Piedad con Cuba
Por delante, una isla a inspeccionar: un modelo en trance de desaparición. Hay que ir hasta allí a toda prisa, antes de que también esas huellas desaparezcan, pues los vencedores no consienten nunca la supervivencia de vestigio alguno, y en Miami ya hay disputas acerca del botín. No puede resultar complicado encontrar traductores dúctiles para los verbos alemanes liquidar y reincorporar.
El viaje a Cuba comenzó en Schönefeld, ese aeropuerto de Berlín Este que arrastra todavía de la época de la RDA aquel penetrante olor prusiano-socialista a Lysol que ningún producto químico occidental acertó, hasta ahora, a contrarrestar. En ese momento alguien nos ruega que llevemos hasta La Habana, en dos paquetes, medicamentos; la dirección del destinatario, un médico, figura en la documentación. Pues de eso hay escasez en la cercada isla. El bloqueo impuesto desde hace decenios por Estados Unidos, recrudecido en los últimos tiempos, incluye los medicamentos: se quiere que también eso se interprete como un acto humanitario, apropiado para impulsar, por fin, los derechos humanos en Cuba.
El resultado de esa política totalmente juramentada y dura se nos hará pronto visible: las farmacias vacías, el desesperado recurso a los métodos naturistas de la medicina fundamental, el especialmente lamentable estado de las personas mayores, marcadas ya -incluso sin eso- por un racionamiento que apenas logra saciar el hambre.
Naturalmente, puede demostrarse -y vimos pruebas bien conocidas en número suficiente- que la dependencia de la Unión Soviética, impuesta, y no en última instancia, por el bloqueo, le ha dejado a la encerrada. isla un sistema de economía planificada cuya propensión crónica a una economía de carencias la vuelve incapaz de remontar la actual situación crítica. Pero también resulta manifiesto que la potencia ganadora de la guerra fría se ha trazado como meta dejar morir de hambre a Cuba, lo que equivale a decir 11 millones de personas. Los aliados -a la cabeza de todos, la República Federal de Alemania- se atienen disciplinadamente a objetivo tan inhumano como imbécil: se han anulado los envíos de leche en polvo que se hacían a Cuba desde los tiempos de existencia de la RDA; en su lugar, el canciller federal ha abastecido a un país, por lo que se ve tan modélicamente democrático, como Indonesia, con unos cuantos barcos de guerra procedentes de la liquidación de la flota de la RDA. El cinismo de todas las supuestas potencias vencedoras no conoce límites.
Sí, es cierto. Los reportajes triunfales de la prensa occidental aciertan en sus balances: La Habana da una impresión triste. Vacíos o escasamente ocupados, los escaparates muestran la escasez progresiva. En las estanterías de las librerías no prolifera superproducción literaria alguna. Por el contrario, allí donde se venden, a cambio de un pedacito de cartilla, productos alimenticios -verduras aquí, pan allí-, hay colas de personas cuya expresión, ciertamente, no transmite fe alguna en el comunismo; pero que entregarán sus votos pocos días después, a pesar de todo y aunque sólo sea por terquedad, en un proceso llamado elecciones; pero que con su resultado, que se acerca de forma inquietante al ciento por ciento, confirma la estructura de poder transformada sólo ligera y muy tímidamente.
No, no fueron unas elecciones democráticas conforme al modelo y al deseo occidentales. Cierto que, como pudimos observar en un local electoral en Trinidad, todo transcurrió regularmente, hubo cabinas y papeletas dobladas, pero no se permitió que una oposición reconocible como tal se presentase a los electores. En lugar de eso -así se nos repitió una y otra vez-, fue por primera vez posible elegir entre candidatos, entre los cuales había un número notable que no pertenecían al partido único gobernante: médicos, científicos, artistas. El escritor Miguel Barnet, por ejemplo, obtuvo en su circunscripción electoral, con más del 98% de los votos, la confirmación más grande, pero, sin embargo, tomó nota del explosivo resultado más bien con azoramiento: eso le suponía -dijo- una responsabilidad excesiva; se presentaba por primera vez, siempre había sido una figura marginal, y no sólo por ser cristiano. Ninguno de sus libros -agregó- había recibido permiso para ser publicado en los años setenta -que habrían sido los peores-, y ahora este reconocimiento le aplastaba por las expectativas tan grandes que despertaba.
