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Robert Ryman expone en Madrid 30 años de pinturas blancas

El Museo Nacional Reina Sofía, de Madrid, inauguró ayer una retrospectiva del artista norteamericano Robert Ryman, que abarca 30 años de pinturas de color blanco. El artista dijo que el arte, como la música, expresa sensaciones muy personales. "No tengo la intención de hacer pinturas blancas. Si utilizo el blanco es por su naturaleza, porque aclara más otros colores, pero es un elemento menor".

Procedente de la Tate. Gallery, en Londres se presenta ahora en Madrid esta retrospectiva de Robert Ryman (Nashville, Tennessee, 1930), uno de los inspiradores y el más conspicuo representante de la pintura minimalista. Con un conjunto de 79 piezas, seleccionadas entre todas las etapas de su trayectoria y con un óptimo montaje llevado a cabo por el propio artista, que ha sabido conjugar en él su autobiografía pictórica razonada con el espacio disponible en el Museo Nacional Reina Sofía (hasta el 16 de agosto, en la primera planta), que ciertamente es ideal para la exhibición de su obra, esta revisión retrospectiva es decididamente ejemplar.

Extrema pureza

Ryman lleva la pintura a su pureza más extrema, en el doble sentido, físico y metafísico, que puede darse a lo que el formalismo moderno entiende por pintar: por una parte, la decantación radical de los elementos materiales que intervienen en el hecho físico que es la pintura, pero también la decantación espiritual de lo blanco, que se corresponde con una mística protestante.Aunque es obvio que Ryman arranca de aquellos expresionistas abstractos del tipo Still, Newman y, sobre todo, Rothko, lo que de por sí abundaría en lo antes señalado respecto al fondo de misticismo que alumbra la aventura espiritual de aquél, así como, en realidad, paradójicamente, subyace no poco del seco puritanismo anglosajón en las corrientes filosóficas del positivismo lógico, que cito ahora porque se le suele relacionar con el minimalismo y el arte conceptual, me atrevo a sugerir que la pasión blanca de Ryman tiene tanto que ver con el mítico cuadrado de Malevich, antecedente histórico de cualquier reduccionismo formal posterior, como con el monstruo blanco o el desierto blanco que se topa Arthur Gordon Pym al final de la inacabada -en blanco- novela de E. Allan Poe o la no menos teológica ballena blanca de Moby Dick, de H. Melville.

Este trasfondo por mí supuesto a la obra de quien parece prohibirse cualquier licencia al margen del más estricto análisis sintáctico de la pintura es, en todo caso, polémico, porque desplaza la interpretación fuera de donde mueve su reflexión crítica Ryman: una cuidadosísima lectura de lo que la cultura artística norteamericana de posguerra entiende por la modernidad del lenguaje moderno, lectura que en Ryman no se conforma, como es habitual en esos medios críticos del apostolado Greendbergiano, a la línea que va de Cézanne a Malevich, sino que se retrotrae hasta Delacroix, y ello enriquece el precipitado sintético de su propia obra. Quien recorra las salas de la exposición actual podrá, en primer lugar, obtener una preciosa información didáctica de todos y cada uno de los episodios fundamentales que constituyen efectivamente la formalización del lenguaje pictórico contemporáneo. Además podrá comprobar que el blanco lo es todo, porque lo contiene todo.

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