_
_
_
_

Concierto sorpresa de Prince en Barcelona

400 personas tuvieron que superar un riguroso control para presenciar la actuación

Y ocurrió. Cuando nadie lo esperaba y todo el mundo estaba convencido de que los deseos de Prince de ofrecer algún concierto sorpresa en su gira española no eran sino puro montaje promocional. Ocurrió deprisa y por sorpresa. Prince había despreciado la noche del viernes en Madrid, una noche idónea para tocar, ya que tenía el día libre. Pero nada más llegar a Barcelona en la tarde del domingo manifestó a su promotor nacional, Pino Sagliocco, que ésa sería la ciudad de su concierto pirata.Había que buscar en apenas seis horas una sala y un equipo de escenario. Las primeras llamadas fueron al Otto Zutz, una discoteca de gran tradición noctámbula, pero las vacaciones del equipo directivo frustraron el contacto. Alfonso Sostres, director del Estandard, fue localizado en Tamariu, y horas después ya tenía a un equipo de Prince revisando la sala, poniendo en la calle a todo el personal y dejándoles entrar de nuevo tras un riguroso control con detectores de metal y la entrega de una camiseta amarilla con el logotipo de Prince a modo de uniforme.

A todo esto, el concierto del Palau Sant Jordi estaba en su apogeo, igual que los rumores. Que se hace, que no se hace, que igual sí, que depende... La confirmación oficial desató las carreras por conseguir una credencial de acceso al Estandard. "Toma una pero no se lo digas a nadie". Ese era el soniquete que oyeron todos los afortunados. Al acabar el concierto, Prince se esfumó en su limusina al hotel mientras su grupo acudía a cenar pollo con ensalada al restaurante del Estandard, ya tomado por un implacable servicio de seguridad capitaneado por un asiático de aspecto nada tranquilizador. Sostres buscaba oporto en las bodegas de su local, el único alcohol que bebe Prince.

Comenzaron las colas. Era la 1.30 de la madrugada y todo el mundo quería entrar. Al final, quienes no tenían pase pudieron hacerlo previo pago de 2.000 pesetas. El dinero para el grupo, la recaudación de las barras y el prestigio para el local. Un local cuyo director todavía se pellizcaba, incrédulo y aturdido. Como fuera que Prince quería tener una audiencia con mayoría femenina, las colas se establecieron por sexos, como en los lavabos. Los detectores de metal, las manos irrumpiendo con brusquedad en bolsos y mochilas, los apretujones, alguna palabra gruesa y la mirada del asiático disuadieron a más de uno. Al final, sólo unas 400 personas entraron. Ni siquiera se llenó. Nadie se lo creía.

Entre el público, mucha chica. Ombligos al aire, escotes profundos como una mina y novias buscando al novio abandonado en la cola masculina. "No será cierto", "es una quedada", "ahora dirá que se va al hotel con la bailarina y santas pascuas". Pero no. La señal de la certeza la dio una vez más el equipo de seguridad, que impidió al público acudir a los lavabos, porque el pasillo de acceso pasaba demasiado cerca de donde estaba el príncipe. Una inglesa del equipo de Prince sacaba fotos como en las fiestas de Marbella, Pino Sagliocco iba y venía y Alfonso Sostres repartía copas con generosidad. Iba a actuar.

Y lo hizo, con todo su grupo. Ahí estaba, vestido de blanco, con un colgante con dos de sus logotipos y su peinado rococó primorosamente reconstruido. De cerca se le veía más bajito, pero su mirada también era mucho más intimidadora y dominante. Eran las 4.10 de la madrugada, y durante hora y media, Prince se acercó a los mortales y dejó que le mirasen. Incluso permitió que en su último tema saliesen a bailar con él media docena de personas, todas ellas chicas. Luego se esfumó de la mano de Maite García, su bailarina. Aún había gente pellizcándose.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_