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XLV BIENAL DE VENECIA

Una patética escasez de ideas

El pabellón de Alemania, mas por impresionante instalacion de Haris Haacke, titulada Germania, en su sala central, que por la de Nam June Paik, que lo está en la posterior, es sin duda uno de los más acertados de esta edición de la Bienal. También destacan los de Bélgica (Ver cruysse), Francia (Raynaud), y España (Tàpies y Cristina Iglesias).También merecen ser tomados en consideración por diversos motivos los de Estados Unidos de Norteamérica (Louise Bourgeois), Hungría (Kosul'h), Reino Unido (Richard Hamilton), Rusia (Kabakov). El resto es, por lo general, de un tono medio digno, que no ofende, pero tampoco interesa en exceso, salvo la presentación de la nueva pintura china, patrocinada por Armani, aunque lo que esta selección oriental puede tener de atractivo se oscurece con el acompañamiento incomprensible de una muestra de arte letrista. y una instalación de Yoko Ono.

Respecto a la obra antes citada de Hans Haacke (una gran fotografía de Hitler y Mussolini inaugurando la Bienal de 1936, que flanquea la entrada de una sala vacía con el suelo destrozado), creo que posee un efecto rotundo, que podría convertirse en una de las piezas más memorables de la Bienal, sino fuera, por la que, con la misma intención, ha realizado en el pabellón central el francés C. Boltanskil en este caso rememorando la edición de 1938, instalación ésta que resulta ciertamente menos espectacular, y fácil, pero también más eficaz, crítica y profunda. En cualquier caso, me parece muy oportuno que ambos artistas hayan dirigido su mirada a estos antecedentes históricos de la Bienal, que no sólo son el pasado de la misma...

Lo que ha ocurrido este año con la sección de Aperto, dedicada desde 1980 a la presentación de nuevos valores, me ha recordado lo que vi hace unos meses, a propósito de la selección de jóvenes artistas americanos, en la Bienal del Whitney: una calidad paupérrima plena de buenas intenciones morales. Parece como si el despliegue de truculencias y efectismos estuviera en relación directa con una falta de fondo fuerte y, naturalmente, una escasez patética de ideas innovadoras. Con presupuestos éticos hoy asumidos por la clase media liberal de Occidente y con criterios estéticos de escuelas de arte universitarias, se puede aspirar a un diploma de buen ciudadano y tener toda clase de becas, pero no a crear una inquietud que genere un vacío en el estómago del contemplador, el único medio para que el arte haga reflexionar y no sea un mero programa social.

Precisamente una lección de esa irreductibilidad, crítica que caracteriza al arte de verdad se puede comprobar en la exposición monográfica que se ha dedicado en homenaje a Francis Bacon (Museo Correr), maravillosamente seleccionada e instalada por David Sylvester y que es, sin duda, uno de los pocos puntos de intensidad de la actual Bienal. Aunque resulte menos contundente por sus excesivas pretensiones pedagógicas y su transparente diseño light, también resulta aleccionadora a este respecto la que sobre Marcel Duchamp se exhibe en el Palazzo Grassi, que coincide con la Bienal, más sin pertenecer a ella.

Del resto de exposiciones apenas se puede apuntar nada relevante en un primera visión crítica de urgencia, pues son muchas iniciativas de escasa sustancia.

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