Tres redondos soberanos
Torreón / Carrión, Sánchez, BarreraNovillos de El Torreón (4º, sobrero, en sustitución de uno que salió
descoordinado), tres primeros sin trapío ni fuerza, resto de mejor presencia, lo y 6o inválidos; exageradamente cornicortos y sospechosos de pitones; manejables. Manolo Carrión:estocada corta baja (petición y vuelta); bajonazo (silencio) José Ignacio Sánchez: media y descabello (silencio); estocada corta (escasa petición y vuelta).
Vicente Barrera: dos pinchazos, estocada corta muy baja -aviso- y se tumbL el novillo (ovación y salida al tercio); estocada corta, tres descabellos -aviso- y dos descabellos (vuelta).
Plaza de Valencia, 23 de julio. Segunda corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Valencia José Ignacio Sánchez instrumentó al quinto novillo tres pases en redondo (quizá fueran cuatro), que compendiaban, en sí mismos, todos los fundamentos de], arte de torear. Fueron tres pases en redondo ligados, hondos y armoniosos; tres pases en redondo soberanos, que a cualquier público medianamente aficionado a la fiesta lo hubiera puesto en pie.
El público valenciano, sin embargo, no se puso en pie. Antes al contrario, sentadito se quedó. Los tres soberanos pases en redondo se ve que apenas le conmovieron. El torero lo estaba haciendo bien, eso se le reconocía -y le aplaudieron fuerte por ello- pero no es de la terreta. Y en la ocasión presente el público de Valencia sólo estaba dispuesto a enternecerse con los toreros de la terreta.
La pasión patriótica benefició a Manolo Carrión y a Vicente Barrera, que han nacido en la comunidad. Aunque no por igual. Si bien se mira, el beneficiado máximo resultó ser Carrión, a quien aclamaron más que toreaba y le pidieron una oreja que no merecía. Carrión estuvo muy premioso y desigual en un novillo que era una mona, y a otro tardo no lo consiguió encelar.
Vicente Barrera, en cambio se ganó el aplauso de los paisanos con su toreo arcangélico y llegó a entusiasamarlos. Entonces sí que se pusieron en pie. El toreo de Barrera, no tan hondo como el de Sánchez, poseía una gracia alada, una sutil apariencia de facilidad para embarcar la embestida de los novillos y conducirlos en mágico semicírculo, sin rectificar ni un milímetro de terreno las zapatillas juntas, adheridas a la arena.
Todo esto podría dar la sensación de arrebato metafórico, consecuencia de un súbito contagio de valencianía (lo que puede suceder, naturalmente, comiendo paella), mas no hay arrebato ninguno: fue así, tal cual se cuenta. Un gusto singular, un sentido peculiar del toreo y sus cadencias, es lo que aporta Vicente Barrera y ya se ha convertido en uno de los novilleros de mayor personalidad, a pesar de que llegó hace cuatro días a la fiesta.
¿Qué es torear?, se pregunta la propia fiesta cada tarde de sol y moscas. Y la respuesta podría estar en esa muestra de toreo puro -que instrumentó, ceñido y embraguetado, José Ignacio Sánchez, o en la de toreo grácil que dibujó Vicente Barrera en un lienzo arcangélico. Seguramente la síntesis de ambas muestras nos daría la perfección. Ahora bien, si torear es parar, templar y mandar, el toreo verdadero lo hizo José Ignacio Sánchez en aquellos redondos soberanos y otras tandas posteriores de también muy acertada ejecución.
El toreo de José Ignacio Sánchez descubrió, además, qué ocurre cuando se torea de verdad. Y es que el toro rebaña con sus pitones las femorales; que vuelve de un pase y ya está metiendo la cabezada en el siguiente, con extremo peligro, pues el torero le gana terreno adelantando la pierna contraria y esa es la que se puede llevar por delante al menor descuido. Pasan también muchas otras cosas, en una amalgama de riesgo y mando, de emoción y belleza estética.
Demasiada aventura, torear de semejante forma, para los toreros pusilánimes y ése ha de ser el motivo de que muleteen fuera de cacho, embarquen con el pico, se retiren precautoriamente al rematar el pase, al estilo de Manolo Carrión en sus aclamados trasteos.
Al segundo novillo le sucedió un percance inusual: una banderilla rebotó en la arena y se le clavó entre las patas, junto a los cataplines. Con los movimientos, el arpón debió de hacer allí grandes destrozos e iniciaba José Ignacio Sánchez su faena cuando empezó a manar sangre a borbotones. El novillo se iba a desangrar y el público pidió al diestro que lo estoqueara presto. Posiblemente se perdió la oportunidad de ver otra serie de muletazos soberanos, pero el pobre torito accidentado daba pena, mientras muerto, ya no daba ninguna. Y fue el torero y lo mató.
Babelia
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