Paz para todos
LA FIRMA, ayer, del Acuerdo de Washington abre la puerta a la solución de uno de los problemas más crueles y prolongados de la historia de la humanidad. Los discursos de los líderes de una parte y otra estuvieron cargados de emoción, de amargura y de esperanza. El adiós a las armas, que confirmó el primer ministro israelí, Isaac Rabin, abre un periodo en el que palestinos y judíos están "destinados a vivir juntos".Tras la firma, un gran problema -el enfrentamiento global entre judíos y árabes-' ha quedado sustituido por lo que, sin duda, será una miríada de quebraderos de cabeza. Si se han resuelto los temas de la autonomía de Gaza y Jericó, se han aceptado los límites de los poderes de autogobierno palestino (sustancialmente municipales)y se ha comprometido el inicio de la retirada del Ejército israelí de ambas zonas dentro de cuatro meses, quedan abiertas la dificilísima discusión del futuro de Jerusalén y la del Estado que quieren crear los palestinos.
El potencial de enfrentamiento en la región sigue en pie. La paz no se hace en 24 horas; el acto de la firma solamente determinó su comienzo. La diferencia entre ayer y hoy es únicamente que gran parte de la motivación diaria para la guerra ha desaparecido. Ahora, israelíes y palestinos van a tener que aprender a vivir juntos. Y, de pronto, de la confrontación natural todos van a tener que pasar a la convivencia forzada. No es fácil, si se -recuerda que los habitantes de ambas zonas son ahora los mismos que antes. Los árabes estaban ya allí cuando, de la mano de su Ejército, llegaron los colonos israelíes en 1967 y, desde entonces, judíos y palestinos han malconvivido en Gaza y en Jericó.
¿Cómo se pasa de la guerra a la paz?
Las recetas evidentes no son fácilmente aplicables: por una parte, es preciso que la gente aprenda a vivir junta, no con amistad, sino con paz. Sólo así el tiempo permitirá construir un clima de confianza mutua. Por otra, la convivencia debe basarse en la construcción acelerada de la economía de los nuevos territorios autónomos.
En efecto, si el desarrollo no es conjunto, no hay esperanza para la región. Y si la generosidad de los parteros de la paz (Estados Unidos y la CE) no es grande, acabarán prevaleciendo los elementos disgregadores y antidemocráticos que siempre están presentes en el mundo árabe. Es importante, por ejemplo, que el integrismo islámico, que ha sido tan aglutinante en la guerra, deje de ser elemento central en la paz. Ello, sin hablar de lo esencial que resulta que la economía de los territorios ocupados deje de depender de las remesas del exterior -hasta ahora, la porción más importante del PNB palestino- y empiece a producir en el interior. El mapa económico de los territorios ocupados es, en efecto, francamente desolador. No existe prácticamente industria y el sector agrario está igualmente deprimido. De hecho, y con excepción del año 1989, el modesto PIB de los territorios ha caído ininterrumpidamente desde 1986, es decir, prácticamente desde el comienzo de la Intifada. Y la situación no está resultando favorecida por una tasa de crecimiento demográfico, que se mantiene inalterada en un elevadísimo 4,6% anual.
Sólo una situación en la que el compromiso de ayuda del mundo desarrollado sea grande permitirá que los nuevos habitantes de las autonomías de Gaza y Jericó comprendan que el bienestar futuro depende fundamentalmente de la cooperación pacífica de lo! viejos enemigos. ¿Querrá ello decir que más adelante serán viables fórmulas políticas de confederación y que la región camina hacia la demostración de que la paz es posible entre adversarios hasta ayer, no sólo irreconciliables, sino acérrimos? Rabin decía que la firma de la declaración de principios no le resultaba fácil. Se comprende que así fuera: los muertos en aquella tierra, llena de cólera y de luto", han sido demasiados. Por eso, el, apretón de manos ofrecido por Yasir Arafat a Rabin, y después a Simón Peres, y aceptado por ellos, es un compromiso de sangre, a la vez terrible y cargado de futuro.
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