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'Madregilda'

La sintaxis de Regueiro casi no necesita conjunciones copulativas, como la de Buñuel o Pasolini, y ahí está ese montón de imágenes rotas bajo el sol y la luna de una de las peores posguerras de la historia, la posguerra civil española, a la vez basurero, cementerio, cicatrices, mala leche por mamar, niños perdidos sin collar, las canciones más tristes que se hayan escrito cualquier noche, un pasodoble que parece galáctico, Franco, Franco, Franco y el padre que le engendró. He salido del cine conmovido por la mismidad de Madregilda, recontando los huevos propios y ajenos que el autor ha roto para hacer esta memorable tortilla española, con patata y cebolla.... cebolla de... escarcha cerrada y pobre. La mirada de Regueiro se ha ejercido desde ojos reventados por el crecimiento de los quistes de la memoria, y por esos ojos ha salido una realidad que a la vez codifica las destrucciones de la historia vivida y se ofrece como materia del horror sórdido y mediocre para cualquier mirada. Incluso la más desinformada históricamente, viendo Madregilda descubriría que el mal histórico le afecta, se produzca cuando y donde se produzca.Y esa materia poética construida por la luz y su ausencia se mete en cosas, escenarios, personajes desguazados. Personajes actores magistrales, que interpretan en estado de gracia santificante, desde el magmático Franco compuesto por Echanove hasta el despliegue de matices de cornudo rebelde con causa que realiza José Sacristán, sin desmerecer a Gamero y Galiardo, monumento al legionario perfectamente conocido. Y Yo te diré y Suspíros de España... ¡Qué congoja! ¡Qué película! ¡Qué gran película congoja! Congoja atravesada por una locomotora imposiblemente fugitiva bajo aquella luna..., aquella luna que temíamos que fuera confidente.

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