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Tribuna
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La confesión

No habían pasado 20 minutos del discurso de investidura cuando Felipe González, como quien no quiere la cosa, lanzó la noticia bomba: el déficit de la Administración central será del 5% en 1993. Esto es: un déficit total del 6,5%. Hasta este dato, los analistas más conservadores calculaban que el déficit de todas las administraciones públicas rondaría como máximo el 5,7%. En pocas sesiones de investidura ha habido una noticia tan cruda, exenta de florituras verbales. Hace tan sólo unos días, el presidente en funciones había anunciado un "presupuesto muy austero" para 1994, pista que induce a pensar, por ejemplo, en un crecimiento nominal del gasto del 4%. Claro, si se toma un déficit del 6,5% para este año, cualquier ahorro en 1994 será presentado como un programa restrictivo.Una recesión es el momento equivocado para equilibrar el presupuesto. Por el contrario, es el tiempo adecuado para gastar cierta cantidad de dinero para evitar el desfallecimiento de la economía. Pero hete aquí que el déficit público comenzó a engordar en los años de expansión, cuando entonces sólo se trataba de moderar las cosas. Ahora no únicamente es imposible gastar algo de dinero para aliviar la crisis, sino que se hace necesario iniciar el ajuste fiscal. González, utilizando el lenguaje de su rival, José María Aznar, dice ahora que la mejora del déficit debe venir del control del gasto, ya que no es posible aumentar la presión fiscal.

España es un caso singular dentro de los países industriales. En los grandes países, el desborde del gasto en relación con los objetivos iniciales ha representado, en 1992, el 0,7% del producto interior bruto (PIB), y en los pequeños, el desfase asciende al 1%. En los primeros no hay descontrol del gasto y el deslizamiento del déficit se ha debido a una caída de los ingresos fiscales previstos. La conclusión de un estudio de la OCDE sobre el déficit es lapidaria: "España constituye una excepción en el sentido de que el desfase de su déficit es debido completamente a un incremento de los gastos" (Los estabilizadores automáticos: su amplitud y papel).

Algunos países como Finlandia, Noruega y Suecia han tenido que gastar dinero para tapar los agujeros de su sector bancario, una situación que vivió España con la crisis bancaria a finales de los setenta y primeros de los ochenta, que supuso más de un billón de pesetas en ayudas públicas. Uno de los rasgos que moderan la explosividad de la crisis actual es, precisamente, la ausencia de serios problemas en el sector bancario y financiero español. Aterroriza, de sólo pensarlo, el cuadro emergente de una recesión como la actual si, además, las instituciones financieras tuvieran la mitad de los problemas que padecieron en este país a principios de la década pasada.

La confesión de González y las conclusiones de la OCDE podrían servir para una cosa: todo el acento de la política presupuestaria debería estar puesto en el objetivo del gasto más que en el déficit, ya que éste es susceptible de ser controlado, en tanto que los llamados estabilizadores automáticos terminan siempre por jugar la mala pasada a los cálculos gubernamentales.

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