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La tenaza serbio-croata se cierra

6.500 refugiados musulmanes buscan acomodo en las montañas de Zeljezno Polje

Alfonso Armada

Los cerezos de Zeljezno Polje alivian del sol de julio yugoslavo, pero no de las granadas serbio-croatas. El desvío de tierra y piedras por el que suben milicianos sudorosos y apesadumbrados, que parecen arrancados de una guerra de otra época, nace de la carretera (que llevaba de Zenica a Maglaj. Ahora no lleva a ninguna parte. Y menos desde que los cañones serbios de 105 milímetros la barren sin piedad: el sonido del proyectil perfora el aire limpiamente, apaga el rumor del río Bosna y desata el pánico en el último retén de soldados bosnios antes de Zepce. El obús estalla a menos de cincuenta metros y no provoca víctimas. Más arriba, en las montañas de Zeljezno Polje, 6.500 refugiados musulmanes arrancados de sus hogares en Zepce y Novi Seher, donde la Armija (Ejército) musulmana se bate en retirada ante el poder de la tenaza forjada entre los radicales serbios y el Consejo de Defensa Croata (HVO), buscan acomodo temporal: en casas y bajo los cerezos.Los combates entre el Ejército de Bosnia-Herzegovina, formado mayoritariamente por musulmanes, y los radicales serbios, que han encontrado en las fuerzas del HVO un inesperado aliado para repartirse Bosnia (como han acordado sus máximos líderes políticos, el serbio Slobodan Milosevic y el croata Franjo Tudjman), se generalizan en el centro de Bosnia, donde los musulmanes luchan por conservar el escaso 30% de territorio que retienen en su poder. Pero la suerte militar no está de su lado.

Las fuerzas musulmanas trataban ayer desesperadamente, desde la margen derecha del río Bosna, de impedir el avance de los serbios y croatas, que habían logrado ocupar la ciudad de Zepce y disparaban con tanques y artillería sobre las posiciones bosnias.

Graves pérdidas

Pero las granadas llegaban incluso a Zeljezno Polje, donde ayer cayeron cuatro. Más al norte, en Maglaj, un importante nudo de comunicaciones, los bosnios musulmanes también sufren graves pérdidas. El propio mando de la Armija en Zenica cree que serbios y croatas están a punto de unir sus fuerzas entre Maglaj y Zepce. Si logran cerrar su tenaza, una nueva bolsa de población musulmana estará a merced de la conocida política de limpieza étnica.

Fahrudin Heco, de 32 años, vuelve al frente como muchos otros combatientes, sin nada en las manos y haciendo autoestop. El desorden y el entusiasmo de buena parte de la Armija musulmana recuerdan a las tropas de Pancho Villa. ¿Puede vencer un ejército así? A Heco no le queda duda de que los croatas, con quienes combatían desde hace meses contra los radicales serbios de Radovan Karadzic, abrieron las líneas y permitieron el avance de los tanques chetniks. Así llama Heco a los radicales serbios, y ustachas a los miembros del HVO, el nombre de guerra que les hizo famosos por sus atrocidades durante la II Guerra Mundial.

La comandancia de la Brigada 303 del Ejército bosnio ocupa el restaurante Kavalir, a ocho kilómetros del enemigo y a 30 de Zenica, que junto a Tuzla y Sarajevo son las únicas ciudades importantes de la vieja Bosnia que siguen en poder de los musulmanes. Una miliciana que habla buen inglés y lee a la sombra de un árbol reconoce que la situación "es terrible" en Zepce.

Poco después, una familia formada por los padres, tres hijos y un perro pasa cansinamente ante el restaurante Kavalir empujando un carro con lo poco que lograron salvar de su casa en Zepce: un colchón, dos maletas y algunos enseres de cocina. El padre viste una camiseta del Ejército alemán y un chándal malva.

En los pueblos de Zeljezno Polje, las calles, abarrotadas de milicianos que no quieren fotografías de su derrota y de familias de refugiados, viven una Pascua triste. Pero son circunspectos para el drama. Las ropas de vivos colores de las mujeres musulmanas destacan sobre la hierba. Y bajo los cerezos. Firuza Mehmedovic, de 28 años, llegó hace tres días, el tiempo que lleva sin comer. Ella y sus tres hijos alcanzaron Zeljezno Polje después de caminar durante 14 horas por las montañas desde Kopice, el pueblo cerca de Zepce donde vivían. Su marido, miliciano bosnio, se les unió después. Su casa fue alcanzada por una granada. Con una mezcla de rabia y resignación cuenta que el HVO empezó a matar gente y huyeron monte a través. No sabe qué hacer ni a donde ir. De momento, viven en una casa abandonada. El miedo va dejando casas vacías en un éxodo que no tiene fin.

Jan Kist, holandés al que la tragedia no le despinta el rostro afable, dice en medio de Zeljenzno Polje que "6.500 refugiados han llegado a la zona procedentes de Zepce y Novi Seher". La Cruz Roja Internacional, de la que Kist es encargado de distribución de ayuda desde Zenica, empezó el viernes a repartir dos mantas y comida para un mes a cada uno de los 6.500 refugiados musulmanes. Pequeños paliativos para el desastre.

Con el agua al cuello

Amira Mehic, de 36 años, relata cómo escapó de Zepce: "Por el río Bosna, con el agua al cuello y ayudada por soldados bosnios que se retiraban". Según Amira, "el miércoles, 30 de agosto, los ustachas del HVO empezaron a matar a grupos de personas, mujeres, niños y hombres, en Berek". Berek es una de las plazas más espaciosas de Zepce. Amira cree que los croatas "mataron a unas doscientas personas". Ami ra habla sin desviar sus ojos azules, sin inmutarse y sin dudar, pero su testimonio no puede con firmarlo nadie. Como el de Envez Avdic, de 23 años, un soldado musulmán que todavía no ha empezado a afeitarse, que estuvo combatiendo cerca de Zepce durante ocho días y ayer llegó a Zeljezno Polje para reposar. Pero su descanso, como el de la mayoría de sus companeros, parece una retirada. "Los combates han sido durísimos en Zepce, cuerpo a cuerpo y casa por casa cuenta Avdic casi sin aliento: "Unas dos mil personas, entre ellas muchas mujeres y niños, están bloquea das en un túnel en la carretera que va de Zepce a Maglaj".

Los cascos azules británicos con base en Vitez reconocieron ayer que carecían de datos fidedignos sobre lo que ocurría en la zona, aunque sus informes coincidían en la penosa situación de las tropas bosnias y temían que se formaran nuevas bolsas de población musulmana. Hasta las cerezas acabarán por volverse amargas en Bosnia.

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