio muy alto en los países del socialismo real, pagado en muchos sectores con la degradación de la vida de los ciudadanos.
P. En Vilna, también durante su viaje a los países bálticos, y en relación con el enfrentamiento entre comunistas y oposición, usted dijo: "Ni vencedores ni vencidos", siempre que los vencidos, es decir, los comunistas, recuerden que tienen que redimir sus propias culpas y demostrar una conversión sincera. ¿Se opone a los comunistas reciclados?
R. Sí, he dicho que tienen que convertirse y rendir sus cuentas con el pasado, que es algo que no todos están dispuestos a hacer, ni en Polonia ni en otros países.
P. Se lo pregunto con gran humildad, Santo Padre, pero cuando le oigo hablar de esta forma no logro entender, no puedo evitar pensar que usted está más en contra del capitalismo que del comunismo. ¿Es esto lo que quiere dar a entender?
R. Repito lo que le he dicho hasta ahora, y que está resumido en un verso de un poeta polaco, Mickiewicz: "No castigar a una espada ciega, sino a la mano"; es decir, hay que remontarse a la causa de los fenómenos que vivimos. Y en mi opinión, en el origen de numerosos y graves problemas sociales y humanos que atormentan en la actualidad a Europa y al mundo se encuentran también las manifestaciones degeneradas del capitalismo.
Naturalmente, el capitalismo actual ya no es el mismo que el de la época de León XIII. Ha cambiado, y este cambio se ha producido también gracias al pensamiento socialista. El capitalismo de hoy es diferente, ha introducido amortiguadores sociales, gracias a la acción de los sindicatos ha llevado a cabo una política social, está controlado por el Estado y por los sindicatos. Sin embargo, en algunos países del mundo pervive en su estado salvaje, casi como en el siglo pasado.
P. ¿Cómo se desarrolla el diálogo entre la Iglesia católica y la ortodoxa? En cierto sentido, en Vilna, usted ha tendido una mano simbólica a la que ha definido como la "noble Iglesia ortodoxa".
R. El representante del Patriarca de Moscú que nos ha acompañado durante el viaje a los países bálticos me ha dicho: "Debe saber que los primeros perjudicados por el comunismo hemos sido nosotros", y es verdad, porque también los católicos han sufrido mucho, pero menos, ya que su presencia era minoritaria en esos territorios. A causa de la grave persecución religiosa en la antigua Unión Soviética, la Iglesia ortodoxa rusa ha padecido graves daños y hoy tiene que encontrar el camino para recuperar a los fieles. Ahora todo es diferente. En el pasado, el Estado ruso era un Estado ortodoxo. La identidad nacional rusa se basaba en la ortodoxia. La historia del pueblo ruso está en íntima relación con la ortodoxia oriental, primero griega y después eslava, pero sobre todo rusa.
En las relaciones recíprocas con la Iglesia ortodoxa rusa hay también algunos problemas que tratamos de aclarar y resolver de acuerdo con los principios del diálogo ecuménico. En relación con este tema, quisiera aludir a dos cuestiones muy importantes para mí. La primera es relativa a la creación de las diócesis latinas en el territorio de la extinta Unión Soviética. Se trata de diócesis que existían en el pasado y fueron suprimidas por el régimen comunista, por lo que los católicos de rito latino estuvieron durante largos decenios sin obispos. Ha sido una gran injusticia que es necesario reparar ahora. La segunda es relativa a la Iglesia greco-latina, que sufrió persecuciones especialmente duras por parte del régimen comunista, pero siempre manteniéndose fiel a la sede apostólica. Hoy, después de tantos años de clandestinidad, está reconstruyendo sus estructuras eclesiásticas.
Estoy seguro de que todos los problemas que surjan pueden y deben ser resueltos en la caridad y en la verdad del diálogo ecuménico.
P. ¿De qué forma su ser Papa ha estado influido por el hecho de ser polaco?
R. He crecido en ese país y, por tanto, he traído conmigo toda la historia, la cultura, la experiencia, la lengua polacas. Incluso ahora, cuando tengo que escribir, lo hago en polaco. La lengua materna es insustituible.
Como he vivido en un país que ha tenido que luchar tanto por su libertad, en un país expuesto a las agresiones y a los condicionamientos por parte de los países vecinos, esto me ha ayudado a adquirir una comprensión muy profunda de los países del Tercer Mundo, de su tipo de dependencia, sobre todo económica. He hablado con los líderes africanos sobre esto muchas veces. He comprendido lo que es la explotación y me he puesto inmediatamente del lado de los pobres, de los desheredados, de los oprimidos, de los marginados y de los indefensos.
