Sombras chinescas en Madrid
Estoy siguiendo apasionadamente la serie de artículos sobre los chinos en Madrid que Javier Casqueiro y Francisco Peregil vienen publicando en estas páginas desde los primeros días' de junio. En la primera entrega se revelaba un dato sorprendente: que los chinos afincados en la capital no se morían o se morían poco en relación con otros colectivos. Por lo visto, en los últimos cinco años sólo se han registrado ocho fallecimientos. Pero esto no es todo: además de no morirse, los chinos pierden continuamente el pasaporte y proclaman la pérdida en las páginas de anuncios por palabras de algunos periódicos.Naturalmente, todo esto no es cierto: sería un desafío a las leyes de la naturaleza y del azar. Es decir, que los chinos se mueren como cada hijo de vecino (en China los ejecutan cuando, para no extinguirse de hambre, cazan especies en extinción como los osos panda); en cuanto a los pasaportes, los pierden con la misma cadencia que otras nacionalidades. Lo que pasa es que disimulan muy bien. No es difícil imaginar que debajo o detrás de estas apariencias respira un mundo de mafias organizadas que trafican con pasaportes y ciudadanos chinos, vivos o muertos.
Pero eso no es quizá tan importante como el descubrimiento de que al fin en Madrid, como en todas las grandes capitales del mundo, se ha instalado, o está en vías de instalarse, la diinensión china. La China, además de ser un país, es una facultad del alma que los chinos metaforizan con cierta minuciosidad. Ese juego entre la realidad y la apariencia -tan propio del alma- no sólo lo representan con los pasaportes y la muerte, sino consigo mismos, confundiendo al observador acerca de su edad o de su sexo. La policía dice que es muy difícil saber la edad de un chino, pero señala también que cuando tienen entre setenta y ochenta años tampoco es fácil determinar su sexo. Por cierto, que en uno de los artículos de esta serie nos contaban que una banda de hispanos se dedicaba a introducir en Madrid ilegalmente a chinos que se hacían pasar por dominicanos. Otra vez el juego de la apariencia y la realidad. ¿Quién es capaz de disimular la muerte, fingir la pérdida de pasaporte, ocultar la edad y confundir al otro acerca de la nacionalidad y el sexo, todo de un solo golpe? Sólo el alma o, en su defecto, un chino. Si hasta el chino Fujimori resulta que es japonés.
Además, para llevar a cabo una parte de este juego, utilizan la zona más ambigua de la prensa: los anuncios por palabras. ¿Quién se cree de verdad que en la mayoría de los anuncios por palabras se vende realmente lo que se dice que se vende? Hace poco leí uno que decía: "Viudo reciente vende cama y colchón -de matrimonio con manchas de café. Precio a convenir". ¿Es eso un anuncio o una elegía? ¿Una operación comercial o una canción desesperada? Leo con frecuencia otro que dice: "Vendo bombona de butano vacía a mitad de precio". ¿Lo que se pone real mente en venta es la bombona o el vacío que contiene?
O sea, que estamos ante una dimensión del alma que no había llegado a Madrid, o que no había aflorado has ta que Peregil y Casqueiro empezaron a preguntarse por qué los chinos se morían tan poco y ponían tanto empeño en perder el pasaporte. Es seguro que en tomo a esa dimensión están naciendo también organizaciones mafiosas y, en fin, actitudes de lictivas nuevas, pero lo más importante de esta dimensión, ya digo, sería la capacidad de inyectar en Madrid una dosis budista de indiferencia, de manera que todo nos llegue a dar lo mismo, incluso que nos corten el tráfico una semana para atender a un jefe de Estado de otra dimensión. En las sombras chinescas lo irreal es la mano.
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