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Tribuna:EL FUTURO DEL MERCADO ÚNICO EUROPEO
Tribuna
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Sin moneda única, parálisis del mercado

El proceso de integración europea se encuentra hoy en una fase de estancamiento, cuando no de verdadera regresión. Al no danés de junio de 1992 al Tratado de Unión Europea se añadió el titubeante sí de los franceses y la primera crisis del SME de septiembre de 1992. A ello se han añadido las dificultades coyunturales.En este contexto de pesimismo generalizado, hay otra fecha fundamental de la integración comunitaria cuyo valor simbólico puede verse ensombrecido. Se trata del 1 de enero de 1993, fecha de entrada en vigor del mercado único europeo. Las expectativas de realización plena del mercado interior contribuyeron entre 1987 y 1990 a la intensificación del las inversiones y del crecimiento económico (un 6,0% y un 3,2% de media anual, respectivamente, en el periodo 1986-1990) y a la creación de nueve millones de puestos de trabajo. Dicho proceso ha condicionado las estrategias de toda una generación de empresarios, obligándoles a prepararse con tiempo para la apertura completa de los 12 mercados.

Todo ello no viene sino a confirmar que la fuerza del proceso de construcción europea reside desde siempre en su carácter evolutivo. En la segunda mitad de los años ochenta, el impulsó procedió del objetivo de creación del mercado interior; a comienzos de la década de los noventa, de la unión económica y monetaria.

El mercado interior se ha concebido como un proyecto que va más allá de la creación de una zona de libre cambio, un proyecto construido en torno al eje fundamental de las cuatro libertades esenciales, para cuya consolidación se intenta crear el pertinente marco normativo, enriquecido por las necesarias políticas complementarias, y cuya credibilidad se debe a su percepción como una realidad duradera.

Por lo que respecta a la primera condición, el balance puede considerarse ampliamente positivo. El programa normativo previsto en el Libro Blanco se ha llevado ya a la práctica en un 95%. Con todo, hay zonas oscuras que no pueden pasar inadvertidas:

- En algunos sectores, la normativa comunitaria prevé largos periodos transitorios.

- Existen casos de aplicación poco rigurosa y uniforme de la legislación común, como, por ejemplo, en el sector de los mercados públicos.

Además de la necesidad de superar estas dificultades, el mercado único debe apoyarse en políticas adecuadas en el orden interno y externo.

Un motor con las piezas bien engrasadas (el mercado normativo) y provisto de un carburante eficaz (las políticas complementarias en materia fiscal, socioindustrial y de innovación tecnológica), permitirá al automóvil de la integración europea viajar con tanta más velocidad cuanto más libre de obstáculos se encuentre la autopista de la convergencia de los sistemas económicos de los Estados miembros.

El programa estratégico de gestión del mercado interior, recientemente propuesto por la Comisión, tiene el objetivo ambicioso de conseguir todas estas condiciones: globalidad del mercado y políticas de acompañamiento.La cuestión crucial de la evolución del gran mercado nos lleva al tema de la moneda única y de la unión económica y monetaria.

En época de estancamiento económico o recesión se dejan oír con fuerza las voces del proteccionismo, que reclaman el cierre de las fronteras como medio para defender las cuotas de mercado de las agresiones externas.

Existe el peligro de que los elementos negativos se refuercen mutuamente: la coincidencia de altos tipos de interés nominales y reducciones de precios provocadas por la mayor competencia que ha generado la apertura de las fronteras ha dado lugar a unos tipos de interés reales más elevados. En suma, la adversa coyuntura económica internacional ha contribuido a crear un clima de incertidumbre generalizada.

Pero incluso en esta época difícil y, en muchos sentidos, contradictoria, el mercado interior puede constituir la plataforma de reactivación de la Comunidad, y ello por dos motivos. En primer lugar, y a diferencia de lo que ocurre con otros objetivos comunitarios, existe un consenso generalizado sobre la necesidad de completar en su totalidad el mercado único. Por otra parte, la perspectiva de contar con tipos de cambio estables y en último término con una moneda única es condición esencial para la sostenibilidad a medio y largo plazo del mercado sin fronteras. Sin el proyecto de la unión monetaria, el propio concepto de mercado único corre el riesgo de difuminarse y su consolidación adquiere tintes ciertamente problemáticos.

Nadie pone en duda que la estabilidad de los tipos de cambio, la perfecta movilidad de capitales y la independencia de las políticas monetarias, en un fondo de economías divergentes, son objetivos que no pueden perseguirse a la vez. Si a estos elementos añadimos la libre circulación de bienes y servicos, obtenemos lo que se ha calificado de "cuarteto irreconciliable".

