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Maldición

Una crisis económica profunda se abate sobre Europa. Nadie sabe cómo ha venido, pues no hubo en los últimos años heladas catastróficas, ni se incendiaron cosechas, ni acaecieron terremotos que asolaran ciudades e industrias, ni la pertinaz sequía convirtió en eriales los feraces campos, ni sobrevinieron pestes que diezmaran poblaciones. La quiebra de los Estados, que viene, y el empobrecimiento de los ciudadanos, que ya empieza a llegar, deben de ser otro tipo de maldición bíblica; un castigo divino adaptado a la vida moderna.Tiempos atrás, Dios se las habría gastado de distinta manera: convertiría el agua en sangre para que no pudiera beber ni su homónimo; invadiría el mundo de ranas, mosquitos, tábanos y voraces langostas saltadoras; propagaría epizootias entre los animales irracionales, y entre los racionales, ulceraciones purulentas de patología desconocida; lanzaría terribles granizadas sobre los cultivos, y, finalmente, envolvería en espesas nieblas la faz.de la tierra, sumíéndola en el caos.

Eso fue lo que hizo el buen Dios en época de faraones. Pero como nos sigue teniendo gato por nuestra mala cabeza, vuelve a castigarnos con su maldición, sólo que adaptada a la modernidad europeísta, y va y envía minist ros de Finanzas. No necesita más para vapulearnos donde de verdad duele. Pues ellos solitos se bastan para crear un prolijo sistema monetario, montar en tomo el gran belén, hacerse después un lío y hundir unas cuantas economías, dejando a millones de ciudadanos con la sensación de que les han caído encima las siete plagas de Egipto.

Que Dios se modemice no reporta ventaja alguna. A fin de cuentas, una reunión de ministros de Finanzas puede ser peor que la plaga de la langosta.

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