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Celibidache verídico y singular

Sergiu Cefibidache

Cielo lbermúsica/ Tabacallera. Orquesta Filarmónica de Munich. Director S. Celibidache.-Tercera sinfonía, de Bruckner. Auditorio Nacional. Madrid, 12 de octubre.

No hay fiesta, ni puente capaz de enfriar un acontecimiento como la visita de la Orquesta Filarmónica de Munich con su maestro titular, Sergiu Celibidache. El Auditorio Nacional estuvo el martes rebosante de público en la inauguración de una nueva serie de Ibermúsica, patrocinada por Tabacalera, y en la calle quedaron muchos aspirantes sin acceder al goce, riguroso y sin concesiones, de una Tercera sinfonía, de Bruckner verdaderamente ejemplar.Pasó la música, en su más alta formulación, en su condición de fenómeno afectivo e intelectual, y su misma condición fugitiva, su irrepetibilidad, obliga más a la memoria a fin de almacenar, para siempre, algo de lo que escuchamos. La belleza camina siempre en tiempo pausado porque precisa de la serenidad, el equilibrio, la armonía y el aire.

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Celibidache, desde el mismo comienzo del moderato con moto nos invita a una actitud de escucha activa, intensa y sin prisas. Que el movimiento señalado por el compositor para su moderato no alude a la velocidad, sino a la misma condición palpitante de la continuidad sonora y el quasi andante del adagio tampoco lentifica la marcha del andamiento sino que vitaliza el pulso que lo anima. Casi se trata de una cuestión biológica más que métrica, rítmica, dinámica o globalmente musical.

El problema es que nada resulte añadido ni superficial y que todo cobre talante de veracidad. Celibidache suele repetirlo: la música es una verdad y su encarnación en manos del intérprete no es sino la lucha por acercarse a ella y, en último término, por alcanzarla. El mismo Bruckner expresaba su constante preocupación por lograr la comprensibilidad a través de una exposición clara que vivifique la letra de la teoría, en el decir de Goethe, "gris como toda teoría, pues verde es sólo el dorado árbol de la vida".

Se entienden las continuas revisiones y despojos que el compositor llevaba a cabo en tantas de sus sinfonías en su esfuerzo por dar con la vida más honda y auténtica. Y se explica cómo en la Tercera sinfonía en re menor, escrita con el pensamiento puesto en Wagner, acabaron desapareciendo casi por completo las huellas de unas citas o alusiones concretas. De todos modos, aquí o allá, Wagner se hace presente en la disposición orquestal o en la sustancialidad armónica. Y cuando el músico se inclina levemente hacia lo popular, como en el Trío del scherzo, nos llega con precisión el aviso sobre Mahler.

Una y otra vez se ha repetido la relación interna y estilística que avecina la obra de Bruckner a la de Schubert hasta hacerla, en cierta dosis, su heredera. Fue Schubert quien inició el cultivo de las formas sinfónicas monumentales a partir de elementos constitutivos leves y sencillos. En el autor de la Incompleta, la temática presenta, sin embargo, perfiles líricos, en tanto Bruckner se apoya en formantes simples de orden estructural, hasta que en los gloriosos tiempos lentos se yergue con esplendor y lirismo, fuerte y melodioso como una catedral sonora erigida a golpes de ciencia, creencia y voluntad. Bruckner está ante el teclado del gran órgano. Al fondo, el inmenso retablo y hacia arriba la cúpula. Mas ni hace órgano de la orquesta, ni espectáculo del altar, ni oración del ámbito elevado, sino sinfonismo puro y hermoso, "espacio místico" para la arquitectura y para la intimidad.

Celibidache asume los procesos del creador, los repite con fidelidad absoluta y atención sin quiebra a las demandas de la misma música en su caminar por el tiempo. Que no exista posibilidad de renuncia a la propia sensibilidad y a la razón individual, no resta magia a este acto asumidor tan difícil de transmitir, en lo que consiste el ser de un intérprete. Que las cosas que son y deben ser las encontremos vivas ante nosotros en muy contadas ocasiones no disminuyen su imperiosa necesidad. Por todo ello, el arte de Celibidache se alza exactamente como único.

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