En esta situación hay que buscar las causas de la crisis actual del SME, que otros dos factores han terminado por hacer inevitable. En primer lugar, las consecuencias de la reunificación, que han obligado a Alemania, para proteger su propia estabilidad monetaria, a fijar unos tipos de interés de tal magnitud que impiden a otros países con una tasa de inflación baja como Francia, proseguir la reactivación de la actividad económica mediante una mayor flexibilización monetaria. En segundo lugar, al disiparse las expectativas de que la transición del SME a la moneda única se hiciese de forma lineal, sin solución de continuidad, se ha inducido a los mercados financieros a especular como consecuencia de la debilidad intrínseca del mismo sistema monetario.

De la "triada incoherente" (tipos de cambio fijos, políticas monetarias independientes, libertad de circulación de capitales), el mercado ya ha hecho saltar el primer factor. La decisión del 1 de agosto de ampliar las bandas de fluctuación, aun siendo el menor de los males, representa un paso hacia atrás en el proceso de integración europea. A largo plazo, las consecuencias para el propio mercado único pueden ser muy graves.

¿Puede una "retirada" transformarse en un "trampolín"?

La Comunidad se halla hoy ante la paradoja de la "imposibilidad" de establecer un sistema de cambios que la encamine hacia la moneda única:

- El régimen de cambios seinifijos -el SME de bandas estrechas- no resiste las presiones especulativas de los mercados financieros.

- El sistema de fluctuación

sucia" -el SME de bandas muy anchas- no es compatible con el mercado único.

- El sistema de cambios fijos, imponiendo una coopera ción económica y monetaria mucho más estrecha, no parece tener hoy día los presupuestos políticos ni la necesaria premisa de la convergencia económica de los Doce.

¿Cómo se resuelve esta triple imposibilidad, reforzando al mismo tiempo el objetivo de la moneda única? He aquí el problema al que se enfrentarán los jefes de Estado y de Gobierno en el próximo Consejo Europeo.

Según propuestas ya avanzadas, con las que estoy completamente de acuerdo, el nuevo SME deberá ser un auténtico "sistema" articulado en tres acciones plenamente coordinadas de los países miembros: las paridades deben ser determinadas de común acuerdo, revisadas periódicamente y defendidas conjuntamente.

1. La determinación conjunta de las paridades de cambio es un requisito esencial. La crisis de la libra esterlina en septiembre de 1992 se debió, entre otras cosas, a la existencia de una paridad central demasiado elevada, decidida en su momento de forma unilateral por el Gobierno británico.

2. La revisión periódica de las paridades es la respuesta ineludible a los factores de crisis acumulados en el periodo de 1987 a 1992 a causa de la inmovilidad del sistema. No obstante, se trata del punto flaco del nuevo sistema: precisamente la "ajustabilidad" de los tipos de cambio es el elemento utilizado por los mercados financieros para ejercer presión sobre las divisas consideradas débiles.

Por tanto, debe quedar claro que los reajustes no sean frecuentes, sino que vayan estrechamente vinculados a las modificaciones efectivas e irreversibles de los indicadores fundamentales de las economías.

3. El tercer elemento -la defensa conjunta de las paridades de cambio- es el factor crucial desde el punto de vista político. Se trata de compartir la soberanía monetaria por medio de la coordinación previa de las políticas monetarias nacionales.

El instrumento natural de esta cooperación monetaria reforzada es el Instituto Monetario Europeo, que se creará cuando comience la segunda etapa de la UEM, es decir, en enero de 1994.

Éste es, a grandes rasgos, el esbozo de un Sistema Monetario Europeo renovado. No obstante, se plantea el siguiente interrogante: ¿cómo materializar a corto plazo la nueva cooperación monetaria y económica?

Además, el margen de maniobra creado por la ampliación de las bandas de fluctuación debe aprovecharse para llevar a cabo una reducción coordinada de los tipos de interés, modulada en función de las exigencias nacionales, en los países que no presenten presiones inflacionistas. Deberían participar también aquellos países no incluidos actualmente en los acuerdos de cambio: Italia y el Reino Unido.

Por primera vez desde 1979, la fijación de los tipos de interés en la Comunidad sería el resultado de una acción coordinada, y no dictada únicamente por las exigencias del Bundesbank. Una iniciativa coordinada con respecto a los tipos de interés enviaría un enérgico mensaje a los mercados financieros y potenciaría al máximo el efecto positivo sobre la actividad económica.

Por consiguiente, la palabra clave es y seguirá siendo "coordinación". A corto plazo, para superar la actual crisis del SME; a largo plazo, para mantener vigentes los objetivos de la UEM.

Aunque la evolución hacia la convergencia de los sistemas económicos continúa avanzando en algunos países con lentitud y se perpetúe con ello la imposibilidad de alcanzar una UEM entre los Doce, no por ello la necesidad de coordinación es menor.

Incluso no me escandalizaría ante el proyecto de realizar a corto plazo una unión monetaria entre un número restringido de países de la Comunidad, con la condición de que tal iniciativa fuese el fruto de una decisión conjunta de los Doce; en realidad, se trata de una decisión más política que económica, basada en un concepto "virtuoso" de la doble velocidad.

Raniero Vanni d'Archirafi es comisario europeo, encargado del mercado interior.

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