Al Sur aún queda sitio
Poca gente sabe que de las canteras de Colmenar de Oreja salió la piedra en que se labraron las fuentes de Cibeles y Neptuno. De hecho, pocos madrileños conocen Colmenar de Oreja. Es una suerte que Chinchón -cinco kilómetros al Norte- ejerza de rompeolas gastronómico en el que se calman el apetito y la sed de miles de domingueros. A los mesones de la vecina villa, pues, y no a fealdad o abandono, debe Colmenar de Oreja su feliz anonimato.Porque no les falta a los cinco mil y pico colmenaretes de qué sentirse orgullosos. Los romanos fundaron la localidad y la bautizaron con el nombre de Aurelia; perteneció a la Orden de Santiago durante la Edad Media, hasta que los Reyes Católicos la incorporaron a su Corona, y otro rey, Alfonso XIII, le otorgó el título de ciudad en 1922.
Y también cabe el orgullo por su presente. La plaza Mayor, sin ir más lejos, es una joya cuadrangular de estilo castellano (1779), con tres entradas y soportales. Caminar al resguardo de los meteoros otoñales y a la vera de un Ayuntamiento como el que ordenó construir Carlos III es un lujo en los días, del urbanismo deshumanizado.
Otro lugar a visitar es la iglesia de Santa María la Mayor. Lo que se ve data del siglo XIII, con ampliaciones del XVI y XVII -debidas a Herrera, a quien los planos se le quedaban chicos-, capilla de Ventura Rodríguez y frescos de Ulpiano Checa, el genio local. Lo que no se ve es el cementerio subterráneo, en el que. acecha un grupo de momias sedentes. Al parecer, túneles de tiempos de los árabes comunican diversos edificios con tan macabro subsuelo.
No es un misterio, sino una verdad como un templo, la calidad de las uvas que se cosechan en Colmenar de Oreja. Por eso conviene hacer abundante provisión de sus caldos antes de proseguir camino de Chinchón, donde no tardará en presentársenos la oportunidad de regar con ellos alguna que otra vianda.
A Chinchón, en efecto, se viene con la excusa de ver monumentos, pero con la determinación inquebrantable de comer. Y de qué manera. Aquí se disculparía no rendir visita al monasterio de las clarisas, al castillo de los Condes, a la iglesia de la Asunción o al parador (ex convento de los agustinos restaurado en el siglo XVIII), pero marchar sin despacharse unas judías chinchoneras y un lechal asado sería pecado de los gordos.
Menos disculpa tendría no dedicar unos minutos a admirar su celebrada plaza Mayor. Como la de Colmenar de Oreja, ésta es amplia y porticada, pero posee el encanto de la irregularidad, tanto en la planta como en las galerías de madera situadas a diversas alturas. Se nota que fue explanada ganadera antes que plaza. Y algún aire de aquello le queda aún, sobre todo cuando se celebran en ella las novilladas veraniegas. O el festival benéfico de octubre.
A 14 kilómetros de Chinchón, Titulcia es parada obligada para quienes regresan a la capital, de la misma forma que lo fue para los usuarios de la nacional Zaragoza-Mérida en época romana. Vestigios de la calzada y de aquellos años son visitables en una colina cercana. El que no es romano es el castillo que se alza ruinoso a espaldas del pueblo. Ni la iglesia de Santa María Magdalena, que es más bien gótica del siglo XVI, con lienzo del hijo de El Greco. Y ni siquiera el nombre de Titulcia es romano, sino un capricho del marqués de Torrehermosa, quien logró convencer a Fernando VII de que Bayona de Tajuña (denominación primitiva y, también sin duda, más hermosa) se levantaba sobre los restos de la antigua Titulcia romana.
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