Respuesta a una carta electoral
Estimado presidente y candidato:Acabo de recibir su carta-circular en la que explica las razones para un voto al PSOE en la consulta electoral del 6 de junio. Al serme dirigida personalmente, me permito esbozar una respuesta asimismo personal, que, dada la importancia del tema y mi condición de publicista, intentaré hacer llegar a la opinión pública por el cauce que me es habitual.
Para empezar, examinaré el argumento central sobre el que se articula su petición de voto, y que constituye además el leitmotiv de la campaña del PSOE, comprendidos los apoyos exteriores a la misma, de Edward Malefalkis a Sara Montiel. Exhibe usted una galería de logros aparentemente indiscutibles, reconoce después con la boca casi cerrada la existencia de algún error, tan pequeño que no merece ser contado, y concluye que sería un retroceso histórico la pérdida, del poder por parte de su Gobierno. La imagen, ciertamente válida, de que España se encuentra hoy mejor que en tiempos pasados, avala tal construcción y se conjuga muy bien con el factor miedo que pretende suscitar en el electorado, asociando derrota electoral del PSOE y crisis histórica de España.
Ocurre, sin embargo, que también bajo el franquismo en España, bajo el porfiriato en México, o en los 40 primeros años de Democracia Cristiana en Italia, los respectivos países progresaron. Hubo más riqueza, más educación y, en el primer y tercer casos, hasta autopistas. Y ello no justifica ni dictaduras, ni democracias degenerativas. Con la acumulación de recursos económicos que han llovido literalmente sobre España desde 1985, sólo faltaba que no se hubiera dado un salto adelante en la modernización de las comunicaciones. Sería, en cambio, difícil admitir que la situación de nuestros mayores es digna, tanto en régimen de pensiones como en otros recursos asistenciales (residencias, etcétera). Tampoco cabe pasar por alto que la mejora de las comunicaciones se ha hecho de forma tan irracional que el AVE ha absorbido enormes partidas, haciendo que hoy se llegue antes a Sevilla que de Bilbao a Santander (difícilmente calificables en la actualidad zonas opulentas, por si a alguien se le ocurre la demagogia (le las deudas históricas) y que las autovías de la cornisa cantábrica y Madrid-Valencia hayan quedado relegadas frente a otros itinerarios de menores circulación e importancia económica. La atención al interés general, servida por una razón tecnocrática, falla en este aspecto, como lo hiciera la desviación de recursos hacia el efecto-demostración en los festejos del 92. Cabría pensar hasta qué punto ha sido y será económicamente costoso haber forjado de cara al exterior una imagen triunfante de milagro español, con cuyo frágil contenido se toparon de improviso los inversores en la segunda mitad de 1992. Y la responsabilidad en este campo es toda del actual Gobierno.
Por otra parte, el 6 de junio no se está juzgando la década del PSOE, sino sólo su última legislatura. Hubiera sido inmoral que en las elecciones de marzo pasado François Mitterrand hubiera puesto sobre la mesa la brillantez de su primera gestión presidencial. Lo que estaba en entredicho era la acción de gobierno socialista desde 1988. Por aquella regla de tres, apoyándose en el balance de la década, sería razonable prolongar su mandato hasta el final de los tiempos, por lo menos hasta la desaparición física de quienes integran el actual equipo de gobierno o el grupo dirigente del PSOE. No sería muy democrático, pero tampoco cabe excluir la perspectiva, tal como van las cosas.
Además, al volver la mirada hacia el pasado, a veces con un fondo histórico de siglos, queda fuera de campo la cuestión esencial del presente dentro de la propia perspectiva política gubernamental legitimada siempre por el éxito de la acción económica: ¿qué errores se han cometido en la gestión económica para llegar a la crisis hoy evidente? Porque no se trata sólo de una depresión transitoria, debida a la incidencia de la coyntura internacional. Este condicionamiento negativo existe, quién lo duda, pero resulta evidente por indicadores como el paro o el derrumbe de la moneda que aquí adquiere rasgos de gravedad específica. La sedante imagen del furgón de cola metido en un túnel cuya salida ya se adivina puede ser eficaz electoralmente, pero constituye una falsa explicación.
