Una granja detrás de un seto
Pedrín, de unos 40 años, es mongólico, y baja a merendar todos los días a las seis de la tarde a la granja. Pega la mejilla al brazo de alguien, que puede ser sor Milagros, el personaje que se inventó esta granja. Por las mañanas ejerce de supervisora de enfermería y por las tardes se pone zapatillas de deporte para trabajar en el barro. Pues bien, la granja, escondida detrás de un seto, ha crecido tan anárquica como quienes la cuidan. Un paciente, albañil, que mató a su mujer y a su suegra, fue quien la construyó, con ladrillos abandonados, puertas viejas y cosas así.Todas las tardes trabajan allí 20 enfermos crónicos. Barren, alimentan a las gallinas, plantan alfalfa, maíz o fresas, se escaquean y discuten; La monja les llama patos, y Francisco, un auxiliar, pone orden con el puro en la mano.
Por el hospital dicen de la monja que sólo se alimenta de café con leche y de la compañía de los enfermos, de organizarles fiestas y de que todo el hospital tenga un regalo de Reyes. Pero su debilidad confesa son sus niños, los 50 deficientes mentales del hospital. Entre ellos, Isabel, una mujer sorda, ciega y muda. Hace 13 años, cuando llegó, era un trozo de carne enfurecido e indomable. En su historia clínica se anotaba: día tal, Isabel ha roto un cristal de la UVI; día cual, Isabel ha roto tres cristales de la UVI... y eso que estaba atada a la cama. Hoy sonríe cuando le acarician la mejilla. Y es que una enfermera le ha enseñado a usar su único nexo con el mundo: el tacto.
La luz del despacho de sor Milagros se apaga bien tarde por la noche. Enfrente tiene siempre al primo, un deficiente que monta y desmonta una radio. Si el primo sube el volumen, la monja dice: "¡Ojo, niño, que te vas!". Si preguntan su edad, ella responde: "Equis, señorita periodista, equis".
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