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La doble agenda española y europea

Manuel Escudero

Es posible que nos encontremos ante una crisis económica tan profunda como la de finales de los años setenta. Esta vez, sin embargo, no se trata de una crisis económica mundial, sino casi exclusivamente europea. El problema es de tal envergadura que, sin una renovación de la misma vida política europea, puede que no tenga una solución satisfactoria.En esquema, la crisis económica que se cierne sobre Europa tiene tres causas.

La primera, muy invocada en estos meses, se vehicula a través del Sistema Monetario Europeo. El compromiso de mantenerse dentro del SME ha significado que todos los países comunitarios deban llevar una disciplina económica muy similar, pivotando en tomo a la estrategia alemana de altos tipos de interés para hacer frente a las prioridades sociales marcadas por la unificación alemana. Arrastrados de este modo, bajo la espada de Damocles de una enésima tormenta monetaria, todos los países europeos han experimentado una profunda recesión y la aparición de un escalofriante desempleo.

La segunda causa viene caracterizada por la entrada en escena, en pos del desarrollo económico experimentado por los cuatro dragones del Pacífico, de nuevos países. Todos ellos están estableciendo diferenciales prácticamente insalvables en costes de producción relativos a los costes de producción europeos. Si esta situación era ya predecible hace algunos meses, los acuerdos de los siete grandes que auguran por fin una liberalización del comercio mundial han puesto al descubierto la manifiesta debilidad de la estructura productiva europea.

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Los costes salariales europeos son mucho más elevados, debido a que las rentas del trabajo europeas se fijan con el fin de satisfacer las necesidades de hiperconsumo de los ciudadanos comunitarios. Además, la imposición en Europa añade un sobrecoste a esta estructura salarial. A ello hay que sumar unos márgenes de beneficios algunas veces excesivos, los elevados costes del dinero, así como los costes de las rentas del suelo, área en la que Europa ha vivido una auténtica orgía especulativa en los dorados años ochenta.

El tercer elemento, que contribuye a agravar estos datos de crisis, es la rigidez de la estructura socioeconómica europea, muy corporativizada y limitada en su capacidad de cambio. Patronales y sindicatos, por su naturaleza histórica más reivindicativa que colaborativa, tienen dificultades para asumir el carácter casi terminal de la crisis económica europea.

En definitiva, Europa, por sus rentas de suelo y monetarias, salariales y empresariales, vive bien, pero vende muy mal, y cada vez peor. ¿Qué se puede hacer en esta situación?

En primer lugar, Europa no puede convertirse en la campeona del proteccionismo, no puede defender la prosperidad e igualdad ya conseguida a costa de la solidaridad con el resto del mundo. Esto significaría, ya de salida, condenar a una vía ciega de subdesarrollo a los países que ahora comienzan a redimirse a sí mismos a través del comercio internacional.

En segundo lugar, los países de la Comunidad Europea no deberían tirar la toalla respecto al compromiso de la unión europea, sino arrostrar al alimón las dificultades actuales. Sin embargo, existe la necesidad imperiosa de una reflexión conjunta de los socios comunitarios: no se trata solamente de flexibilizar el sistema monetario europeo. Para avanzar será necesario alcanzar también un compromiso de prioridades sociales más equilibrado y más realizable por todos los países.

En tercer lugar, Europa debe elegir: o cambia significativamente su modelo de hiperconsumo (es decir, reduce sus rentas en general y sus salarios nominales medios en particular), o deberá disminuir significativamente sus niveles de gasto social (es decir, las funciones de su Estado del bienestar).

En esta encrucijada comienzan a oírse muchas voces pidiendo con renovada energía el desmantelamiento del Estado del bienestar, planteando a la izquierda europea una nueva batalla en torno a este tema.

Es evidente que en un momento de crecimiento económico negativo, los servicios universales de bienestar deben modular su crecimiento, aumentar su efectividad y acentuar prioridades. Pero poner el acento en su desmantelamiento es una opción equivocada. La solución más eficaz, por el contrario, consiste en una disminución consensuada de los elevados niveles de renta europeos. Esto es así por varias razones.

