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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Que líder?

LA SEMANA pasada, el congreso del Partido Laborista británico se ocupó con éxito de romper el control ejercido por las grandes formaciones sindicales sobre su maquinaria. En ésta, el congreso del Partido Conservador, por su parte, ha hecho una cosa aparentemente mucho más simple: intentar recuperar la unidad, amenazada por rencillas internas. Y, de paso, resolver una cuestión que arrastra desde que fue defenestrada Margaret Thatcher, hace ahora tres años: la de quién tiene suficiente personalidad como para ser líder indiscutible de los tories. Los laboristas han resuelto una cuestión ideológica; los conservadores han debatido una de organización. Ambos se juegan una posibilidad: el uno, de volver al Gobierno, y el otro, de seguir gobernando, aunque los conservadores siguen sin resolver la cuestión.A ninguno de los dos le va a resultar sencillo ver cumplidas sus aspiraciones. Ayer, The Economist, extrapolando los resultados de las elecciones locales celebradas en el Reino Unido en julio y agosto, sacaba las siguientes conclusiones: en este momento, el 36% de los británicos apoya a los liberal-demócratas, el 33% a los laboristas y el 25% a los conservadores.

El congreso tory celebrado esta semana en Blackpool venía envuelto en una inmensa pompa de jabón, el efecto Thatcher, temido por unos y anhelado por otros. Como buena burbuja, aunque parezca gran cosa, no tiene realmente efecto alguno al estallar. La antigua primera ministra lleva tres años buscando a los culpables de su caída e intentando vengarse de ellos sin conseguirlo. Los blancos principales de sus iras son su sucesor, John Major, y otros barones del partido; a todos ellos maltrata algo mezquinamente en unas Memorias que están a punto de publicarse y cuyas más duras páginas han sido destiladas por la prensa británica a lo largo de la semana.

Pero los problemas de Major son otros. La hostilidad de Margaret Thatcher no es la causa de su baja popularidad y de que algunos compañeros de partido le disputen el liderazgo que ejerce sobreviviendo a una crisis tras otra. Las razones profundas deben buscarse en la depresión económica de los pasados años, en el desencanto de parte importante del país con el proceso de unión europea y en el estilo dubitativo con que gobierna. Los rencores de Margaret Thatcher quedarán sin duda en sordina tras la difusión de un memorándum en el que se afirma que la primera ministra aprobó en su día la venta y exportación a Irak de maquinaria para la fabricación de armamento.

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¿Quién debe liderar a los tories e intentar llevarlos a una quinta victoria consecutiva en las elecciones generales que deben tener lugar antes de 1996? ¿Los thatcheristas rígidos o los moderados pragmáticos? Los próximos meses determinarán lo que debe ocurrir en función de la recuperación económica y de la subida de impuestos que anuncia el posible candidato moderado, Kenneth Clarke, hoy ministro de Hacienda. Porque las posibilidades del thatcherista Michael Portillo dependen de si las recetas rígidamente liberales de la dama de hierro son nuevamente requeridas.

El congreso estaba pendiente del discurso que debía hacer ayer el primer ministro. Los asistentes debieron de quedar confusos después de su larga intervención, más electoralista que programática. Sólo la invocación final a los valores tradicionales de la derecha, a la unidad y al apoyo al partido para permitir llegar en buenas condiciones a la renovación del mandato suscitó el aplauso entusiasta de los 5.000 delegados. Pero, como dice un periódico británico, conseguir una ovación en el congreso tory es una de las cosas más sencillas que hay. John Major sigue siendo líder y ninguna de las preguntas que se hacía el congreso al empezar han sido resueltas al concluir.

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