El gran gato ruge al anochecer
Una tigresa siberiana de cuatro años de edad convive sin problemas con una familia madrileña
Todas las noches, los vecinos de la finca El Frontón, en Las Matas, barrio del pueblo de Las Rozas (35.000 almas), pueden oír los rugidos de Thay, una tigresa de pura raza siberiana y cuatro años de edad que, noctámbula como todos los felinos, se despereza de su letargo vespertino y anuncia de tan ruidosa manera que quiere cenar.Acto seguido, se zampa sus preceptivos tres kilogramos de carne de caballo (cinco en invierno) y dos gallinas. Eso todos los días, salvo los domingos, en que, como las modelos, ayuna para limpiarse por dentro y mantenerse guapa.
Porque Thay es guapa, y mucho. Es un magnífico ejemplar de una especie en vías de extinción y de la que hay muy pocos ejemplares en España.
Sus 200 lustrosos kilogramos delatan lo bien cuidada que ha estado desde que nació. Su carácter afable y juguetón y sus confianzudos ojos de color caramelo revelan también que no le han dado un palo en su vida. Carece literalmente de garras, pues le fueron extirpadas a los seis meses de edad.
Entre algodones la tiene la familia de su propietario, José Anastasio Moreno Martín, de 66 años, desde que tenía 20 días de vida, en un espacio de algo más de 50 metros cuadrados, que, como dice su dueño, "ya quisieran para sí muchas personas".
No le falta ninguna comodidad. El suelo de su limpia jaula (donde no huele a tigre) es de arena de la playa, para que se tumbe en él cómodamente. También tiene zonas de césped, para purgarse si se ha dado un atracón, una caseta de granito para dormir, una piscina para refrescar su denso pelaje amarillento y un neumático colgado para jugar.
Thay nació el 29 de abril de 1989. Su documentación está totalmente en regla. Es hija de Fuffy y Minna, tigres siberianos importados legalmente en 1986 por el ciudadano belga Charles Borenstein, propietario de un safari park (parque de exhibición donde animales salvajes disfrutan de una aparente libertad).
Se incorporó a la familia de José Anastasio de pura casualidad. Él es un amante de los animales ("soy muy bichero", en palabras suyas) y los ha tratado de cerca, pues ha sido rejoneador y actualmente, aparte de Thay, tiene seis perros y un pájaro cantor que le trajeron de la India. Siempre había tenido la ilusión de criar un felino salvaje y se lo había comentado -"en broma", dice él- a su amigo belga. Éste, ni corto ni perezoso, le regaló a Thay en cuanto su pareja de tigres siberianos tuvo su primera -y única- camada, de dos cachorros.
La madre y el hermano murieron, por lo que sólo quedan ella y su padre para continuar la rama española de la especie. Pero José Anastasio no quiere cruzar a Thay. "No ha visto otro tigre en su vida", argumenta, "y, además, estos animales son difíciles de emparejar. No quiero correr el riesgo, porque la queremos mucho".
La quieren tanto que es como si fuera un miembro más de la familia (compuesta por el matrimonio, tres hijos y cinco nietos). Hasta los nueve meses anduvo suelta con los perros por el jardín de la casa; la esposa de José Anastasio le daba el biberón y ella y uno de sus hijos entran en ocasiones en la jaula para darle de comer o a juguetear. "Aunque jugar con ella te puede traer un disgusto, no por el peligro, sino por la fuerza que tiene", afirma el hijo.
José Anastasio insiste en que la tigresa no representa ningún peligro para nadie, e incluso comenta que los vecinos no le tienen miedo y que a muchos de ellos les deja entrar "a que la vean". Sin embargo, alguna queja vecinal ha habido, y tanto la Guardia Civil como grupos ecologistas han acudido al domicilio familiar para interesarse por las condiciones del animal. "Pero tuvieron que irse con las orejas gachas", añade satisfecho, "porque tengo todos los papeles en regla".
Su satisfacción se torna en mueca de disgusto cuando aborda la cuestión del interés suscitado en los medios de comunicación por su mascota. "La verdad es que no me gusta tanta publicidad", dice, "porque a lo mejor provoca que los ecologistas se presenten otra vez aquí a molestar".
El caso de Thay, pese a lo que tiene de peculiar, no es único. Felinos, galápagos, monos, pájaros tropicales y otros animales más exóticos aún son, cada vez más, moneda corriente en manos de ciudadanos pertenecientes, generalmente, a la clases acomodadas, que son las que pueden permitirse el mantener a especies que necesitan, en su mayor parte, alimentación y cuidados especiales. Dar de comer a Thay, por ejemplo, cuesta 60.000 pesetas al mes, y un veterinario especializado la visita periódicamente.
No todas las mascotas poco usuales tienen la suerte de Thay. En el zoológico de la Casa de Campo de Madrid saben muy bien lo que es tener un capricho como animal de compañía y con el tiempo no saber qué hacer con él. Reciben muchas donaciones de bichos raros, que a veces, incluso, rozan lo extravagante (zorros o erizos, por ejemplo).
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