Una cumbre entre el paro y la guerra
DOS HAN sido las cuestiones esenciales de la recién finalizada cumbre comunitaria en Copenhague: por una parte, la preocupación de los países miembros por la recesión económica general y muy particularmente por el aumento y consolidación del paro. Por otra, todo lo concerniente a la actual guerra en la antigua Yugoslavia. Paro y guerra, dos palabras que al coincidir en el tiempo generan desesperanza cuando no desolación.En el ámbito específico del desempleo, la cumbre ha decidido encargar al presidente de la Comisión, Jacques Delors, la elaboración de un Libro Blanco en el que la salida de la recesión, la generación de empleo y la recuperación de la competitividad de las economías europeas a medio plazo, en el horizonte del año 2000, sean el centro del informe. El Consejo Europeo que se celebrará en Bruselas en el próximo diciembre deberá poder discutir las propuestas que presente Delors. Se intenta así aproximar las discusiones y planes macroeconómicos a la angustiosa realidad cotidiana del continente.
A juicio del presidente de la Comisión es imprescindible la disminución de los costes salariales y el aumento de la productividad. A ambas medidas se añaden peticiones más específicas: desde la bajada de los tipos de interés (aunque en honor a la verdad la clave reside en las decisiones del Bundesbank y no en las que puedan tomar conjuntamente los 11 bancos nacionales restantes), hasta la reducción de los déficit públicos y la flexibilización del mercado de trabajo. En todo caso, la cumbre de Copenhague ha dejado constancia de la preocupación de los Doce por tratar de encontrar soluciones inmediatas a la crisis. El informe Delors, sin embargo, pretenderá ir más lejos: de una crisis, por grave y global que sea, se acaba saliendo con mayor o menor dificultad; lo que importa es crear a medio y largo plazo el marco macroeconómico indispensable para que no se repitan sus tremendos efectos.
Otro de los temas esenciales tratado en la reunión de Dinamarca es el de la ampliación comunitaria a un número creciente de países que han presentado su candidatura y contra los que no hay razones muy sólidas de rechazo. Mal puede la Comunidad reunida en Copenhague atribuirse el título de "europea" si deniega o retrasa la incorporación de unos cuantos aspirantes, algunos de los cuales cumplen con las condiciones políticas y económicas aún mejor que varios de los propios miembros. Los antiguos países de la EFTA -Austria, Suecia, Noruega y Finlandia- y los hasta hace poco países del socialismo real -Polonia, Hungría, República Checa, Bulgaria y Rumania-, bautizados con el nombre de PECO (Países de Europa Central y Oriental), han emprendido, cada grupo por su lado, las negociaciones que habrían de llevarles a acceder a la CE.
Las dos condiciones para llegar a ser miembro de la CE son tener un régimen político democrático y disfrutar de un sistema de economía de mercado. Los nueve países citados cumplen con tales condiciones, aunque el grado de desarrollo económico no sea homogéneo y, en el caso de los PECO, requieran mucha ayuda para el despegue. Ello ha impulsado a la presidencia semestral danesa, recogiendo la propuesta de los comisarios de Exteriores y Comercio de Bruselas, a lanzar un primer diálogo con los PECO mediante la institucionalización de la cooperación política y económica. A éste seguirá, en un futuro más o menos próximo, la creación de un Espacio Político Europeo que, a su vez, abriría las puertas de las negociaciones de adhesión a partir de 1997.
La primera opción de diálogo CE-PECO no deja de parecer una excusa para divagar y recuerda a un cacareado e inútil "diálogo CE-países árabes" que ha languidecido durante años sin resolver absolutamente nada. En cuanto al Espacio Político Europeo, también recuerda al primer paso de la adhesión de los países de la EFTA, la constitución del Espacio Económico Europeo, que debe conducir al término de las negociaciones de acceso de los miembros de la EFTA en 1995.
Tal vez la cumbre de Copenhague no haya resultado memorable. Pero el hecho de que los asistentes hayan buscado fórmulas solidarias para salir de la crisis es indicativo de un tímido deseo de empezar a superar la ola de europesimismo que fue consecuencia de la firma del Tratado de Maastricht. Excelente reanudación: muchos de los socios habían olvidado la vocación política de la CE y la filosofía que les había llevado hasta Maastricht. Es irónico que sean los pretendientes de la EFTA y de Europa central y oriental quienes se lo hayan tenido que recordar.
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