El divorcio de Ulises
Teorema de Ferraz: Felipe quiere guerra, pero Guerra sólo quiere que le quieran. ¿Cómo evitar, en tales circunstancias, el divorcio?Lo llamativo de este primer pulso no es que lo haya ganado González, sino que lo haya hecho en el sanedrín guerrista. Ahora sabemos que pudo haberlo perdido: habría bastado la presencia del asturiano ausente o que Carmen García Bloise no se hubiera abstenido. Al plantear la cuestión Solchaga en tales condiciones y con tan alto riesgo, Felipe González demostró que esta vez iba en serio. Pero ¿por qué Solchaga? Caben dos explicaciones extremas: a) porque tenía que sacarlo del Gobierno y no sabía dónde colocarlo; b) porque si el partido es felipista, Felipe es solchaguista. Puede que ambas sean ciertas, siendo la primera la que ha hecho aflorar (como en el psicoanálisis) la segunda.
La política que ha hecho González ha sido fundamentalmente la de su ministro de Economía, con la particularidad de que algunos de los fracasos de esa política han sido consecuencia de haber desoído las advertencias de Solchaga (respecto al déficit, por ejemplo). Es posible, por ello, que Felipe González se considere en deuda con él y quiera conservarlo cerca para la perestroika que se comprometió a impulsar.
La cuestión es si tal perestroika será posible *Sin el aval de Guerra. González ha conseguido evitar que su partido fuera arrastrado por la crisis de la izquierda (y la crisis a secas) porque giró a tiempo hacia -posiciones (digamos, para simplificar) de centro. Pero esos giros fueron admitidos en su partido porque Guerra los avaló como meras adaptaciones tácticas destinadas a avanzar mejor hacia el objetivo final. Entonces, si se consuma el divorcio, serán dos las comprobaciones a realizar. Por supuesto, la de si es posible un guerrismo que no sea un componente del felipismo; pero también la de si éste puede transformar el partido socialista sin la complicidad de aquél.
En el 33 Congreso se verá, pero la votación del viernes proporciona una pista interesante. Todos los responsables de área de la Ejecutiva, menos uno, votaron con Guerra, pero todos los representantes territoriales, menos uno, lo hicieron con Felipe. Tal vez, entonces, el esquema clásico que oponía al secretario general y gobierno, por una parte, frente a vicesecretario y aparato, por otra, deba completarse con un tercer vértice: los barones regionales, cuyos intereses están en general más ligados a la popularidad del líder nacional que al aparato que tiene su sede en la madrileña calle de Ferraz. De la inclinación de esos dirigentes territoriales depende en buena medida que el divorcio divida o no al partido.
Los nacionalistas catalanes habían exigido saber quién manda en el PSOE antes de pactar con él. En las próximas horas tendrán una respuesta. De momento, Felipe González ha salido a la ofensiva, y al elegir a Solchaga como estandarte, a sabiendas de lo que eso podría suponer en el sanedrín, ha actuado como Hernán Cortes quemando las naves. Mejor dicho, como Ulises atándose al palo mayor para impedir ser conducido de nuevo al tálamo.
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