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Tribuna:LA INTERVENCIÓN URBANÍSTICA
Tribuna
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Ahí está, la plaza de Oriente

"De... cómo intervenir en una ciudad [Madrid] con ambición y sin miedo, arriesgando... El arquitecto Pérez Arroyo, en su artículo sobre la proyectada reforma de la plaza de Oriente (EL PAÍS, 10 de julio de 1993) nos ofrece ésta como ejemplo de posible intervención semejante. También, otros ejemplos de lo contrario y uno, de su propia cosecha, de cómo hacerlo; todos fuera de Madrid, el suyo en Chinchón. Calificando de bochornosas las reacciones en contra (de pintar de verde la vieja madera de las famosas galerías , se supone) que esta última intervención haya podido provocar.Aunque él no las mencione otras actuaciones suyas en el mismo Madrid hay, sin embargo, aún más ambiciosas, valientes y arriesgadas; concretamente, ese faro, especie de mirador, construido recientemente a la entrada de Madrid por la Moncloa y esa descomunal farola un poco más arriba. Las traigo yo a colación aquí porque se trata de un ejemplo singular de operación urbana, en pleno Madrid, que nos va a servir como el que mejor en cualquier intento de contextualizar en tiempo y lugar la reforma en cuestión u otra operación semejante.

Porque se trata, en este caso, de un lugar excepcional; aunque nos resulte hoy prácticamente imposible el apreciar este extremo (ya aquellos estudiantes madrileños de los años sesenta podrían muy bien haber afirmado: "debajo y detrás de todo esto -del Arco del Triunfo, del Museo de América, de la Residencia José Antonio...- hay un paisaje velazqueño").

Subiendo desde Puerta de Hierro, uno de los accesos de más subyugadora belleza que ninguna gran ciudad pudo soñar, aunque llegara a convertirse con el tiempo, una vez franqueado por el ejército franquista, en una de las entradas más esperpénticas que moderna metrópoli pudiera pagarse. Y no es que resulte fácil inclinarse por alguna otra actuación reciente, en lo que a entradas a Madrid se refiere. Desde luego que no por la de la Puerta de Toledo: flanqueda, ahora, por dos imponentes muros de contención de granito, recién labrado; a la espera del graffiti más obsceno. O por la "Puerta de Europa". Intervención urbanística ésta, si bien tan ambiciosa, tan sin miedo y tan arriesgada como la que más, emprendida, menos mal, allí donde casi nada había antes; a no ser ese monumento al Promártir y ese depósito de agua, tan respetuosamente conservados.

Por esta última entrada se accede, precisamente, a otro campo después de la batalla: a la Castellana actual, tan distinta de aquel paseo que algunos madrileños aún recordamos: una sucesión de palacetes rodeados de jardines, detrás de una verja de hierro forjado. Hoy, un repertorio de hazañas arquitectónicas, a cual más temeraria: desde algún sullian thalidomídico hasta el pastiche posmoderno más irritante. Con una honrosa excepción: la embajada del llano, precisamente tan discreta, sólo entrevista a través de un jardín. Hasta la plaza de Colón, allí donde antes la Castellana se encontraba unos bulevares, hoy desaparecidos, y actualmente, para cruzarla andando, en ese punto, hay que adentrarse por un túnel. Merece la visita turística.

(Ahora me doy cuenta de que todos los ejemplos de interenciones urbanísticas hasta aquí mencionados están taladrados por el típico túnel madrileño, para coches o peatones).

Pero ahí está, como siempre, la Puerta de Alcalá, aunque sea con su tunelito peatonal; ceñida de coches y de amplias aceras. Y la plaza de Oriente; a la que se pretende ahora taladrar. Para que los peatones, en este caso, crucen la calle de Bailén por encima de los coches. Nadie parece haberse parado a pensar, sin embargo, en qué peatones es de los que se trata. Y se trata, exclusivamente, de aquellos que pretendan llegar hasta el Palacio y a ningún otro sitio: turistas y paseantes. No muchos más turistas, seguramente, de los que ahora cruzan disciplinadamente la calle cuando el semáforo se lo permite, o que se bajan del autobús en la misma acera del Palacio. Pero, supuestamente, muchos más paseantes que hasta ahora, porque, a lo que parece, por el sólo hecho de haber desaparecido dicho semáforo, van a aumentar las ganas de asomarse al campo del Moro, en lugar de tirarse por el viaducto; suposición, en cualquier caso, muy discutible. Y, a cambio de todo ello, el que ya no se pueda pasar en moto, coche o autobús por delante del Palacio, lo cual muchos madrileños echaríamos en falta; lo mismo que echaríamos en falta el hacerlo al lado de la Cibeles o de la Puerta de Alcalá.

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La propuesta que Pérez Arroyo comenta se completa con unas generosas taladraduras subterráneas, de uso muy diverso, debajo de la misma plaza de Oriente. En esto no se diferencia gran cosa de los espacios subterráneos que ocupan hoy el sitio del antigo palacio de la Moneda, debajo de los actuales jardines del Descubrimiento. O, de nivel cero para abajo, del Centro Azca, al otro extremo de la ciudad; de nivel cero para arriba sólo la estatua ecuestre de don Felipe IV. Aunque tal semejanza en nada pueda favorecerla, es esta limitación y no otras (puramente estilísticas), seguramente la que pueda hacerla aparecer, a los ojos del comentarista, como carente de ambición, valor y riesgo. Cualidades éstas, sin duda, muy necesarias en la tauromaquia, pero absolutamente nocivas en lo que a nuestra ciudad se refiere.

es arquitecto.

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