Sobre el catolicismo
Un estupor imposible de silenciar me causó la lectura de la carta de don José María Cusell Mallol publicada en ese diario el 14 de septiembre de 1993. El comunicante parece añorar los tiempos, felizmente superados por la sociedad española, de nacionalcatolicismo y censura de prensa. EL PAÍS es una publicación independiente y pluralista, y prueba de que así es la mayoría de la actual sociedad española es que es el diario de más tirada. Otra prueba es que, a pesar de sus acusaciones, señor Cusell, publica su carta (notablemente extensa para Cartas al director).
Pero el católico comunicante parece olvidar que la carta magna, que fue consensuada por la mayoría de los españoles, establece que nuestro país no tiene como base ninguna religión oficial. Para todo el que quiera leer publicaciones que no puedan molestar al ideario del fundamentalismo católico existen publicaciones incondicionales a este dogma.
Creo que es un notable acierto de EL PAÍS informar sobre movimientos de renovación dentro del catolicismo, máxime cuando estos movimientos están capitaneados no por enemigos de la Iglesia, sino por teólogos católicos que tienen la suficiente talla y autoridad de opinión para tratar el tema.
El fundamentalismo (como el militarismo) ha sido, y por desgracia todavía sigue siendo en buena parte del planeta, causa de miseria, guerras y regímenes dictatoriales. Las guerras religiosas fueron y siguen siendo las más largas y sanguinarias de la humanidad, y de ello no se libra el Vaticano, con su bendición a las guerras santas o cruzadas.
Mantener la pena de muerte en el nuevo catecismo (en contra de nuestra Constitución y de los diez mandamientos) es una ofensa a los más sagrados valores humanos y divinos. La Iglesia, si quiere subsistir, tiene que evolucionar y renovarse, porque su devenir (como toda sociedad o sistema) está sujeto a los principios universales de evolución o progreso. Y lo que no evoluciona revoluciona, y por la vía de la violencia y del trauma termina poniéndose al día y haciendo por la fuerza lo que debió hacer por la razón y de buen grado.
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