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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las guerras de Rusia

LA REUNIÓN que celebraron en Moscú el 7 de agosto los presidentes de Rusia, Kazajstán, Uzbekistán, Tayikistán y Kirguizistán (el de Turkmenistán se negó a participar para afirmar su actitud más independiente) ha sido la primera manifestación de alto nivel de la decisión de Moscú de emprender una política más activa para reforzar su presencia en Asia Central y frenar los proyectos de Afganistán y del integrismo islámico de penetrar en esa zona de la antigua Unión Soviética. Rusia pretende realizar esa política en cooperación con varias repúblicas musulmanas, ahora independientes, pero cuyos Gobiernos siguen teniendo fuertes lazos con Moscú. El punto crucial de esta política es Tayikistán (cuyo idioma está emparentado con el iraní), donde perdura desde hace varios años una terrible guerra civil que ha provocado una emigración masiva a Afganistán. Las tropas rusas nunca han estado ausentes y han impuesto el retorno a Dushanbé de un Gobierno procomunista que ha aplicado una represión brutal. Esos métodos han empeorado la situación, y la oposición islámica, con el apoyo de los fundamentalistas de Afganistán, convierte la frontera ruso-afgana en lugar de constantes enfrentamientos.Yeltsin, en la reunión del 7 de agosto, ha presionado sobre el Gobierno de Dushanbé para que cambie de táctica, iniciando negociaciones con la oposición y con el Gobierno afgano para preparar el retorno de los refugiados, poner fin a los choques fronterizos y normalizar las relaciones. Esta táctica tiende a aprovechar la división que existe entre los musulmanes de Tayikistán: mientras un sector está influido por el fundamentalismo, otros, especialmente en la provincia autónoma de Pamir, en proceso de abierta secesión, profesan un islamismo nada sectario, que permite una cooperación con otras fuerzas. Hasta ahora, la brutal represión de Dushanbé hacía imposible ese camino, pero Moscú propicia una política más flexible para aislar al fundamentalismo y tratar de frenar su expansión.

En el Cáucaso, Moscú trata de aprovechar los conflictos internos de las repúblicas para intentar restablecer una presencia rusa privilegiada. La derrota de hecho de los países más grandes y poderosos,

Georgia y Azerbaiyán; el vuelco de las guerras de Abjasia (con el alto el fuego en el que Georgia cede a casi todas las exigencias abjasas) y del Alto Karabaj (con la aceptación por Bakú de lo que durante, años había rechazado, la negociación directa con los armenios del Alto Karabaj), sólo tiene una explicación: Rusia no ha dejado, con, métodos diversos según los momentos, de apoyar militarmente a los abjasos contra Georgia, y a los armenios contra los azeríes. Uno de los objetivos de Moscú es contrarrestar la influencia turca en la región, especialmente en Azerbaiyán. Ahora en Bakú, después de una etapa de Gobiernos nacionalistas, ocupa el poder un antiguo dirigente de la etapa brezneviana, Alíyev. Y en Tbilisi, las concesiones aceptadas por Georgia en el acuerdo con los

abjasos sólo han sido posibles porque la plenitud del poder (presidencia de la República y jefatura del Gobierno) está en manos de Shevardnadze, un dirigente importante tanto en la etapa de Bréznev como en la de Gorbachov.

Moscú está llevando a cabo su política de intervención con la suficiente inteligencia para que, en la escena internacional, nadie le acuse de volver al "imperio". Turquía ha aceptado incluso el alto el fuego en el Alto Karabaj, y la ONU va a enviar observadores para vigilar la frontera atijaso-georgiana.

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