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Solitarios y saludables

También el público ha cambiado, y mucho. A los febriles conversos de los años setenta ha sucedido, incluido el lógico travestismo, una generación de solitarios y solitarias que tiene mucha gracia. Antes se hacía todo en grupo y resultaba de una incomodidad promiscua y un poco infantiloide. Hoy en los clubes y bares citados también hay grupos, pero no tienen la estúpida uniformidad de antes. Y hay mucho solitario o solitaria que cuida sus neuronas por libre, y cuida también su hígado bebiendo agua mineral o zumo de naranja sin sentirse atado al whisky como si fueran las tablas de la ley. El artista, el jazz-man, es eso, y corre sus ropios- riesgos, que no tienen por qué coincidir con os del espectador para poder sentir cómo las notas de Better Git in your soul traspasan el cuerpo. Pero lo ue más ha cambiado han sido los camareros.Frente a aquellos encorsetados especialistas en extras de bodas y bautizos, que parecían haber nacido con el vaso largo como un sexto dedo, hoy el líquido se mueve en manos mayoritariamente femeninas, que, junto a aquella muchacha de Vitoria que bebe a solas agua mineral Perrier y fuma negro en la mesa de la ventana, pueden estar entre lo mejor de la noche.

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La música que trajo Cortázar
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