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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un billete de barco

ENTRE BUSCAR disculpas y disculparse, Carlos Solchaga ha elegido lo segundo, y ello le honra, pero no le disculpa: debió haberse resistido a la posibilidad de dejar de pagar el importe de un viaje particular realizado en compañía de su mujer.Que así lo reconozca abiertamente, en lugar de empecinarse en negarlo o en desviar la atención hacia aspectos secundarios del asunto, demuestra inteligencia: ni los motivos ocultos que pudieran haber intervenido en la filtración de la noticia ni la cuantía relativamente modesta del importe no pagado modifican sustancialmente la valoración que el hecho merece. Y tal valoración no puede dejar de ser negativa a la vista de su evidente efecto desmoralizador de la ciudadanía en unos momentos como los actuales: algo que Carlos Solchaga, que tiene motivos suficientes para conocer bien que las cosas van mal, debió haber sopesado antes de ceder.

La cantidad (32.800 pesetas) no es comparable a las que han aparecido en los escándalos políticos y financieros de los últimos años. Sin embargo, su valor simbólico es considerable en la medida en que se refiere a algo sobre lo que la gente tiene experiencia directa, por lo que no puede dejar de percibirlo como un privilegio injustificable. Los miles de millones pagados por comisiones en relación a obras públicas, etcétera, sonarán de manera más bien abstracta o misteriosa en los oídos de la mayoría, pero sacar un billete para irse de vacaciones, y pagarlo, es una actividad corriente para millones de personas. De ahí su escándalo.

Solchaga ha afirmado, y responsables de Transmediterránea confirmado, que es costumbre de esa compañía, en el marco de su política de relaciones públicas, dispensar a los personajes famosos atenciones como las que recibieron el ex ministro y su mujer. Así, en el presente año se habrían registrado hasta 1.500 viajes gratuitos, disfrutados, entre otros, por políticos de todo el arco parlamentario y periodistas. Es verosímil que así sea, y convendría que se conociesen los favorecidos por esa práctica. Porque resulta inquietante que personas con responsabilidades públicas no reparen en el carácter injustificado de tal privilegio. Lo peor de ciertos abusos es que ya no son percibidos como tales Por quienes se han acostumbrado a que sus gastos corran a cargo de la Administración.

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La equiparación de este asunto con el que provocó la dimisión como portavoz adjunto del diputado Mohedano resulta atrayente, pero tiene escaso fundamento. La causa de dicha dimisión no fue el Jaguar que, estando a nombre de otra persona, utilizaba Mohedano, ni siquiera el carácter turbio de los negocios de esa persona, sino la sospecha obvia, aunque indemostrable, de que el disfrute del automóvil era una forma irregular -a efectos fiscales- de pago.

Tampoco tiene fundamento alguno la pretensión de que el billete no pagado por Solchaga zanje en favor del líder de la derecha, José María Aznar, la polémica suscitada por las insinuaciones de éste sobre "el pasado y los negocios" del actual presidente del Grupo Socialista. El político conservador no ha podido mostrar ningún indicio que avale tales insinuaciones y ha escurrido el bulto, con excusas de poco fuste, ante el emplazamiento a hacer públicas las respectivas declaraciones de la renta: su afirmación de que él sólo habla de esas cosas en el Parlamento casa mal con el hecho de que fuera en una entrevista radiofónica donde lanzó al aire su puntada.

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