El palacio de las pipas
La plaza de Las Ventas se convierte en el palacio de las pipas cuando anuncian la que llaman corrida de rejones. Acude la clientela en masa, provista de buen cargamento, y se pasa las dos horas y media de festejo clis, clas, chacachaca, cascando la vianda, bien según la técnica tradicional, bien según la moderna.La técnica tradicional es en boca, con descascarillamiento preciso templando la presión dental, selección del fruto mediante ágiles movimientos de lengua y luego se escupen las cáscaras por el colmillo, normalmente sobre la espalda del espectador que se sienta delante. Algunos virtuosos de la pipa saben hacerlo sobre el mismísimo cogote, con la precisión propia de los tiradores de élite. La moderna es propia de piperos principiantes, que después de morder la pipa necesitan abrirla a mano y sacar la semilla con las uñas. Estos tienen buen cuidado en tirar las cáscaras directamente al suelo porque depositarlas en la espalda del espectador de delante sería mala idea.
Albarrán / Cuatro rejoneadores
Toros despuntados para rejoneo de Luis Albarrán, varios querenciosos, que dieron juego en general. Javier Buendía: rejón caído y rueda de peones (aplausos y salida al tercio). Ginés Cartagena: rejón atravesadísimo descaradamente bajo, rueda de peones y rejón traserísmio (oreja). Fermín Bohórquez: rejón bajísimo cerca de la pata y rueda de peones (vuelta). Javier Mayoral: rejón que rebota y otro muy trasero atravesado caído (oreja). Por colleras: Buendía, rejón muy trasero, rueda de peones más otra de caballos, y Mayoral, rejón caído (oreja). Cartagena, rejón atravesadísimo bajo, rejón caído y Bohórquez, pie a tierra, cinco descabellos (vuelta). Mayoral salió a hombros por la puerta grande.Plaza de Las Ventas, 29 de mayo. 22ª corrida de feria. Lleno.
Los rejoneadores, mientras tanto, galopan y cortan el viento allá abajo, provocando el entusiasmo de la multitud. Le clavan al toro rejones y banderillas, por supuesto, pero lo que más gusta y divierte son las galopadas levantando espesa polvareda, y si el rejoneador pone el caballo de manos, eso ya es el paroxismo. Ginés Cartagena fue el que más alardes de doma y manos hizo, y como entre cabriolas prendía banderillas con precisa reunión al estribo en la suerte del violín, alcanzó un éxito clamoroso.
El triunfador de la tarde fue, sin embargo, Javier Mayoral, que salió a hombros por la puerta grande. No hay muchas razones para explicar este sensacional resultado, pues no hizo el toreo ni espectacular ni puro. Por el contrario, salvo dos o tres reuniones -una muy bonita en los medios, con cite en corto- pegaba los rejonazos y los banderillazos a toro pasado.
Tenía Mayoral una peña en el tendido con enorme pancarta, que lo aclamaba, y una representación bajó durante la vuelta al ruedo para darle abrazos, obsequiarle un pan monumental y también grandes ramos de flores. Todo esto hacía ambiente, claro. El público pipero y el resto hasta completar las 22.000 almas que abarrotaban la plaza, estaba deseando aplaudir y sólo necesitaba un motivo. Podía ser el pan y las flores. O podía ser un rejonazo en el puro riñón del toro, otro en los rubios rara vez, las galopadas, que el vecino de localidad se pusiera a aplaudir y, por supuesto, los sombrerazos de los rejoneadores; gente cortés que se pasa la tarde saludando sombrero en mano, por lo común sin causa justificada.
El buen toreo de Javier Buendía entusiasmó menos, precisamente por su sobriedad. Su prólogo encelando y templando al toro con la garrocha, que revivía estampas camperas de torero sabor, se entendió poco. Es lógico. El público pipero de la corrida de rejones no tiene referencias de la torería campera y en cambio disfruta viendo cómo los rejoneadores reproducen en el ruedo una del oeste. Parecido caso fue el de Fermín Bohórquez, pero en cuanto se dio cuenta de las preferencias del pueblo soberano, levantó el caballo a dos manos y ahí se las dieran todas. Cuando actuó en collera con Cartagena, ambos rejoneadores tenían más tiempo los caballos a dos manos que a cuatro patas. Los debieron dejar molidos.
No podría decirse que los cuatro caballistas crearan afición al arte del rejoneo; sí, en cambio, al de galopar y brincar. Moura y los Domecq, por ejemplo, hicieron siete días atrás un toreo emocionante, creativo dentro de su ortodoxia, que deleitó a los aficionados y los reconcilió con la llamada corrida de rejones. Sucedió en la misma plaza, pero entonces aún no era el palacio de las pipas. Había gente pipera, es cierto, adicta a la mercancía dura en general -los tostones, los pistachos, el cacahuet- mas no en esas ingentes cantidades.
Las Ventas viene a llenar un hueco en el concierto madrileño del espectáculo. Desde que desapareció el cine de La Flor no había palacio de las pipas en Madrid. Muchos echábamos de menos aquellas sesiones cinematográficas las que los diálogos de amor y de guerra tenían un fondo musical psicodélico formado por el claqueteo de las pipas. Y así era en Las Ventas. Durante los rarísimos momentos en que el gentío no encontró motivo para aplaudir, se oía por toda la inmensidad circular del coso: clis, clas, chacachaca; clis, clas, chacachaca; clis, clas, chacachá...
Babelia
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