Errático Clinton
LOS CINCO primeros meses de gestión del presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, han estado marcados por las dudas, la contradicción y el carácter errático de muchas de sus decisiones. Dos de las últimas muestran que no existen indicios de que esta trayectoria vaya a enderezarse a corto plazo: el nombramiento de un viejo colaborador del antiguo presidente Ronald Reagan para cumplir el trabajo de comunicación de la actual Administración demócrata y la retirada de una mujer de raza negra y de claro historial progresista de la candidatura para dirigir la política de derechos civiles.Bill Clinton llegó a la Casa Blanca con una holgada victoria electoral basada en sus promesas de regeneración, cambio y recuperación económica. Su campaña consiguió levantar los ánimos de un país que languidecía en medio de la recesión económica y que acusaba los efectos negativos de 12 años de Gobiernos republicanos. Parecía ser el hombre de los homosexuales, los enfermos de sida y los abortistas, pero también de los grupos religiosos moderados que no comulgaban con el republicanismo radical. Probablemente, desde John Kennedy, ningún presidente norteamericano consiguió despertar tal volumen de esperanzas entre tantos sectores diversos de los ciudadanos.
Ese mérito, que lo fue, se ha convertido ahora en uno de los principales obstáculos para el éxito de la Administración demócrata. Fueron tantas las promesas que Clinton hizo, tantos los grupos de los que se declaró representante, tantos los compromisos asumidos, que hoy, enfrentado a la dificil realidad del gobierno diario, ha conseguido defraudar a casi todos.
De ahí que sea su credibilidad, incluso más que su popularidad, la que ha sido puesta en cuestión en estos cinco primeros meses de su mandato. Sin embargo, todavía es pronto para emitir un juicio contundente sobre su gestión. Su programa económico está todavía en discusión, su ambicioso plan de reforma del sistema sanitario no ha sido presentado aún y los acontecimientos internacionales no le han dado todavía oportunidad suficiente para brillar como líder mundial.
Lo que sí es indudable es que Clinton ha desaprovechado en buena parte esos 100 días de gracia de su Gobierno. El presidente norteamericano ha roto muchas de las promesas hechas -los impuestos de la clase media, la inversión pública en infraestructura, los homosexuales en el Ejército, el refugio para los haitianos y otros asuntos menores- y ha conseguido, en un tiempo récord, ganarse la antipatía de sectores tan diferentes como el Pentágono, que no le perdona su escapada de Vietnam, y el caucus negro del Congreso, que se siente decepcionado por la actuación del presidente en los asuntos raciales.
En cuanto a la política exterior, Clinton intervino a tiempo y con acierto para respaldar a Borís Yeltsin en un momento crítico de la situación en Rusia. Pero después dudó y rectificó lo suficiente en su política sobre Bosnia como para que EE UU haya perdido una gran posibilidad de dirigir de forma positiva los acontecimientos en la antigua Yugoslavia.
S"u reciente decisión de apoyar con tropas estadounidenses una misión ofensiva de la ONU en Somalia ha sido presentada por Clinton como el inicio de una actitud más activa de su Administración en los conflictos que amenazan la paz mundial. Pero habrá que ver si, además de determinación, Clinton tiene la clarividencia que requiere el liderazgo internacional en otros frentes mucho más complejos que el somalí.
Las encuestas de popularidad en EE UU demuestran la profunda decepción que la política de Clinton ha provocado hasta el momento. Pero, con ser grave, eso no es lo peor de lo ocurrido en estos cinco meses. Al fin y al cabo, la popularidad se puede recuperar en un par de golpes de suerte. Lo peor de este comienzo de administración es que ha dejado, dentro y fuera de EE UU, la sensación de que la primera potencia mundial está en manos de un hombre que produce desconfianza.
Un articulista de The New York Times escribía recientemente que, después de la guerra fría, el mundo necesitaba de un liderazgo positivo por parte de EE UU, y que la actuación de Clinton hasta el momento había esparcido una ola de miedo por las principales capitales del mundo. Admitiendo que, con ocasión de la crisis de Bosnia, Clinton hizo un esfuerzo elogiable por escuchar a sus aliados europeos de igual a igual, es innegable también. que los europeos ven hoy al nuevo inquilino de la Casa Blanca con más recelo que respeto.
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