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LA SUCESIÓN DE BALDUINO

De estado unitario a federal

Lluís Bassets

El país que recibió Balduino a los 20 años de edad, en 1951, cuando su padre renunció al trono, era la llamada Bélgica de papá, una potencia colonial y burguesa, dominada por una clase dirigente francófona. La Bélgica que recibe Alberto II, en cambio, es un país que acaba de convertirse en Estado federal después de 20 años de reformas y disputas entre comunidades, en el que la clase dirigente sale fundamentalmente de las clases medias flamencas. -El cambio pacífico y tranquilo de un país al otro se debe, en buena parte, a la labor de Balduino. La reforma del Estado ya está hecha y la doctrina sobre el civismo federal, explicada en el último discurso del rey desaparecido, el pasado 21 de julio, sirve como testamento para orientar el nuevo rumbo, en el que el monarca deberá proseguir la magistratura de influencia en la que Balduino se reveló como un auténtico experto.

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La última reforma constitucional, aprobada hace escasamente quince días en sus últimos detalles, implica la elección directa de los parlamentos regionales -hasta ahora asambleas de parlamentarios-; divide la provincia de Brabante -auténtico núcleo de Bélgica- en dos provincias nuevas, una francófona que se adscribe a Valonia y otra neerlandófona que se adscribe a Flandes; amplía ligeramente las competencias de las regiones y consagra el carácter federal del Estado en el propio articulado del texto fundamental del Estado.

Esta última reforma corona, de hecho, el proceso emprendido hace 20 años, cuando empezó a prefigurarse el llamado federalismo doble (de comunidades lingüísticas y de regiones) característico de este país. Dicho federalismo, además de dispersar poderes y competencias hacia la periferia, ha delimitado la separación lingüística de Bélgica en dos: el Flandes neerlandófono y la Valonia francófona (con dos pequeños enclaves de germanófonos). Como enclave en Flandes, muy cerca de la frontera lingüística, ha quedado Bruselas, la capital flamenca de mayoría francófona, reconocida como región bilingüe.

Los belgas siguen todavía unidos por un sistema de seguridad social único, unos sindicatos que no se hallan divididos por la lengua, la deuda, la política monetaria, el ejército y la justicia. La división electoral del país, con una extraña circunscripción que actualmente engloba a Bruselas y a dos zonas del Brabante flamenco (Halle y Vilvoorde), es otro de los elementos que dificulta la definitiva escisión de Bélgica.

Los nacionalistas flamencos desean un nuevo mapa de circunscripciones electorales, quieren regionalizar la seguridad social y reivindican el carácter exclusivamente flamenco de la capital Bruselas. Estas cuestiones serán posiblemente los caballos de batalla en el debate entre comunidades de los próximos años, aunque el problema de la mutua lealtad federal, formulado por Balduino en términos de civismo, es la cuestión que corroe las relaciones cotidianas entre comunidades. En todas estas cuestiones será decisivo el papel del nuevo rey, que tendrá como primer desafío el saber convertirse en símbolo activo de la unidad del país como fuera su hermano.

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La reforma constitucional no ha entrado, de hecho, en la cuestión central de la soberanía. Sólo el Estado belga tiene plena personalidad jurídica a nivel internacional y las revisiones constitucionales son únicamente competencia de la Cámara de representantes federal. El propio Rey, como nexo de unión y moderador de la vida política, y la Constitución, que garantiza los derechos fundamentales de todos los ciudadanos, sin distinción de región o comunidad, son instituciones unitarias.

Uno de los interrogantes sobre los comportamientos futuros de los belgas que abre la reforma constitucional se refiere precisamente al papel del rey como árbitro, que sólo tiene efectos sobre el Gobierno central, y no incide en cambio en la formación de los futuros Gobiernos salidos de las nuevas cámaras regionales electas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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