Pistoleros en busca de causa
ES CIERTO que matar es fácil, pero eso no significa que cualquiera pueda ser un asesino. Para ser capaz de hacer estallar un coche cargado de explosivos en plena calle (Madrid, 21 de junio, 7 muertos), disparar contra un anciano de 77 años (Andoáin, 16 de septiembre) o rematar en el suelo a un militar previamente ametrallado, al igual que el recluta que le acompañaba (ayer, en Madrid), hace falta una considerable cobardía moral y una ausencia de sentimientos fuera de lo común. Para pensar que tales crímenes pueden hacer avanzar cualquier causa que no sea la de la propia criminalidad hace falta, además, tener la inteligencia de un armario. No son cualidades fáciles de reunir.Los que siguen anhelantes el desenlace del secuestro de Iglesias Zamora, en la esperanza de que les toque algo del rescate, habrán declarado o escrito, en las horas que siguieron al atentado de ayer, que esta nueva muerte es un síntoma más de la profundidad y dureza del contencioso. O sea, un efecto del empecinamiento de la mayoría de la población y de sus legítimos representantes en negarse a acceder a las pretensiones de la minoría que las expone haciendo estallar coches bomba o ametrallando a la gente. Hace falta una mente mineral para tomarse en serio el argumento de que tales acciones serán necesarias (o sea, inevitables) mientras "no se reconozcan los legítimos derechos de Euskal Herria". Pero es verdad que quienes repiten ese razonamiento tras cada atentado cuentan con el aval de ciertos observadores exteriores, nostálgicos de emociones fuertes, y cuya fascinación hacia los que son capaces de matar por una idea les lleva a pensar que esa idea encierra poderosos motivos que justificarían la pulsión asesina. Son esas personas que dicen que el terrorismo es malo, pero añaden que la situación de los vascos es desesperada, porque no les dejan ser independientes, y que no habrá salida para Euskadi mientras no se dé respuesta a esa aspiración.
Tales afirmaciones son desmentidas no sólo por los resultados de las 17 elecciones democráticas celebradas en Euskadi desde la muerte de Franco y por decenas de estudios sociológicos, sino por la realidad cotidiana de una comunidad plural y en la que ninguna persona sensata podrá decir que existan síntomas de opresión contra los sentimientos o ideas nacionalistas. Es falso que todos los vascos, o la mayoría de ellos, sean independentistas; ni siquiera entre los votantes de los partidos nacionalistas.
Pero es cierto, en cambio, que esas afirmaciones sirven de coartada para los encargados de mantener vivos los motivos para matar que un día alguien alegó. La semana pasada, uno de los colectivos surgidos en el entorno de ETA-HB -y que aspira a convertirse en mediador entre las dos violencias- argumentaba que nada había cambiado en Euskadi desde 1978 porque seguía habiendo atentados y secuestros, por un lado; presos y tortura, por otro. Sin embargo, ¿no será que el principal objetivo de ETA (y de sus consejeros civiles) consiste precisamente en intentar conseguir que todo siga igual: que haya presos, secuestros, torturas y atentados para acreditar esa teoría de las dos violencias simétricas cuya existencia justificaría el recurso a crímenes como el de ayer?
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