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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Boris YéItsin, golpe a golpe

RUSIA DISTA de ser una democracia en el sentido pleno del término. El nacimiento de esta nación de naciones en diciembre de 199 1, sobre las cenizas de la Unión Soviética, fue consecuencia de otra acción rotunda de Yeltsin -ayudado entonces por el ucranio Kravchuk- propiciada por la energía que le había insuflado el triunfo electoral logrado medio año antes y el halo de heroicidad que le había proporcionado su resistencia al golpe de agosto. Ahora, aprovechando el impulso que le dio el referéndum del 25 de abril, ha vuelto a lanzar su puño.Yeltsin está escribiendo la historia de Rusia golpe a golpe. En parte, porque al régimen comunista no lo derribó realmente nadie en la Unión Soviética: se cayó solo -aunque empujado desde el exterior-, y el poder vacante no lo ocupó un potente movimiento democrático, como sucedió en Polonia o Checoslovaquia, sino que entraron a participar en él algunos demócratas de convicción que se mezclaron con los comunistas conversos y menos conversos ya instalados, con Yeltsin al frente. En Rusia no hubo revolución democrática en el pleno sentido de la palabra: ni hubo sustitución general de las élites potíticas, ni se elaboró de inmediato una Constitución liberal, ni, muchísimo menos, se instauró el clima de respeto y tolerancia que hacen posible que un Estado de derecho funcione.Como el cambio se quedó a medias, Yeltsin ha tenido que acabar sacando otra vez el genio para imponer la reforma, vienen a decir supartidarios del interior y del exterior. Esto tiene una buena parte de verdad: violar una Constitución caduca que ni siquiera prevé algo tan elemental como unas elecciones anticipadas, y hacerlo para ajustar a la realidad la representación parlamentaria de un país que desde 1990, fecha de elección del Parlamento ahora disuelto, ha dado varios saltos mortales, no puede considerarse una aberración. La pregunta que cabe hacerse es otra: ¿habría logrado un presidente menos impetuoso alcanzar el mismo resultado mediante el pacto y no por imposición, como acaba de suceder en Ucrania, dirigida por un presidente con más mano izquierda? 0 mejor: ¿va a ser capaz Yeltsin de conducir el país hacia una democracia plena? -

Es difícil responder ahora, máxime cuando en estos momentos sólo Yeltsin puede acometer esta empresa: hoy por hoy no se vislumbra ningún líder alternativo. Así, a pesar de las reticencias que pueda haber, hay que admitir que el golpe de mano del presidente abre el camino hacia la normalización democrática al desbloquear una situación insostenible y forzar unas elecciones que pueden renovar profundamente las instituciones. ¿Será fácil alcanzar esa normalidad? Rotundamente, no. Primero, porque la tradición democrática en Rusia es prácticamente nula y hay actitudes que no se improvisan. En el rifirrafe de más de un año que ha enfrentado a Yeltsin con Jasbulátov y ha provocado la paralización de las instituciones rusas, los celos, odios y venganzas puramente personales han estado muchas veces por encima de los argumentos políticos de peso. Segundo, porque la descomunal crisis económica que padece el país no es precisamente el marco más adecuado para la consolidación de un sistema cuyo óptimo de funcionamiento se da en sociedades estables y con un alto nivel de bienestar. Y tercero, porque las fuerzas centrífugas presionan para dar al traste con la actual configuración del Estado ruso.

Borís Yeltsin, con su innegable intuición para controlar los resortes de poder real -fue capaz de desmontar la URSS sin que rechistaran las fuerzas armadas, y ahora las ha vuelto a tener a su lado-, está dominando la situación en Moscú, donde es poco probable que haya sorpresas. Pero no está nada- claro que su exhibición de fuerza le vaya a proporcionar buenos rendimientos en muchas repúblicas nacionales y regiones dirigidas por políticos que han centrado su actividad en aprovechar cualquier circunstancia para arrancar más poder económico y político. El desastre que para casi todas las economías de los 15 nuevos Estados independientes ha supuesto la desaparición de la Unión Soviética puede servir, en alguna medida, de antídoto para los ánimos independentistas de algunas repúblicas y regiones. Pero no se puede olvidar que las contradicciones económicas y la complejidad étnica y cultural de la Federación Rusa son muy similares a las de la Unión Soviética, que saltó hecha pedazos.

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