Barnet estuvo con frecuencia en el extranjero. Sus libros, no sólo El cimarrón, gozaron de una difusión amplia. Las dificultades que le causaron partido y asociación de escritores no fueron capaces de empujarle a abandonar el país y a que esquivase, por medio del exilio, las animosidades más grandes. Ve lo que no puede dejar de percibirse, que la revolución establecida se esfuerza por liberarse de los aherrojamientos dogmáticos heredados, que no quisiera seguir estando constreñida por grandes figuras importadas de cuño soviético, sino que quisiera volver a sus comienzos, y encontrar su tradición en el modelo del revolucionario burgués-liberal José Martí. (Fidel Castro no era tampoco comunista cuando con unos pocos hombres y mujeres, al final apoyado por el pueblo, desencadenó la revolución y derrocó al dictador Batista en 1959).
Pero no fue sólo Miguel Barnet; todos aquellos con los que tuvimos ocasión de hablar en La Habana, Trinidad y en Pinar del Río no quieren un segundo Batista, al que ya conjeturan, listo para partir, en Miami. Y todos se refirieron a las reformas necesarias. Nadie tiene derecho -nos dijeron- a convertir los logros de la revolución en sus manifiestos contrarios. Lo decían trabajadores y trabajadoras mayores en los tabacales de los alrededores de Pinar del Río, quienes adquirieron, por medio de la revolución, autoconsideración y seguridad social y que, con toda certeza, extrañan la falta de derechos liberales menos que el visitante occidental, que está allí sólo un corto tiempo, y que aquellos intelectuales que le exigieron, con razón, a Fidel Castro libertad de opinión, en una carta abierta hace ya más de dos años.
Con ellos se jugó muy sucio y se les hizo de todo. La poetisa María Elena Cruz Varela y el poeta y traductor Jorge Pomar fueron condenados a dos años de cárcel. Poco antes de su apresamiento por la policía, al poeta Pomar le golpearon los afamados comandos rápidos. Hoy está libre, pero no se le ha permitido salir de su barrio hasta acabar el tiempo de condena. María Elena Cruz Varela finalizó el mes pasado su tiempo de encarcelamiento.
Pasa a la página siguiente
Piedad con Cuba
Viene de la página anterior
Presenté ambos casos ante un gran número de miembros de la Asociación de Escritores Cubanos, entre los que estaba su presidente, Abel Prieto, que forma parte del comité central del partido único gobernante. Durante casi cuatro horas lucharon entre sí las opiniones, pero no fue sólo mi protesta individual contra un frente cerrado, sino que se produjo más bien una transformación de las visiones. En ninguna respuesta me encontré con aquel cinismo al que dio expresión idiomáticamente creadora, durante la era de la RDA, Hermann Kant. En el fondo, la cuestión era si la publicación de la carta abierta a Fidel Castro en la prensa extranjera, lo que quiere decir en Miami, podía justificar que se criminalizase el caso. Les recordé que la carta de protesta contra la expatriación del cantante Wolf Biermann, firmada por muchos escritores en la RDA, también tuvo que ser publicada en el Oeste, porque el periódico del partido -Neues Deutschland- rechazó la publicación.
Quizá mi comparación con el comportamiento estúpido de los funcionarios de la RDA y mi protesta fundamental hayan hecho reflexionar a algunos de los escritores cubanos allí reunidos, y también a Abel Prieto. Carezco, sin embargo, de cualquier seguridad para esperar que mi objeción pueda servir de ayuda. Transcurrido el tiempo de condena, será posible notar si María Elena Cruz Varela y Jorge Pomar vuelven a ser sometidos a nuevas trabas y fastidios. Sólo queda esperar (que el tan evocado nuevo curso lleve a un comportamiento liberal. Esta mirada retrospectiva a nuestra estancia en Cuba me da la posibilidad de recordarle a la Asociación de Escritores Cubanos y a su presidente su promesa de estar dispuestos a escuchar a los dos autores. Se ha cometido con ellos una injusticia, que no se vuelve menor porque en los Estados que están comprometidos con los intereses norteamericanos -por ejemplo, Turquía o Corea del Surocurran todos los días injusticias mucho mayores.
