¡Viva La Ribot!
Un lleno absoluto nada habitual probó una vez más la capacidad de convocatoria de María José Ribot (Madrid, 1962) -alias La Ribot, como la llaman en la profesión-, que traspasa al gremio y los enterados. Su oferta no es para militantes, al contrario de lo que puede parecer al primer golpe de vista.La elegancia se lleva dentro y La Ribot es muy chic en su uso poético y justificado del desnudo integral. Sus breves solos están muy trabajados y ensayados, son viñetas de ideas brillantes que implican al público con brotes hilarantes y miradas a lo Buster Keaton. Su exceso es parte de una personalidad, única en la nueva danza española y que evoca a Ida Rubinstein, Akarova o Meret Oppenheim. Todas estas señoras estaban locas. La Ribot lo está, candorosamente convencida de su talento (la buena locura), por otra parte, real. Ahora que su furia interior se ha desatado tras el fin del grupo Bocanada y otras batallas, ella impone su altivo perfil de águila, que recuerda a Edith Sitwell, pero con risas.
La Ribot Danza
Piezas distinguidas. Los trancos del avestruz (fragmentos). Coreografía y dirección: María José Ribot. Con Juan Loriente. Teatro Pradillo, Madrid. 31 de octubre.
En la anterior obra de Ribot sobre Juana la Loca había sexo duro, oral y escrito; un espejo en el suelo (ya Anais Nin practicaba así) y la silla plegable que -viene usando desde Carita de ángel (1986). Ahora utiliza dos sillas, y aunque esta vez no las recubrió de falso-leopardo y flecos de pasamanería (como la taza vestida de visón de la Oppenheim), las maneja dinámicamente hasta incorporarlas al movimiento.
Toque de lirismo
Sus piezas se distinguen por el hallazgo de ideas plásticas vertidas en una mezcladora hasta conseguir una rara unidad. Se echa en falta un baile, no sólo para demostrar su técnica, sino para que redondee el producto con un toque de lirismo dancístico.
De haber vivido algunas décadas atrás, Marcel Duchamp se habría llevado a La Ribot de juerga o la habría hecho bajar desnuda una escalera; quizá Peggy Guggenheim le habría ofrecido un palacio veneciano o Picabia le propondría matrimonio; seguramente Breton le hubiera dedicado Nadja. Por suerte, la tenemos entre nosotros.
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