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Tribuna:Folletín de un año largo
Tribuna
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Clinton, la esperanza rubia Capítulo 3

¡Clinton! Qué asombro debió de sentir al sentarse en el Despacho Oval y darse cuenta de cuál era el verdadero poder que cruzaba, casualmente, por allí, y_al que él tenía que darle su nombre y prestarle su sonrisa. Algo parecido al del papa Luciani cuando se quedó solo en su primera noche del Vaticano: el pobre, que creía en todo.Clinton había ganado a saltos a la convención demócrata en julio del verano feliz. Acusado de adulterio y de una sexualidad extra, denunciado por haber firmado penas de muerte como gobernador, considerado como cobarde porque no fue a la guerra del Vietnam, parecía condenado: nadie iba a terminar con la era Bush. "Hemos cambiado al mundo; vamos a cambiar América", decía Clinton; y nadie le creía. Bueno, algunos sí: era una esperanza. Algunos teníamos la sensación de que no sólo Bush, sino Reagan y hasta Nixon el depurado debían desaparecer, y quizá pudiera asomar entre los ruinas de los conservadores el viejo y trabajado rostro de Roosevelt, el ensangrentado de Kennedy (todavía no se han contado bien las balas que le metieron en el cuerpo). En aquel agosto, Bush veía fundirse la Bolsa bajo sus pesadotes pies de plomo, y en octubre ya estaba perdido en el debate de la televisión (un tercero, anecdótico, apayasado: se llamaba Perot y fue un fantoche de esta historia). Clinton no había ocultado su afecto a lo que todavía se llamaba el izquierdismo: había atacado grandes piezas de la historia, como el macartismo y la guerra del Vietnam. Esta vez las cosas estaban claras: un Reino Unido sin Thatcher (se había ido un año antes, y en este verano entraba, con su traje azul de Mark & Spencer, aferrada siempre a su bolso, en la Cámara de los Lores, como lady, como baronesa de Kesteven; aún molesta allí, refunfuña, y ha tratado de movilizar a los ancianos señores en este verano siguiente para romper lo que queda de Europa; para eso estaban los pares), un Estados Unidos sin Bush, unos resoplidos fuertes en Alemania y en Italia, y el conservadurismo europeo. Nada más natural, podía uno pensar, aunque se deberían tener las sospechas de que lo natural no puede ya suceder; en un mundo sin enemigos, en un Occidente sin guerra fría, nada más natural que el regreso al descanso: a la permisividad, al liberalismo. ¡El reposo del guerrero! Aquí mismo, en España, se estaban produciendo algunos signos de la crisis conservadora o crisis del capitalismo. El referéndum francés de noviembre sobre Maastricht, el oui se había interpretado como una afirmación de Mitterrand, vaya por' Dios. Pero el socialismo se podría hacer más liberal... íbamos a ver un gran movimiento del Papa: la rehabilitación de Galileo. "Eppur, si muove",- la Tierra en torno al Sol. Parecía como si hasta la misma Iglesia católica fuese a reconocer ciertas verdades favoritas de los sospechososo de los rojos. ¿No había sido Bertolt Brecht, comunista, el que con su farsa Galileo Galilei había ayudado algo a despertar- la conciencia del mundo? (La suya lo pasó mal después; había vivido la corrupción americana, la negrura moral y social de Hollywood, y cuando tuvo que volver a Berlín, Este por más señas, empezó a encontrar duro el comunismo que había condenado sin remisión a sus Galileos, y el comunismo le tomó a él por sospechoso).

Mientras, Clinton, deslavazado y de andar vacilante, como un poco alelado, iba creciendo de tanto protestar porque Boston no aceptaba una reunión mundial contra el sida. El lazo rojo pregonado por Elizabeth Taylor. ¿Cómo no aceptar que algo. estaba pasando?

En noviembre -el primer martes después del primer lunes del mes de noviembre de cada año bisiesto: ritos mágicos- ganó Clinton y se hundió, para siempre Bush, que no acababa de creérselo. No había sido capaz de darse cuenta; no se habían atrevido a decírselo sus consejeros, no lo habían explicado claramente las encuestas. Nadie se lo creía en un mundo dominado por los medios conservadores. Habría bastado con olfatear la sociedad, con tener un poco más de confianza en la lógica...

