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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Caos en Moscú

SE CUMPLE hoy el segundo aniversario del fracaso del golpe de Estado que intentó derribar a Gorbachov y restablecer los viejos métodos comunistas. Ese fracaso, en el que el Parlamento ruso y Yeltsin desempeñaron un papel decisivo, pareció establecer una decantación clara de posiciones. Los que estaban con el golpe eran los procomunistas, los que querían volver al pasado. Los vencedores, los demócratas, deberían tener las puertas abiertas para avanzar hacia una democracia de verdad y un sistema económico de mercado. Muchas cosas han cambiado desde 1991, principalmente el fin de la URSS y el nacimiento en su lugar de 15 repúblicas independientes. Sin embargo, no se ha logrado en modo alguno esa marcha hacia el futuro que ansiaba el pueblo de Moscú, volcado en la calle para vitorear la democracia.Las fuerzas del pasado cuentan con un instrumento poderoso, el Sóviet Supremo, que preside Jasbulátov, que cuenta entre sus consejeros con Bobkov, adjunto en 1991 del jefe del KGB Kriuchknov, uno de los organizadores del golpe. El Parlamento se dedica a sabotear sistemáticamente las reformas. En el referéndum del pasado abril, el pueblo se pronunció claramente por la reforma y por Yeltsin, y contra el Parlamento. Pero las cosas no han cambiado después. A pesar de que el Gobierno es, en teoría, partidario de avanzar en la reforma económica, lo cierto es que a cada paso se enfrentan en su seno progresistas y conservadores, y la descoordinación se traduce en medidas como la retirada de billetes de banco, que indignan a la ciudadanía y de la que ahora nadie se hace responsable: ni el Sóviet, ni el Gobierno, ni Yeltsin.

En esta partida entre legislativo y ejecutivo, toda la vida política moscovita parece depender de los altos y bajos del presidente. Yeltsin ha tomado la inciativa con dos medidas importantes. Por un lado, ha celebrado una reunión de delegados de las repúblicas y regiones que forman la Federación Rusa, creando con ellos el Consejo de la Federación, que tiene poderes consultivos. Es una táctica que ya empleó para preparar la nueva Constitución: dejar de lado el Parlamento apoyándose en los delegados de los poderes territoriales. En este caso, si el proyecto de Constitución ya ha sido elaborado, falta ahora que lo acepten las repúblicas y regiones. En todo caso, elevar el papel de los Gobiernos territoriales, intentar gobernar con ellos, responde a la realidad de una descentralización que ha dispersado el poder. Cuando Yeltsin dice que Rusia seguirá siendo una federación única define los límites que la descentralización no debería traspasar. Pero el riesgo de desbordamiento es real, sobre todo si en Moscú siguen el caos y la impotencia ante los grandes problemas.

Para intentar salir de esa situación, Yeltsin ha anunciado su intención de convocar elecciones antes de que acabe el año para elegir un nuevo Parlamento, incluso si el antiguo se niega a sancionar la convocatoria. La necesidad de estas elecciones es evidente. Rusia necesita un cuerpo político con capacidad representativa. Ya en el referéndum de abril hubo mayoría a favor de su convocatoria, si bien no con la mayoría que el Parlamento había exigido para que tal opinión fuese operativa. Pero la mayoría conservadora de los diputados se opone, resuelta a permanecer en sus escaños mientras pueda. Ello plantea a Yeltsin el problema de si debe salirse de una legalidad vieja que otorga al Parlamento el derecho de convocar elecciones. Algunos de sus consejeros le animan a que lo haga, partiendo de que cuenta para ello con el apoyo popular. Pero es lógico que el propio Yeltsin vacile ante los riesgos de tal operación.

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Y ello porque otro factor fundamental del momento es el ambiente de descomposición social y descrédito de los políticos que vive Moscú, sometido a la influencia de mafias incontroladas y en el que son permanentes las acusaciones de corrupción contra los dirigentes, sin excluir el entorno presidencial. En este clima sería sin duda muy arriesgado que Yeltsin pasase de las amenazas a los hechos convocando los comicios contra el pronunciamiento del Parlamento.

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