Un tesoro abandonado
Un conocido mío se ha comprado un coche. Vive en la periferia de la ciudad. Teme dejarlo por la noche junto a la acera. Sabe que hay ladrones de coches, más si están relucientes. Gamberros rompen los espejos laterales, arrancan los parabrisas, hasta destrozan los cristales. Está anhelando encontrar una cochera para la noche y ya lo ha dotado de sistemas de alarma. Hace lo que puede para evitar daños a su coche.A lo ancho de España hay aparcados espléndidos bosques y por la experiencia sabemos ya cuántos gamberros impunemente los queman. Los bosques cuestan más que un coche. Son una riqueza inmensa y es más fácil destruirlos que abrir un coche con una ganzúa. Basta una caja de fósforos. Recientemente se han quemado 8.000 hectáreas de bosque de la sierra granadina de Huétor Santillán. El Estado ha valorado las pérdidas en más de 1.600 millones de pesetas.
Fabricar un coche cuesta un mes. Repoblar este bosque costará muchos años y mucho dinero.
No entiendo cómo el Estado no está anheloso, como mi amigo, de poner los medios necesarios para evitar esas pérdidas.
Torres de vigilancia que detecten el menor humo que surja en el bosque. Sistemas de comunicación que transmitan la alarma. Cuerpos de bomberos especializados, avionetas suficientes de riego. Poner franjas de cortafuegos en los bosques. ¿Yo qué sé, los técnicos saben? Y el Estado, ¿hace lo que puede, como mi amigo respecto a su coche?
Ciertamente esas medidas costarán unos millones. Pero cuántos miles de millones de pérdidas se podrían evitar a lo ancho y largo de España.
Un tesoro tan grande dejado en abandono e inerme ante cualquier pirómano o terrorista.
¿Cómo algo tan valioso se
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