La tos
Un sujeto que dejó de fumar tuvo una crisis y volvió a engancharse a ese vicio tan consolador, pero lo hizo a escondidas para no perder aprecio de su familia ni de sus compañeros de trabajo. Había recibido tantas felicitaciones por su fuerza de voluntad que temía decepcionarlo a todos, arruinando de paso su imagen familiar y pública. O sea, que fumaba en el cuarto de baño, como cuando era pequeño, y luego abría la ventana y se tomaba un caramelos de menta para que no le delatara el olor.El primero en descubrirle fue su hijo mayor, un adolescente que jugaba al tenis y hacía senderismo. No dijo nada cuando se cruzó con su padre en el umbral del cuarto de baño, pero hizo un gesto en el que implicó a la nariz de tal modo que los ojos y la boca se pusieron a la órdenes del olfato componiendo un mensaje de censura. La noticia se difundió con rapidez, pues esa noche, durante la cena, notó que era tratado con el desprecio, o acaso la piedad, de un ex rehabilitado. Tras el postre, mientras la familia se agrupaba en torno al televisor para ver El precio justo, él se retiró a cuarto de baño y se fumó un cigarro sin boquilla para notar mejor el peso de la nicotina y de la culpa en el fondo de los pulmones. La nicotina no hizo nada en esa ocasión, pero la culpa resucitó una tos acantonada desde hacía meses en el tejido epitelial de la conciencia.
Con la tos recuperó también su identidad perdida. Entonces, intentó recordar quién había sido durante la época de abstinencia, y vio a un tipo que imitaba sus gestos y que se acostaba en su cama, pero que no era él. Estaba tan excitado por este reencuentro consigo mismo, que entró en el salón riendo y tosiendo como el que vuelve a casa. Pero su mujer le miró y él se dio cuenta de que su casa había sido ya ocupada por el otro.
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