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Rosa Montero

Ya sé que el horror es múltiple y variado, y que nos hemos acostumbrado a vivir con él a las espaldas: los niños apergaminados por la desnutrición en Somalia, los turcos quemados vivos por los nazis en Alemania, los magrebíes ahogándose, de pura desesperación en las frías y mercuriales aguas del Estrecho.

Hay un sufrimiento, sin embargo, que a los occidentales nos parece más propio, por afinidad histórica y geográfica, por cuestiones de clase y de cultura: hablo de la ex Yugoslavia, de sus niños mutilados, de sus mujeres violadas y degolladas por vecinos antaño serviciales, del éxodo, del exilio y la infinita pérdida. Un grupo de españoles que acaba de visitar aquello ha vuelto diciendo lo que muchos dicen: que aquel espanto nos resulta aún más espantoso "porque los ex yugoslavos son como nosotros". Esto es, clases medias blancas y europeas arrojadas violentamente de su pequeño mundo, profesionales que vivían con su gato y su vídeo en un chalé adosado y que ahora han sido devorados por la negrura. Todo esto, claro, es puro etnocentrismo: no hay más dolor en el drama balcánico que en el somalí, pongo por caso. Pero es cierto que la pesadilla yugoslava es nuestra pesadilla, que podemos apreciar mejor la magnitud de la catástrofe porque conocemos las coordenadas. Pues bien, pese a esa cercanía cultural, tampoco en este caso hacemos mucho para detener esa barbarie.

Un grupo de mujeres profesionales españolas ha puesto en marcha una campaña para mandar, vía Cruz Roja y Cáritas, ayuda humanitaria a la zona. Han abierto una cuenta (España con la ex Yugoslavia, número 51500/6) en el Central Hispano, y recogerán ahí las donaciones hasta el 12 de junio. Aunque aportar unas cuantas pesetas que nos sobran no es gran cosa, siempre es mejor que nada.

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