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Señorítas

Rosa Montero

Sé que España, que ha sido un país con un nivel de machismo inenarrable hasta hace muy poco, ha cambiado enormemente en los últimos 20 años. Hoy nuestra sociedad sigue siendo sexista, como aún lo son todas; pero se ha mejorado tanto que es como para estar esperanzados. A veces, eso sí, salen a relucir los viejos tics, el antiguo gruñido del gorila. Y es que la mudanza ha sido tan drástica, tan vertiginosa, que hay algunos hombres y mujeres, sobre todo por encima de la línea de flotación de los, digamos, 45 años, que no han podido adaptarse, que no han sabido aprender y se han quedado prendidos de la torpeza de un machismo extremado.Digo todo esto al hilo de ese pequeño y artificial escándalo que algunos han montado por el rechazo de la ministra Alberdi a la palabra señorita. En primer lugar, resulta claro que la lengua de un país es un cuerpo vivo, una sustancia palpitante y pegada a la sociedad de la que emana como las sombras se pegan a los cuerpos. Y así, la lengua se modifica constantemente, cambia al compás de los cambios sociales; y resulta tan inútil intentar alterarla por decreto como tratar de petrificar su evolución. Hace no mucho todavía era habitual en nuestro país el uso cotidiano de la palabra señorito, que hoy resulta totalmente ridículo. De la misma manera, es evidente que ahora el vocablo señorita está en vías de desaparición. Y lo está de una manera orgánica, natural: hoy la pregunta "¿señora o señorita?" suena a antigualla de zarzuela y ha dejado de tener un contenido social. ¿Pero de verdad creen que un pueblo puede evolucionar tanto (en este caso, con respecto al sexismo) sin que eso se refleje en el habla? En fin, me parece que esos pocos que hoy reclaman apasionadamente el uso del señorita se me están quedando los pobres míos tan obsoletos como la palabra.

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