La situación de crisis actual contrasta con las excepcionales condiciones económicas, debidas mayoritariamente a variables externas, en las que se movió la economía española entre 1986 y 1991. El hecho es que una amplia minoría de españoles se enriqueció fabulosamente en esos años, pero hacia los trabajadores no se fue más allá de la recuperación del empleo perdido entre 1982 y 1986, y eso con un alto índice de precarización (datos que ustedes encubren cuidadosamente en su campaña). Ese incremento de la riqueza se ha traducido en capitales puestos en las Islas Vírgenes (véanse datos del BBV), en un auge espectacular del consumo, con la proliferación de restaurantes de lujo y de espléndidos automóviles comprados más de una vez con dinero negro, pero no en un fortalecimiento del tejido productivo. No es sólo que algo huela a podrido en ese proceso. Es peor: algo ha fallado. No debe extrañar que en sus años de gobierno -y ustedes tienen los datos- la desigualdad social se haya incrementado, a diferencia, paradójicamente, de lo que ocurrió en la fase precedente de acumulación capitalista.
Todo ello enlaza con un estilo de gobierno del cual, lógicamente, su carta no habla. Devaluar fue al final una bendición, pero días antes sus autoridades económicas vaciaban las reservas por sostener la peseta: es la ilustración de un comportamiento habitual. La obsesión por la imagen le ha llevado a usted a considerables éxitos políticos, y quizá le permita salvar el 6 de junio, pero introduce un factor permanente de manipulación de la opinión pública. Mi experiencia en relación con los medios de comunicación estatales avala, por desgracia, esa crítica, con datos casi sonrojantes que omito por no alargar esta carta. Un estilo de gobierno que, como ya he apuntado en otras ocasiones, da carta de naturaleza a un nuevo clientelismo, a entramados de poder basados en la amistad informal y en la vinculación con el aparato del partido-Estado, lo cual explica la deriva hacia la corrupción, tanto a la estrictamente ilegal como a la que se ajusta a las normas formalmente pero quiebra no menos la necesaria articulación entre poder e interés general. Ello no impide que aparentemente todo vaya bien. No es el primer caso: recordemos los elogios que la prensa más prestigiosa dedicó en su día a la gestión de Craxi en Italia. No creo que las cosas lleguen a ese punto, pero los indicios, con cenit en Filesa, son preocupantes.
Y la solución no consiste en atraer a unos cuantos independientes, sensibilizados por el peligro de una llegada al Gobierno -perspectiva, ciertamente, poco agradable- de José María Aznar. Por citar el caso más conocido, ante la muy respetable incorporación a las listas de un prestigioso juez cabría apuntar que el valor democrático de la opción hubiera sido real si por parte del, juez y por parte del PSOE se hubiera aclarado en qué términos tuvo lugar la conciliación de posiciones públicas hasta entonces enfrentadas entre ambos. En otras palabras, cuál fue el contenido político de la incorporación, más allá de la operación de imagen. Porque ésta, de nada sirve si viene a avalar la presión de su Gobierno sobre las actuaciones de una judicatura independiente, desde el caso GAL al caso Filesa. Tras la Ley de Seguridad Ciudadana, el previsible indulto de los GAL confirmaría en este punto las más siniestras sospechas, haciendo pensar a muchos que si en España hay un Estado de derecho, esto sucede a pesar del Gobierno que usted preside.
Por todo lo expuesto debo rechazar su amable invitación a apoyar las candidaturas del PSOE, del mismo modo que hube de declinar otra planteada en un orden más personal, hace unas semanas, por un comisionado de su sector político. Sinceramente, no creo en la virtud política de Gobiernos estables para la eternidad, ni que el suyo sea el protagonista carismático de la renovación de España. Cuente con mi estimación y mi crítica.
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