_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Debilidad y paz

Es peligroso intentar hacer la paz desde la debilidad y por debilidad. Ése es el riesgo del plan de paz entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que fue dado a conocer la pasada semana. Tanto Isaac Rabin y Simón Peres, en Israel, como Yasir Arafat, en Túnez, se ven amenazados por su propio electorado. Es una carrera contrarreloj política para los dos: el tiempo de cada uno se ha ido consumiendo implacablemente.Gaza-Jericó primero es un plan astuto porque se salta el problema más difícil e "irreversible", que conducirá al surgimiento de nuevas realidades: una forma de soberanía / autonomía palestina aceptable para las dos partes; una ampliación de la soberanía / autonomía palestina a los otros territorios ocupados; seguridad para las poblaciones de los territorios y para Israel; una forma aceptable de soberanía doble o compartida en Jerusalén; y por último, una reconciliación más general entre árabes e israelíes.

Con esto, Yasir Arafat probablemente se juega su última carta. La delegación de la OLP en las conversaciones de paz de Madrid y Washington estuvo a punto de dividirse debido a la hostilidad de los delegados de los territorios ocupados hacia las concesiones que el mando de Arafat estaba negociando. La propia OLP está resquebrajándose a causa del enfrentamiento entre los que están dispuestos a ceder y los que no aceptan condiciones; y el movimiento se ve sometido a fuertes presiones por parte de los extremistas musulmanes que afirman que los palestinos no han sacado ningún provecho de las décadas de liderazgo de la OLP. Arafat también cometió un error garrafal en 1990 al apoyar a Sadam Husein frente a Kuwait, Arabia Saudí y los países árabes del Golfo, hasta aquel momento principales apoyos financieros de la OLP.

Tal vez no sea la última carta que les quede por jugar al primer ministro Rabin y al ministro de Asuntos Exteriores Peres, dado que gracias al sistema proporcional de votación israelí los políticos de ese país son prácticamente inmortales; pero sin duda es una apuesta decisiva de este Gabinete. El Gobierno de Rabin fue elegido por una estrecha mayoría para hacer la paz, y los sondeos de opinión indican que tiene el mandato de la opinión pública para un plan de paz que ceda territorio a los palestinos.

Sin embargo, la oposición israelí a cualquier concesión territorial a los palestinos es fuerte, y si este plan fracasara, no habría paz durante mucho tiempo. Aquellos que en Israel -y entre los partidarios de Israel en Estados Unidos- se oponen a los acuerdos de Rabin y Peres creen que este país debe (y puede) imponer la paz mediante la represión de los palestinos, en vez de hacer la paz llegando a un acuerdo con ellos. Por consiguiente, parece que ésta es la última oportunidad para el acuerdo que permita a Israel un futuro en el que los valores democráticos y pluralistas prevalezcan frente al sectarismo de su política. La alternativa es un corruptor programa político de represión, exclusión o expulsión de la minoría árabe.

Si el actual plan de paz fracasara, los fundamentalistas islámicos militantes se verían enormemente reforzados en la comunidad palestina. La OLP habría terminado. Y el mundo vería una vuelta al estéril terrorismo del Oriente Próximo del pasado.

En todo esto hay un aspecto del que pocos parecen darse cuenta. Esta lucha, en un principio, no tuvo nada que ver con Oriente Próximo, los árabes o el islam. El conflicto árabe-israelí es producto del nacionalismo romántico europeo del siglo XIX, igual que la lucha actual de los serbios con los croatas, y de los serbios y los croatas contra la. única sociedad ex yugoslava que quiere ser un Estado moderno pluralista y secular: la de los bosnios.

El sionismo fue el último de los nacionalismos románticos europeos. Su fundador, Theodoro HerzI, un periodista húngaro, reaccionó contra el antisemitismo europeo que puso de manifiesto el caso Dreyfuss cuando fundó el movimiento sionista, pero también actuaba dentro del contexto de un movimiento europeo general, especialmente poderoso en Austria-Hungría, de afirmación nacional y reivindicaciones de autonomía nacional.

Según Herzl, si los húngaros, checos, rumanos, eslavos del sur, albaneses, tenían cada uno su propio Estado, también deberían tenerlo los judíos. El sionismo no era un movimiento religioso, aunque hubiera en él un importante elemento de milenarismo religioso secular. Herzl proponía que el Estado judío se creara en Argentina. Una minoría considerable de los miembros del movimiento en 1905 estaba dispuesta a ir a Uganda, que Gran Bretaña había ofrecido extraoficialmente.

Golda Meir, que estuvo entre los fundadores de Israel, negó en cierta ocasión que existiera el pueblo palestino. Sus adversarios lo tomaron como un acto de agresión intelectual. Dentro de su contexto, lo que Golda Meir dijo de hecho era que Palestina nunca había existido como nación en el sentido moderno de la palabra, lo cual es verdad. Siempre había habido una "Palestina" de fronteras inciertas, que incluía los territorios entre el Mediterráneo y el río Jordán, pero no se limitaba a ellos, y había un pueblo palestino que vivía allí. Pero no había una "nación" palestina. Palestina sólo se convirtió en una entidad política moderna como territorio bajo mandato británico entre la Primera Guerra Mundial y 1948.

A raíz de la implantación de un Estado judío en Palestina, en 1948, nació una nación palestina, compuesta básicamente por los palestinos que huyeron o que fueron expulsados durante y después de la guerra de ese año. Por consiguiente, era una nueva nación en busca de un territorio, como lo habían sido los sionistas antes de 1948.

Había y hay una tragedia simétrica de dos pueblos sin territorio enfrentados, ambos víctimas de acontecimientos que tuvieron su origen en las ideologías racistas y nacionalistas de la Europa de mediados del siglo XIX. Ya es hora de que concluya esta tragedia, de poner fin a los horrores, de lograr por fin la catarsis. El que parezca que estemos más cerca que nunca de ese final es razón para sentirnos agradecidos. Pero sigue habiendo dudas porque lo que pudo haberse hecho cuando los líderes eran fuertes no se hizo, y ahora los líderes están debilitados.

es experto estadounidense en política internacional.Copyright 1993, Los Angeles Times Syndicate.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_