_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Alegrías

Antes que nada quiero tranquilizarles: mis tetas no saldrán en EL PAÍS. No estamos por la labor, ni ellas ni esta prenda. Dicho lo cual -que no dudo constituirá motivo de alivio tanto para ustedes como para mí-, paso a referirme a otra clase de alegrías. Las alegrías con poso amargo que nos depara la historia, después de haberlas ansiado desesperadamente, después de haberlas deseado rabiosamente enteras, redondas y completas.Los gozos de hoy nos llegan deshilachados, usados, maltratados por la sospecha; envenenados por las perversas intenciones. Son concesiones a medias, triunfos ensangrentados. Lo comprendí en Santiago de Chile, cuando hubo que celebrar por la caída de Pinochet y lamentar por su permanencia al frente del Ejército. Veinte años después del golpe militar que acabó con Allende y la libertad, y a pocos días de distancia del aniversario, con el tirano aún vivo y amenazante, recibo otra de esas emociones tipo ducha escocesa: fuego en el corazón y frío en la médula por el acto del martes en la Casa Blanca.

Que Arafat -no por él, por su pueblo- apareciera allí con su discurso en árabe, su tocado simbólico, como un líder respetado; que arrancara, aunque a regañadientes, el saludo de un Rabin que en su discurso había escupido una violencia -y, de paso, falsedades e inexactitudesque, en labios de Arafat, le habría valido la expulsión; que de terroristas los guerrilleros de la OLP hayan pasado a ser simplemente palestinos, todo eso me conmovió. Y pensé en mis amigos de allá: del sur de Líbano, de Jordania, de Jerusalén. Llamé a Jaled, que vive cerca del Monte de los Olivos, y también estaba llorando.

Su hijo Nizar armaba jarana como música de fondo, y recordé a los niños a quienes el Ejercito quebró los huesos o, simplemente, abatió a tiros. Esta paz posible, esta alegría a medias, es cosa muy suya. Aunque no salgan en los discursos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_