Los poderosos de este mundo no siempre tienen una buena opinión de un Papa así. A veces le miran mal, incluso cuando trata de cuestiones relativas a los principios morales. Piden vía libre, por ejemplo, para el aborto, para la anticoncepción, para el divorcio. Y esto es algo que el Papa no puede hacer, porque la misión que le ha confiado Dios es la de defender a la persona humana, su dignidad y sus derechos fundamentales, y el derecho a la vida es uno de los fundamentales.
P. La gente se pregunta, con cierta inquietud, hacia qué Europa nos estamos dirigiendo. ¿Les podría tranquilizar?
R. Un político me dijo una vez una frase que me sorprendió: la caída del muro de Berlín es, sobre todo, un problema para nosotros, para la Europa occidental, porque hasta ahora este muro nos protegía, podíamos vivir en paz, tranquilos, trabajar y enriquecernos. Ahora tenemos que mirar hacia la Europa del Este y preocupamos de todo lo que está sucediendo allí, si no se nos caerá encima. Pienso que esta observación es muy interesante. Además, está confirmada por todo lo que está sucediendo en la guerra de los Balcanes. La Comunidad Europea, replegada sobre sí misma, se muestra demasiado indiferente y poco eficaz para resolver este problema y permite que los inocentes sufran. Los angustiados llamamientos a favor de la paz del Papa y de la Santa Sede se convierten, por esta razón, casi en una voz que clama en el desierto.
P. ¿Qué contribución puede dar la Europa del Este a la formación de esa Europa más grande que usted anhela?
R. Su contribución principal será la de la identidad de estas naciones. Se trata de naciones europeas que, a pesar de todas las transformaciones impuestas por los regímenes comunistas, han sabido mantener su propia identidad. Es posible que incluso la hayan reforzado gracias al instinto de autoconservación. Esto vale tanto para Polonia como para los demás países del Este. Esta identidad se muestra de manera y en medida diferentes, en grados diferentes. Sustancialmente, en cada uno de estos países se desarrolló una verdadera lucha entre el internacionalismo proletario y la identidad nacional a la que se quiso anular a toda costa. Se decía: el trabajador no tiene patria porque su patria es la clase trabajadora. Al final se ha comprobado que esta ideología de clase, de lucha de clase y de dictadura de clase no ha logrado derrotar la conciencia nacional, como tampoco ha logrado derrotar la conciencia religiosa, la dimensión religiosa del hombre. La sustancia de la identidad nacional y la de la identidad religiosa permanecieron intactas, e incluso se fortalecieron.
P. Entonces, por una parte está el Occidente desarrollado, pero como usted mismo observa, demasiado preocupado por las cuestiones económicas; por otra, la Europa ex comunista, que gracias a los sufrimientos padecidos sigue demostrando una superficialidad menor. En el acercamiento entre estas dos Europas, ¿cuál de las dos tiene más que ganar?
R. ¡Habría que reflexionar sobre cuál de las dos tiene más que perder! No creo que la que pueda perder más sea la Europa Oriental, respecto a su identidad, porque la Europa del Este, mediante todas sus experiencias impuestas por el sistema totalitario, ha madurado.
P. ¡Gracias al comunismo, por tanto!
R. Ha madurado en el proceso de autodefensa y de lucha contra el totalitarismo marxista. En el Este europeo se ha conservado una dimensión humana diferente. Quizá éste ha sido uno de los motivos por los que hace quince años se eligió un Papa precisamente de Polonia. En el Este, ciertos valores se han devaluado menos. Si un hombre vive en un sistema que es programáticamente ateo, incluso en un país como Polonia, percibe mucho mejor el significado de la religión. Percibe algo que no siempre se percibe en Occidente: que Dios es la fuente de la dignidad del hombre, la fuente última, única, absoluta. El hombre en el Este lo percibía, y lo percibía un prisionero del gulag, lo percibía Alexander Solzhenitsin. En Occidente, el hombre no es tan consciente de esto. Es consciente sólo hasta un cierto punto. En gran parte, su conciencia se ha secularizado. Incluso algunas veces considera la religión como algo alienante.
P. Usted habla a menudo de los grandes personajes, de los grandes fundadores de Europa como Monnet, Adenauer, Schuman, De Gasperi. Hoy parece que ya no hay líderes de ese nivel, queda solamente usted.