Las unidades de los patrones democrático-occidentales se han vuelto cuestionables. Ahora bien, una vez que el capitalismo se ha quedado solo con sus responsabilidades, debería percibirse que Cuba, en muchos aspectos, no sólo aguanta la comparación con países estructurados al modo capitalista, sino que ha alcanzado, por el cambio revolucionario, logros ejemplares. El sistema de salud practicado en todo el país, que pone un médico gratuitamente a disposición de unas 800 personas, no se practica en ningún otro país del Tercer Mundo. Veíamos en cada pueblo esa casa de dos pisos, por lo regular única, construida para el médico, una enfermera y, en el entresuelo, las salas de consulta. Los resultados de esa atención sanitaria pueden leerse en los informes de la ONU y en las estadísticas de otras organizaciones mundialmente reconocidas: poca mortalidad infantil y altos índices de esperanza de vida podrían ser modélicos no sólo para los denominados países subdesarrollados, sino hasta para Estados Unidos, cuyo recién elegido presidente busca, a la vista de las escandalosas situaciones en su país, vías de reforma practicables.
Mi referencia no apunta a ciertos objetos de muestra, como clínicas modelo altamente tecnologizadas, o grandes logros en el campo del trasplante de órganos -que, por lo demás, también existen en Cuba-; lo modélico es, más bien, una atención social justa que en México no existe ni siquiera en proyecto. No habíamos casi abandonado la cerrada isla y descubrimos, ya en los pueblos mayas de la península del Yucatán y posteriormente en todos los sitios donde México capital crece a diario hasta lo infinito en nuevas barriadas de chabolas, las carencias manifiestas.
Sé de sobra que incluso un sistema de asistencia sanitaria tan ejemplar tiene muy poco valor en una época que, por voluntad ideológica, se ha prescrito la eliminación de las seguridades sociales. Ya se sabe que la estulticia del triunfo busca siempre nuevas confirmaciones hasta que, al Final, se aniquila hasta el último reducto del ya invisible enemigo. Sin embargo, ¿a quién le ayudaría la vuelta de la clientela de poder y de propietarios cubanos? Al pueblo de Cuba, con seguridad, no. E incluso al poderoso Estados Unidos de Norteamérica debería bastarle ya con la miseria que tiene delante de sus propias puertas -sea en México, sea en Haití-, sobre todo cuando en la propia casa lo único que crece son las miserias.
Al mundo no le hacen falta guerras y guerras civiles, pero sí aspira a un equilibrio social justo. Europa, vuelta más inteligente por los últimos destrozos y a la vista de la tragedia yugoslava, podría dar el primer paso y acabar con un bloqueo que, tras hambre y miseria, sólo puede tener al final como consecuencia la guerra. Caso de que no se tuviese esa visión política, sólo cabe esperar que se ponga en marcha, de modo sustitutorío, el vigilante de turno, el cristiano amor al prójimo: ¡piedad con Cuba!
Tras esa breve visita sé lo que tiene que ofrecer, además de escaseces y un clima delicioso, esta isla digna de ser amada y compadecida: aquella mujer de 94 años que escoge todavía (y desde su décimo año de vida), justo al lado de la tarima, hojas de tabaco, pues en las fábricas de tabaco de Pinar del Río se sigue leyendo todavía en alto para distraimiento y enseñanza -como en otros tiempos entre los cigarreros de Hamburgo- Y algo más: algunos de aquellos 30.000 cubanos de ambos sexos que han estudiado en la RDA, y que han aprendido alemán, ahora pueden atender a los turistas que con el dólar fuerte demuestran, voluntaria o involuntariamente, su bienestar. Y algo que resulta inolvidable: cómo en la feliz infeliz isla los hijos de todos aquellos que cruzaron el mar -blancos, negros y mulatos- saben vivir unos con otros sin que aparezca ese racismo agresivo que se permite el gran vecino hasta desembocar en el asesinato recíproco diario.
Hablar a favor de Cuba significa también cuestionar la persona de Fidel Castro, imposible de pasar por alto. Puede que, a pesar de toda esa retórica que ha mantenido su vitalidad, se haya convertido en un fósil de sí mismo. Eso se decía también del mariscal yugoslavo Tito, hasta que dejó de existir. Hoy el ignominioso fracaso de Europa nos enseña a juzgar más justamente la labor de Tito. Quien quiera hacer desaparecer a Castro debería calcular el vacío que (como Tito) dejará este gran hombre plagado de errores.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.