En primer lugar, porque la disminución de las rentas tenderá a limitar el consumo no estrictamente necesario, pero el desmantelamiento de los servicios de bienestar eliminaría servicios que son necesarios para todos los ciudadanos.

En segundo lugar, porque los sacrificios que hay que realizar con la primera opción pueden ser repartidos y, por ello, asumibles por todos. Por ejemplo, la disminución de los salarios nominales medios europeos se puede lograr si se combinan acuerdos generalizados para congelar los salarios reales con otras vías complementarias, como la eliminación de las horas extraordinarias, la disminución de los salarios nominales más altos y más desregulados (en dinero y en especie), o el reparto del trabajo, de modo que se trabajen menos horas y se cobre también menos. Y este último elemento lleva a la gran ventaja adicional de esta opción: la disminución de las rentas en Europa es, precisamente, una de las vías directas para conseguir un aumento del empleo a través del reparto del trabajo.

En definitiva, la vieja Europa debería optar por reorientar su economía hacia la austeridad interna. Pero esta opción implica un cambio sustancial en los niveles de renta y consumo. Conseguirlo va a ser ciertamente complicado. Será imprescindible crear, junto con los agentes económicos y sociales, un nuevo terreno de pacto basado en la responsabilidad compartida por pura cuestión de supervivencia. Además, será necesario persuadir a millones de ciudadanos europeos acerca de la necesidad de esta opción, con las consecuencias personales que entraña en términos de renta y consumo personal. En pocas palabras, para liderar este cambio va a ser necesario mucho músculo político.

Sin embargo, la esfera de la política también está hoy en crisis en Europa. Por ello es pertinente ligar las dos realidades en crisis en Europa, la económica y la política.

Los avances tecnológicos y las últimas experiencias políticas vividas por Europa han cambiado radicalmente las coordenadas culturales y sociales de nuestras sociedades. Pero los partidos políticos aún no se han acomodado, en absoluto, a estos cambios. La crisis política europea sólo se resolverá cuando se supere este extrañamiento y la nueva sociedad pueda reconciliarse con un discurso y unos valores políticos nuevos y reconocibles.

¿Qué demandan las sociedades europeas a la política hoy? El análisis que hace Pedro de Silva en su Miseria de la novedad inspira una serie de reflexiones que vienen al caso.

Las sociedades europeas han roto con los dogmas cerrados y globales. La política europea deberá abandonar sus vestigios de dogmatismo y poner en primer plano los valores de la tolerancia y la búsqueda de consensos como método de progreso.

Las sociedades europeas están ya acomodadas a un horizonte de cambio e innovación permanente. La desburocratización la flexibilización y la innovación política deberán pasar a ser requisitos elementales de la actividad pública.

Las sociedades europeas están basadas en el individuo como centro de todas las cosas, y en ellas los sistemas coordinados son el modo básico de operación entre unidades individuales. La política europea deberá sustituir las políticas tutelares por las que fomenten el desarrollo personal y la dimensión comprometida y cooperativa del individuo.

Las sociedades europeas están ya operando a través de sistemas abiertos, accesibles y transparentes. Los partidos políticos europeos deberán transformarse en organizaciones abiertas, controlables por la gente, transparentes en sus cuentas y sus debates.

La sociedad europea es, ante todo y sobre todo, productora y consumidora de formas. En política europea el fin ya no justifica los medios, porque el medio es el mensaje. Las formas políticas, los procedimientos democráticos, los estilos y la ejemplaridad habrán. de constituirse en centro de gravedad de la vida pública.

En resumen, sólo si los políticos españoles y europeos logran renovar su discurso y conectarlo con esta nueva sociedad se podrá liderar con éxito el difícil proceso de reorientación económica que precisa Europa. De ahí la necesidad de atender a este reto paralelo, de poner en marcha esta doble agenda de la regeneración de la vida pública y de la reorientación de la economía.

Manuel Escudero es director asociado y profesor de Entorno Público del Instituto de Empresa.

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