R. No sabría cómo explicarlo, pero creo que es una cuestión de visión política. Los nuevos políticos la han reducido demasiado, mientras que la de los fundadores era alta, completa, integral. Sí, es verdad que la confrontación con la URSS fue un gran incentivo. Además, pensaban no sólo en la unión económica, sino también en la cultural y espiritual. Tengo la impresión de que hoy todo se ha reducido a la simple dimensión económica, o casi. En esta situación, la Iglesia, el Papa y los obispos se encuentran ante una gran desafío y una gran misión que cumplir, defender y promover otras dimensiones y otros valores, frecuentemente olvidados. Es un mensaje exigente que no todos escuchan, y incluso entre los que lo escuchan, hay quien no se lo toma realmente en serio.
P. Una vez, usted dijo a los polacos: "Buscad una vía hasta ahora inexplorada". ¿Es una llamada a la búsqueda de una tercera vía entre capitalismo y socialismo?
R. Tengo miedo de que esta tercera vía sea otra utopía. Por una parte tenemos el comunismo, que es una utopía que, en la práctica, ha fallado trágicamente. Por otra está el capitalismo, que en su dimensión práctica, en sus principios básicos, sería aceptable desde el punto de vista de la doctrina social de la Iglesia, ya que bajo varios aspectos se muestra conforme con la ley natural. Ésta es la tesis expresada por León XIII. Por desgracia, dentro de esta práctica de por sí aceptable se producen abusos -diferentes formas de injusticia, de explotación, de violencia y de prepotencia-, y entonces se llega a las formas del capitalismo) salvaje. Son los abusos del capitalismo lo que hay que condenar.
P. Estamos en el umbral del año 2000. Usted, Santo Padre, si Dios quiere, será el Papa que guíe a la humanidad en el paso del segundo al tercer milenio. ¿Qué reflexiones le sugiere esta fecha en la que se multiplican los interrogantes sobre el futuro de la humanidad?
R. La Iglesia, el cristianismo, tienen la propia visión del fin del mundo, tienen una escatología propia muy clara. En esta perspectiva, el año 1000 o el año 2000 son una fecha como cualquier otra. Aunque, por otra parte, esta fecha es muy significativa, porque Cristo nació hace 2000 años, desde hace 2000 años este Cristo está presente y actúa en la historia de la humanidad a través de la Iglesia, a través de sus- apóstoles, discípulos y misioneros. Está claro que al final de, este segundo milenio se debe hacer un examen de conciencia: dónde estamos, a dónde nos ha conducido Cristo, en dónde nos hemos desviado del Evangelio. Es un asunto que exige un análisis más profundo.
P. En Denver, usted dijo que el Evangelio no ha sido concebido para ser custodiado en privado.
R. Es natural que los cristianos, como ciudadanos, puedan y deban tener una actuación política, incluso para dar una dimensión de la propia fe a la vida social. ¿Por qué razón tendrían que estar marginados? Sí, existen tendencias que pretenden encerrar el cristianismo en el ámbito privado, que quieren obligar a los cristianos al silencio. El Evangelio sigue siendo un signo de contradicción.
P. En Turín, usted lanzó un mensaje en el que pedía el fortalecimiento del sentido de la unidad del Estado. Muchos lo han interpretado como una crítica a la Liga. ¿Era éste su mensaje?
R. Tenga presente que en todo lo que digo quiero y debo evitar ser parcial, ponerme a favor de una parte. Debo mantenerme en la dimensión de los principios, porque ésta es también la misión de la Iglesia. Además, la misión de los cristianos laicos, comprometidos en el sector público, es la de transformar estos principios en otra moneda, la moneda de la vida práctica, concreta; es decir, la de introducir estos principios en la vida cotidiana, en su familia, en la vida pública, en la economía y en la política.
P. Pablo VI, en su diario inédito, habla de la "extrema soledad del Pontífice", que debe tomar por sí solo todas las decisiones más importantes. ¿No se siente nunca solo?
R. Realmente no, pero quizá es cuestión de carácter, y además tengo siempre junto a mí personas cercanas, amigas. Ni siquiera las decisiones las tomo solo, trabajo en forma colegiada con los episcopados, con la Curia. Trato siempre de tener varios encuentros con los obispos cuando vienen ad limina, celebrar la misa en común, e incluso les invito a comer y es una ocasión estupenda para intercambiar experiencias, para hablar y discutir. Es el privilegio de la colegialidad, que ha sido recordado por el Concilio Vaticano II.
Copyright La Stampa, 1993.
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