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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La suerte de Georgia

PESE A las constantes fluctuaciones de las noticias militares sobre el drama que vive Georgia, la radical afirmación del presidente Shevardnadze: "Nuestro Ejército se está desintegrando" expresa el peligro que se cierne sobre dicha república, un Estado con una larga historia y cuya existencia es indispensable para el equilibrio internacional en la zona.Las tropas del rebelde nacionalista y ex presidente Zviad Gamsajurdia amenazan las comunicaciones entre el mar Negro y Tbilisi, capital de Georgia; y también con las capitales de Armenia y Azerbaiyán. En esta situación angustiosa, el presidente Shevardnadze se dirigió a Rusia con una petición de ayuda militar urgente para poder cortar el avance de los rebeldes y garantizar las comunicaciones vitales con el mar Negro, condición esencial para que Georgia subsista como Estado. Rusia ha dado, después de muchas dudas, una respuesta positiva.

¿Cómo ha podido Georgia llegar a esta situación límite? Cuando empieza el proceso de la perestroika en Moscú, Georgia es la república que toma el camino independentista más radical. Los georgianos -a pesar de que son un pueblo pequeño, algo más de cinco millones de habitantes- quieren ser un Estado independiente. Cuando la URSS se disuelve y se crea la CEI (con lazos mucho más tenues entre las repúblicas), Georgia se niega a participar en nombre de un nacionalismo cerrado. Nacionalismo que se enfrenta no sólo con Moscú, sino también con las numerosas nacionalidades que forman partes muy importantes del territorio de la república: osetos, abjazos, adjurios..., lo que provoca muy pronto choques armados. Fue un gran error de Shevardnadze, el verano pasado, dejar que sus tanques se lanzasen a ocupar la capital de Abjacia, Sujumi: tal decisión provocó una respuesta que obligó a Georgia a abandonar Sujumi, con la consiguiente secuela desmoralizadora que toda derrota conlleva, y que aún perdura.

Al mismo tiempo, entre los propios georgianos surgieron muy pronto pugnas en las diversas corrientes nacionalistas, cada una con su caudillo. Se crearon grupos armados enzarzados en la lucha por el poder, lo que impidió, entre otras cosas, el surgimiento de un verdadero ejército nacional. Lo esfuerzos de Shevardnadze no han podido evitar que prevaleciese el espíritu de grupo sobre una conciencia de responsabilidad nacional.

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En esta trayectoria georgiana no se puede subestimar el peso de un factor exterior: el Ejército ruso, resuelto a no perder las posiciones que siempre ha ocupado en el mar Negro. Además, los rusos han facilitado que combatientes de otras partes del Cáucaso acudiesen a luchar con los abjazos. Objetivo esencial de Moscú ha sido debilitar a Georgia, obligarla a rebajar el nivel de su nacionalismo y a entrar en su zona de influencia. La pérdida militar de Sujumi ha obligado al Gobierno de Tbilisi a suavizar su línea política anterior y a solicitar su ingreso en la CEI.

Moscú ha asumido una política intervencionista, aunque la versión oficial rusa lo niega, afirmando incluso que nunca enviaría tropas a la zona. Pese a ello, Moscú parece lamentar hoy sus esfuerzos por debilitar al Gobierno de Georgia. La ofensiva de las tropas de Gamsajurdia aconsejan un cambio en la política rusa. Es evidente que la instalación del caos en Georgia perjudicaría seriamente los intereses rusos. Por ello, Moscú anunció el envío de tropas, si bien con el concreto objetivo de garantizar las comunicaciones en la república, objetivo en el que tienen el mismo interés los armenios, los azeríes y otros pueblos.

Aunque Moscú insiste en que envía esas tropas sólo a petición del Gobierno georgiano, no es posible disimular que ello se inscribe en una tendencia de Moscú a volver a métodos más imperiales en su política exterior, concretamente con los países más cercanos. Occidente lo acepta como algo normal. Quizá porque también responde a una corriente internacional favorable a que las grandes potencias vuelvan a administrar los conflictos en sus zonas de influencia tradicional. Pero Occidente también facilita de esta manera la posible extensión a otras zonas del intervencionismo militar ruso.

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