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Aire que no quiere agua

Siete 'okupas' viven en un pueblo que lleva 30 años muriéndose

Vicente G. Olaya

Matallana es una isla verde y negra en medio del amarillento páramo castellano. Enclavada en plena sierra del Ayllón, y a escasos kilómetros de la Comunidad de Madrid, puede acabar, finalmente, bajo las aguas tras una larga agonía. Los zorros, los gatos monteses, las águilas perdiceras, los jabalíes, los búhos reales, los robles, los castaños o el tomillo tendrán que buscarse otro lugar para vivir.Matallana (siete okupas) es un pueblo abandonado de la llamada ruta de la Teja Negra de Guadalajara. Sus casas de pizarra, levantadas hace dos siglos, quedaron vacías en la década de los sesenta. Un primer anuncio de la construcción del embalse, hace ya 30 años, obligó a sus escasos habitantes a abandonar el lugar.

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El Icona se hizo cargo del valle en donde se asentaba la población. Sin embargo, la creación del pantano de El Vado, 10 kilómetros aguas abajo del río Jarama, hizo que el proyecto se desestimase. El pueblo, sus montes y sus profundas quebradas se salvaron. Durante 30 otoños los verdes desniveles poblados de robles se siguieron cubriendo de hojas. El zorro y el águila mantuvieron su lucha por las presas.

Muchos olmos murieron acosados por la grafiosis, pero los primeros retoños vuelven hoy a florecer. Los jabalíes bajaban cada invierno con la nevada hasta orillas del río a la búsqueda de tallos frescos. Las perdices siguen ocultas en el bosque. Félix Rodríguez de la Fuente utilizó sus terrenos para rodar documentales. La vida florecía en Matallana.

Desechado el primer proyecto de la presa, la Diputación Provincial concedió entonces la reconstrucción del pueblo a un grupo de arquitectos de Guadalajara. Nunca pisaron la localidad. Las casas de pizarra cubiertas por la nieve durante el invierno comenzaron a hundirse. Los cristales fueron rotos por el viento. Los marcos de las ventanas reventaron. Las paredes comenzaron a temblar mientras los muros se derrumbaban. El tejado de la iglesia negra también se desplomó. De su antiguo esplendor hoy sólo quedan dos gruesas puertas de roble. El musgo se mezcla con las vigas de madera que descansan sobre el suelo. El campanario no puede llamar a los fieles. El altar es sólo un montón de ladrillos blanqueados.

Después de mucho silencio, los años noventa trajeron nuevos pobladores. Tres parejas llegaron al pueblo abandonado. Hoy viven allí seis adultos y un niño llamado Aire. El chaval tiene cuatro años y no va al colegio. Sus padres aseguran que el próximo año lo llevarán a la escuela.

Mientras tanto, corretea por los campos y juega con los animales de compañía que la familia tiene en la casa: varios perros, gallinas y cerdos, ajeno aún a los problemas que el agua del embalse podría acarrearle.

Estos nuevos habitantes de Matallana no quieren ser fotografiados. Se muestran resentidos con una sociedad que les ha rechazado. "Vinimos aquí para alejarnos de la ciudad y emprender una nueva forma de vida", dicen. Realizan trabajos en cuero y arcilla para algunas poblaciones de la comarca. Venden también sus productos de forma ilegal en el Rastro madrileño y artesanía en la plaza de Santa Ana. "Pero cuando el concejal Matanzo nos echó, tuvimos que irnos al Rastro". En sus casas han levantado un pequeño taller de productos de cuero. Aseguran haber pedido licencia de venta en varias ocasiones. "Siempre nos la han denegado. Hemos estado en los calabozos por resistirnos a que nos confisquen nuestro trabajo", dicen.

La energía eléctrica les llega a través de unas placas solares que ellos mismos han instalado en el techo de las casas. "Cuando no tenemos suficiente, recargamos las baterías con los coches". El agua la traen de un manantial de la montaña. Una manguera de cuatro kilómetros lleva el agua hasta sus casas.

"Tenemos que estar continuamente reparándola porque tiene muchas fugas". Cocinan con leña que consiguen en los montes. Tienen televisión y radio.

Un olmo seco sirve como soporte para una de las antenas y hacen la compra en los pueblos cercanos y en Madrid. "Aunque lo que intentamos es ser autosuficientes", aseguran.

Basura de la ciudad

Matallana es una pedanía de Campillo de Ranas (30 habitantes). Los okupas no se relacionan con sus vecinos, "porque piensan que somos drogadictos". Afirman que en una ocasión el alcalde les visitó, aunque no quiso dirigirles la palabra.

Hasta Matallana se llega por un camino forestal secuestrado los fines de semana por los madrileños. "Llegan y lo ensucian todo. Dejan las latas, las basuras por el campo y nosotros tenemos que recogerlas", afirman los okupas. "También vienen muchos todoterrenos destrozando los caminos y los montes".

Ellos conocen perfectamente el proyecto de la presa del río Jarama, que acabaría con su mundo. "El agua subiría hasta los 960 metros e inundaría el valle y el pueblo. Pero no creemos que se atrevan a realizarlo. Nadie puede ser tan malo", dicen.

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Sobre la firma

Vicente G. Olaya
Redactor de EL PAÍS especializado en Arqueología, Patrimonio Cultural e Historia. Ha desarrollado su carrera profesional en Antena 3, RNE, Cadena SER, Onda Madrid y EL PAÍS. Es licenciado en Periodismo por la Universidad CEU-San Pablo.

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