¡Cerramos!
Europa tiene miedo. ¿De qué? ¿De los extraterrestres? No, de los extracomunitarios. ¿Cómo son esas personas que tanto miedo le dan? ¿Altas? ¿Bajas? ¿Deformes? No, son personas como ustedes y como yo. Como ustedes, no sé. Como yo, sí. ¿Qué es lo que hacen que resulta tan inquietante? Trabajan, comen y duermen. También procrean.En realidad, Europa tiene miedo de sí misma o, para ser más exactos, de su pasado. Estas personas desplazadas no han venido a Europa de un día para otro. Al principio fueron a buscarlas, las arrancaron de sus familias, de su tierra, y las instalaron en fábricas, en minas, en obras, porque, en esa época, Europa estaba en guerra y tenía escasez de mano de obra. Cuando le: faltaron hombres en el frente, reclutó a algunos de estos inmigrantes, que hicieron la guerra y participaron en la liberación de Francia.
Todo esto se ha olvidado. Ya no se habla de ello. En la historia se hacen agujeros y se arrancan páginas. Se prefiere hablar del presente inmediato, legitimar el miedo colectivo, el miedo al extranjero, el miedo a la incertidumbre, el miedo a la verdad. Hoy, Europa apaga las luces para indicar que la fiesta ha terminado y que hay que volver a casa. Es como cuando en un café quieren cerrar y hay algunos clientes que se demoran en la barra; empiezan a colocar las sillas, las apilan unas sobre otras, apagan y encienden alternativamente la luz; luego apagan, y hasta utilizan la violencia.
La casa Europa ya está construida. Todas las obras están terminadas. Los albañiles tienen que recoger sus aperos y marcharse a su casa. Hay basureros, barrenderos, limpiadores de cristales, los hay que trabajar en las cadenas de montaje, los que construyen, los que derriban, los que recogen las piedras y el barro, etcétera. Si no comprenden que ya no se les necesita, se recurre a la ley y a la policía. Si es necesario, se cambiará la ley, y al cuerno con lo que diga la democracia. Eso es lo que acaba de hacer la Francia de Pasqua. Se ha echado el cerrojo a puertas y ventanas: nuevas leyes para la adquisición de la nacionalidad; control de identidad; interrupción de toda inmigración y lucha contra la inmigración clandestina; multiplicación de las dificultades para la obtención de un visado para visitar Francia. Una vuelta de tornillo que es la aplicación del programa de extrema derecha de Le Pen.
Que la Iglesia de Francia, la Liga de los Derechos Humanos, el colegio de abogados, los sindicatos y las asociaciones antirracistas denuncien estas nuevas leyes de inmigración no cambia nada. La derecha ha llegado al poder y tiene que demostrar que es realmente de derechas.
Pero, ¿qué habría hecho la derecha si no hubiera inmigración? La habría inventado para justificar su política. Desde hace mucho tiempo, algunos políticos europeos han hecho lo imposible por identificar inmigración e inseguridad, inmigración y delincuencia, inmigración y paro. La amalgama es sistemática. Lo que da muestras de la falta de imaginación de estos hombres que se apoderan del tema de la inmigración para complacer a sus electores y hacerles creer que están saliendo de la crisis.
Cuando los europeos se reúnen para hablar de la inmigración, es a los ministros de Interior a quienes se convoca. Para ellos es algo inscrito en el ámbito de la policía y de la represión. Un tema que también gusta a la extrema derecha. Y pasa a menudo a la acción. En Alemania, desde principios de año, nueve personas (inmigrantes) han sido asesinadas por la extrema derecha, y 17 lo fueron el año pasado. En Francia, las acciones racistas son frecuentes y a menudo se saldan con víctimas mortales. A veces esas muertes se consuman en las comisarías de policía. Los movimientos de rechazo se agitan por toda Europa, incluso en España, incluso en Italia, países de emigración, convertidos hoy en países de inmigración.
¿Qué hacer? El cierre de las fronteras es ilusorio. Se confunde a los clandestinos con los legales. Se mete a todo el mundo en el mismo saco y se sospecha de cualquier extranjero que solicite el asilo. De hecho, si los inmigrantes fueran ricos no habría ningún problema. La pobreza no es agradable, para eso hay un umbral de tolerancia. Europa teme a la pobreza como si fuera una enfermedad contagiosa. La solución estaría en lo siguiente: hacer que todos los inmigrantes tengan sustanciosas cuentas bancarias. De pronto dejarían de ser una carga, se volverían simpáticos y se les ofrecería en bandeja de plata la nacionalidad, simple o doble, ¡y la Legión de Honor!
Este fin de siglo estará, desgraciadamente, marcado por desplazamientos humanos imprevistos e incontrolables. África, destrozada por la sequía, el hambre, las dictaduras, las guerras de clanes, el sida, se desplazará. El estrecho de Gibraltar se convertirá para algunos en un cementerio. Para otros será su última oportunidad. Los países del Este también van a dirigirse hacia la Europa desarrollada. Los italianos se acuerdan de la espectacular llegada de los albaneses.
La solución se encuentra, pues, en el Sur, en las nuevas relaciones entre el Norte y el Sur. Sólo una ayuda masiva y racional al desarrollo de los países de emigración podría frenar este flujo migratorio. Pero la Comunidad Económica Europea no prevé esta solución. Acaba de gravar con impuestos el tomate marroquí. En cuanto a los pescadores españoles, se aprovechan tranquilamente de las costas marroquíes, que son particularmente ricas. Parece que a los japoneses les gusta mucho nuestro pescado.
Europa olvida el pasado y prefiere hacer de los inmigrantes los chivos expiatorios de todos los males que la acosan o la amenazan. Hay que tener el valor de decir la verdad a los ciudadanos: existen soluciones y hay sitio para todo el mundo, por lo menos para los que han participado en la construcción y la prosperidad de Europa, esos cuyos hijos -que no son inmigrantes porque no han hecho el viaje- quieren integrarse y darle a este continente algo de color.
Europa es corta de memoria. Es una mala señal: envejece. Si los hijos de inmigrantes le proponen una cura de rejuvenecimiento (gratuita), sería una desgracia que la rechazara. Y, sin embargo, eso es lo que está pasando. Es una lástima y una injusticia.
es escritor marroquí, premio Goncourt de novela en 1987.
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