Y, sin embargo, el fenómeno volvió a ocurrir. En cuanto algo pasa dos veces, algunos perturbados tenemos la tendencia a creer que se trata de una ley política. Al repetirse en un microcosmos, caricaturizado, en una pequeña pecera -en España, estoy diciendo-, el desencanto de Bush con el desencanto de Aznar, pienso que debe de ser una constante política: los conserva dores confunden su voluntad y la de sus medios de comunicación con la mera realidad. Hubo en otros tiempos un partido que tenía algunas convicciones parecidas, y era el partido comunista. Partido debe ser una palabra muy corta para las personas a las que quiero significar: el movimiento, el sentimiento comunista, la fe y la ilusión de los comunistas tenía como base esencial el optimismo (hoy son harapos). Hubiera debido bastarme esa insensatez para alejarme definitivamente de su amistad; pero tenían tal optimismo en sus venas que algunos llegaron a convencerme de que era yo pesimista: yo que soy la flor de la alegría dentro de un mundo que es el túnel de los horrores.

El comunismo universal ha ido sosteniendo esa gran esperanza mientras se sucedían las catástrofes; y es hermoso ver a sus supervivientes, durante todo este tiempo, salir aún a la calle en Moscú con sus. hoces y sus martillos cuando ya los popes y los grandes duques se inflan junto a Yeltsin. Es patético verles en Cuba. La derecha ha copiado muchas cosas del comunismo; empezaron, sobre todo, cuando creían que la Unión Soviética estaba apropiándose ya del mundo. Lo mas extraño es que copiaron del comunismo el mal que ellos creían que era su esencia: un sentido de la mentira, de la propaganda, de la conspiración. Copiaron, también, el optimismo. Quien les ha montado a estos conservadores en España la campaña de este año largo, ha aplicado lo que cree que era base de los movimientos comunistas: la machaconería, la idea de que la mentira-repetida muchas veces se convierte en una verdad (más bien fue nazi esa idea: de Goebbels; pero copiada en Moscú con ahínco), la exterminación del adversario aunque se le vea por tierra. Y el optimismo: la extraña virtud de creerse uno su propia mentira. ¿Es una ley política que, adoptado por la derecha, este fundamentalismo comunista haya encontrado su verdadero hogar? Probablemente: son los que creen que todo poder viene de Dios los que han inventado el dogma de la infalibilidad y de los pronunciamientos ex cátedra: los que tienen una vieja tradición donde no hay perdón ni olvido.

En el verano pasado, la derecha y los propagandistas de su fe, los alquilados para crear el fenómeno, habían comenzado a hablar de caos. La campaña de la inseguridad ciudadana había hecho alguna mella, pero no la suficiente; y se estaba olvidando. La de la corrupción, en cambio, hacía mella. Es un país muy preparado para creer lo peor del próximo. No sé por qué los tratadistas son unánimes en creer que el vicio nacionales el de la envidia, cuando hemos nacionalizado todos los que han estado sueltos por el mundo y por la historia; pero la envidia tiene grandes componentes de todos' los demás, y en este caso de la corrupción iba a prender con eficacia. No hay por qué creer que no la haya habido, ni que vaya a cesar; pienso que no es más excesiva que en otros periodos de nuestra historia; y probablemente este periodo es el de menor corrupción de, por lo menos, el siglo, sí recordamos que hasta la República dio al vocabulario universal de la estafa una palabra estraperlo ( por cierto que el corrompido fue un héroe de la derecha, Lerroux; hasta Franco le despreció después); y si entendemos que toda la dictadura fue una corrupción en sí misma, concretada en un solo robo, el del Estado, y ramificada en miles de millones de venas de corrupciones parciales.

La presa fundamental fue el hermano del vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra: y algo a tener en cuenta es que, aun habiendo perdido las elecciones estos denunciantes -el linchamiento moral, según palabras de la propia víctima-, Guerra y el guerrismo han desaparecido en este verano, en el nuevo Gobierno que está andando sus primeros pasos. Guerra, probablemente, para siempre. Probablemente es injusto (o fue injusto que figurase en el primer Gobierno, o que no saliese despedido en las primeras sospechas); pero es así. Y es una sencilla prueba, al alcance de la óptica de cualquier aprendiz de laboratorio, que esta técnica de la agitación y la propaganda copiada por el derechismo a los comunistas, añadida a la inventada por el nazismo que llevan "en la masa de la sangre", como dice la rotunda frase española, puede terminar dando excelentes resultados.

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