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A LA INTEMPERIE Los reptiles devoran sin pasión

Juan José Millás

En las afueras de Madrid se juega a la guerra los fines de semana a un precio razonable: los juguetes son señores y señoras disfrazados con vestidos militares y armados con escopetas que disparan bolas llenas de pintura; el tablero de juego es un pueblo llamado Pelayos de la Presa; el jugador no sabemos quién es ni desde dónde mueve las piezas. Los promotores de la empresa fabricante del juego lamentan que éste tenga fama de peligroso y de haber servido de entrenamiento para grupos terroristas. Los terroristas son unos chicos llenos de ideales que se quitan las tensiones poniendo bombas debajo de los coches. Les da pereza desplazarse a 50 kilómetros de Madrid y lo de usar bolas les parece cosa de niños. Está bien para aprender, pero uno crece y tiene que enfrentarse a la realidad, si es posible, a un precio razonable.Se trata de matar fingida o realmente, de llevar a la práctica las fantasías infantiles de guerra sin correr ningún riesgo. Es cierto que los muertos y los mutilados reales no estaban jugando, pero era gente vulgar que iba a ganarse la vida, o al colegio, o a tomar un café: existencias así, cuando se está lleno de ideales, no valen un duro.

Todos hemos tenido ideales de pequeños, pero esas tendencias agresivas, ese instinto homicida, se va transformando con el tiempo, o eso dicen, para reconvertirlo en algo noble. Quizá no hayamos hecho muchas cosas nobles con la materia prima de que disponíamos, pero el producto sin elaborar, sobre todo cuando lo ves en una de tus calles de referencia, te pone los pelos de punta. Conozco el barrio de la explosión como la palma de mi mano. Lo he recorrido desde niño, real o imaginariamente, miles de veces; he comprado optalidones en la farmacia de la glorieta de López de Hoyos (antes Ruiz de Alda) y adquirido el periódico en el quiosco de enfrente. Dando la vuelta a la esquina, entras en Joaquín Costa y a unos metros hay una tienda de reptiles, donde las serpientes devoran sin pasión ratones vivos. Es lo que le pasa a las serpientes a diferencia de los chicos de ETA, que como no tienen ideales no disfrutan con el ruido de los huesos quebrados.

El caso es que es un barrio por el que me gusta pasear imaginariamente porque crecí recorriendo sus calles. En la distancia que va desde el mercado de López de Hoyos hasta el Vips que hace esquina con Velázquez me hice mayor. Por López de Hoyos pasaba un tranvía -el 40- en cuyos estribos me he jugado la vida más de una vez. El cuerpo del barrio ha cambiado mucho desde entonces, pero tampoco el mío es ya el que se agarraba a las cuerdas de los troles para viajar gratis; por otra parte, he estado más atento a su transformación que a la mía, de manera que continúo viéndome en sus calles y en las fachadas de sus casas. Por eso, a veces, cuando cierro los ojos para dormirme, imagino que bajo por López de Hoyos en dirección a Ruiz de Alda, y que a medida que avanzo crecen mis pantalones cortos, de manera que al llegar a la altura del cine, que ahora es un salón de bodas, ya voy con mis primeros pantalones largos, aunque ninguna de las chicas que se cruzan conmigo parece darse cuenta; en el cruce con la calle de Cartagena ya soy un joven francamente desdichado: las chicas siguen sin enterarse de que soy mayor.

En el Vips tengo mis aspecto actual y, aunque he conseguido el sueño de mi vida, ser mayor, me encuentro como en el útero materno: todo lo que necesito -libros, discos, ensaladas, periódicos- está al alcance de la mano. Lo malo es que para llegar al Vips he de pasar imaginariamente por Ruiz de Alda, y, desde el lunes pasado, cuando alcanzo esa plaza estalla una bomba imaginaria que no me deja continuar creciendo.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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