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"Personalmente desearía la abolición de la pena de muerte", dice el cardenal Ratzinger

El 'guardián de la fe' del Vaticano explica en El Escorial el nuevo catecismo

El cardenal Joseph Ratzinger lo tiene claro. El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe se ha definido por vez primera en público sobre la pena de muerte: está personalmente en contra. El nuevo catecismo de la Iglesia justifica la pena capital. Ahora bien, el cardenal apostilla que su aplicación es compatible con la fe católica. Ratzinger sostiene que el nuevo catecismo era necesario para poner fin a las turbulencias y divergencias surgidas tras el Concilio Vaticano U. A su juicio, afirmó ayer en El Escorial, había que recuperar la unidad de la fe.

"Yo, personalmente, considero deseable la abolición de la pena de muerte", dijo el prefecto del ex Santo Oficio en una comparecencia ante la prensa realizada en el marco de los cursos de verano de la Universidad Complutense. El cardenal señaló a renglón seguido que no se atreve a decir que la pena capital "sea siempre y en cualquier caso rechazable". Y puso un ejemplo. Eichmann, dirigente de la Gestapo con los nazis y uno de los máximos responsables del exterminio judío en las cámaras de gas, era merecedor del máximo castigo, como así ocurrió. En este caso, señaló el cardenal, "se puede pensar que no sería totalmente injusto que el Estado pensara en una_respuesta como la pena de muerte". Es la filosofía recogida en el nuevo catecismo, cuya elaboración coordinó Ratzinger.

Justificada en ciertos casos

El compendio de la fe católica defiende la pena de muerte, la guerra justa o el homicidio siempre en uso de la legítima defensa y cuando el bien a conseguir es mayor que el mal a generar. Quizás por ello Ratzinger matizó que de su "convicción personal" no se puede extraer "la consecuencia teológica de principio de que siempre y en todo lugar la pena de muerte tiene que ser excluida como incompatible con la fe cristiana". Es compatible, aunque el episcopado de Filipinas haya luchado prácticamente hasta la extenuación para evitar que el Gobierno restaurara la pena máxima. El cardenal Jaime Sin, arzobispo de Manila, topó con su propia Iglesia cuando litigaba para evitar el restablecimiento de la pena de muerte en su país.

La tolerancia con respecto a la pena de muerte o la guerra justa y la intransigencia con respecto al aborto, condenable en cualquier situación por la doctrina de la Iglesia, fue justificada por el cardenal Ratzinger: "En el caso del aborto se trata de eliminar la vida de un inocente poniendo por delante el propio interés. En el caso de la pena de muerte se trata de una situación en la que hay elementos de culpabilidad y de peligro para la sociedad".

El malo de la película

El cardenal, que dijo haberse acostumbrado a ser "el malo de la película", defendió el veto de la Iglesia católica a que la mujer acceda al sacerdocio, señalando que Jesús encargó la transmisión de la fe a los 12 apóstoles Varones. El guardián de la ortodoxia añadió que el nuevo catecismo recoge la doctrina tradicional de la Iglesia en materia sexual, aunque en términos más suaves que permiten incluso hacer lecturas como la realizada por un diario liberal, cuyo nombre no mencionó, que consideró que la prostitución es ahora un pecado venial.

Fuera, a los pies del monasterio de El Escorial, media docena de cristianos de base de Madrid criticaban sus posturas. Enarbolaban una pancarta con leyendas que abogaban "por la libertad de derechos humanos en la Iglesia" y criticaban las represiones, marginaciones y expulsiones de teólogos. En un ataúd, los nombres de algunos teólogos que han topado con la congregación que preside Ratzinger: desde Hans Küng hasta Leornado Boff, pasando por los seis claretianos españoles recientemente expulsados de su orden. Los cristianos de base intentaron infructuosamente hacer llegar sus quejas al cardenal, recogidas en una carta.

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