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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clinton y la ONU

LA ASAMBLEA General de la ONU está demostrando que esta organización no es la balsa de aceite que muchos preveían una vez liquidada la Unión Soviética y superada la bipolaridad Este-Oeste. Los conflictos se multiplican y la ONU se ve abocada a defender la paz en un número creciente de lugares. Ello determina una crisis interna grave: falta de medios, incluso para algo tan decisivo como dar de comer el próximo invierno a millones de bosnios; y deficiencia estructural básica para atender las nuevas tareas militares. Si en Camboya la ONU ha tenido un éxito, en Bosnia y Somalia sufre fracasos que merman seriamente su autoridad.En julio pasado, una comisión designada por Clinton elaboró la directiva 13ª, que definía los objetivos de la política de Estados Unidos en este terreno: acogía con entusiasmo el intervencionismo creciente de la ONU y consideraba favorablemente que tropas estadounidenses participasen en acciones conjuntas bajo el mando de la ONU. Pero la línea de Clinton ha sufrido un giro radical, y en su discurso ante la Asamblea el 27 de septiembre no queda nada del proyecto inicial. En vez de un retorno al internacionalismo tradicional de los de mócratas, del que Roosevelt es emblema, Clinton, ante los fracasos de Somalia y Bosnia, cae en un empirismo lleno de reservas hacia la extensión del papel de la ONU. No sólo subraya condiciones estrictas para la participación de Estados Unidos en acciones colectivas, sino que destaca la voluntad norteamericana de emprender acciones unilaterales cuando le convenga.

Con esta línea se aleja en Washington la importante idea de Butros Gali de crear (con aportaciones de los Estados) fuerzas permanentes de la ONU para poder intervenir con celeridad y eficacia (lo contrario de lo que ocurre ahora) en casos graves de amenaza para la paz. El tema es esencial: si ese plan no se materializa, la impotencia de la ONU se acentuará y, por tanto, la tendencia a un mayor intervencionismo de Estados Unidos, reduciendo la ONU a un papel de complemento, como ya ha ocurrido en Kuwait y Somalia. No sólo están en juego problemas de organización y finanzas. Lo grave es que el rasgo básico de la ONU, su universalidad, se desdibuje en sus acciones más importantes. La orientación del último discurso de Clinton puede empujar a la ONU hacia intervenciones mediatizadas por el interés de Estados Unidos. Probablemente con el complemento de una delegación a Rusia para que sea mediadora en los conflictos de la antigua URSS. O sea, resaltar el papel (universal o regional) de las grandes potencias y dejando a Europa en un papel de segunda fila.

En esta coyuntura cobra importancia el problema de la reorganización del Consejo de Seguridad, que no puede seguir como un muerto encerrado en un armario. Dos asuntos parecen obvios: que Japón y Alemania deben convertirse en miembros permanentes y que ese cambio no puede realizarse sin dar igual promoción a países del Tercer Mundo como Brasil, Egipto o India. Si Francia y el Reino Unido impiden la ampliación del Consejo, buscando conservar un privilegio cuya base histórica ha caducado, tirarán piedras sobre su tejado. El interés europeo estriba hoy en confirmar la universalidad de la ONU. Ello supone dar a Japón y Alemania el lugar que corresponde a su peso en el mundo. Un problema de este calibre, habida cuenta de la complicación del procedimiento en la ONU, no puede resolverse en una sesión de la Asamblea. Pero formar sin tardanza un grupo encargado de estudiar la solución (como en 1965, cuando el Consejo pasó de 11 a 15 miembros) sería signo de una voluntad política favorable.

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