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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En el alma del paisaje

Hace poco más de una década, Fernando Zóbel -de quien tan cerca ha estado la formación de la sensibilidad de Lillo- publicó un libro célebre, El Júcar en Cuenca. Eran, según Zóbel, "fotos de pintor", fragmentos instrumentales que reflejaban una cierta mirada sobre la naturaleza, menos interesada en lo descriptivo que en lo que revela una luz determinada, un brillo, formas y matices de color.Es difícil no recordar aquí ese libro, y más aún a la sombra de esa deuda personal de amistad y conocimiento que Lillo ha reivindicado siempre con orgullo, al enfrentarnos a estas nuevas miradas sobre el paisaje. José María Lillo (Cuenca, 1956) las traslada hoy al lienzo desde un territorio de lenguaje evidentemente bien distinto, en su apariencia, al zobeliano, pero el espíritu más íntimo de la visión sigue secretamente ligado a esa consciencia que trasciende la fachada escénica de lo natural para reconocer, a través suyo, el secreto rumor de sus ritmos interiores. Y estos cuadros del último Lillo nos traen de nuevo el espejeante fluir de la luz en los rincones del Júcar; mas, también, meditaciones sobre otros muchos paisajes del entorno conquense, del perfil de la ciudad a la deslumbrante muralla del Frontón de los Descalzos.En esa prevalenciente y certera intuición fronteriza, que se hace más literal y elocuente en las miradas fragmentarias de los lienzos de menor tamaño, su pintura mantiene su mejor encanto. Pero hay, asimismo, en estos trabajos otro aspecto que, a mi juicio, comporta un notable interés. Me refiero a ese juego con el formato que, desde la complicidad propiciada desde el mismo paisaje, sesga significativamente el sentido de su contemplación. Unas veces, el formato del cuadro se hace extremadamente apaisado, en la tradición de las vistas panorámicas, sumergiéndonos en una continuidad de lectura que, como la propia estructura del motivo paisajístico, sugiere esa temporalidad secuencial propia de la aproximación a la naturaleza que hace la pintura extremo-oriental. Y, a su vez, ante el paso que se abre a una garganta del río, el recurso se invierte ahora hacia un formato radicalmente vertical, como una puerta que se desdobla en el espejo del agua, acentuando la profundidad abismal de la mirada con su misma angostura.

José María Lillo

Galería Egam. Villanueva, 29. Madrid. Hasta el 20 de julio.

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