Joselito sigue en su pedestal 73 años después
Setenta y tres años hace tal día como hoy que la vida del "lidiador más grande de todos los tiempos" se escapaba a borbotones en la impresentable enfermería de Talavera de la Reina. Con él se iba el mito también más grande de todo. la historia del toreo. Nacido entre toreros, hay testimonios gráficos de cómo jugaba al toro con dos años en la huerta de su padre, Fernando el Gallo. Con 10 años tentaba en casa de Miura, sabía de querencias, de resabios y de intuiciones. Todo su aprendizaje y su carrera fueron en torero, con un solo norte: ser el mejor de la historia. Desde escoger corridas serias para matarlas él solo en plazas de responsabilidad hasta ser implacable con quienes le podían hacer sombra, la cortísirna carrera de José, que se apodaba Gallito y siempre fue Joselito, fue un prodigio de personalidad. A Bombita, en su cenit, y a muchos otros, se los quitó de enmedio simplemente derrotándoles en los ruedos. Con Juan Belmonte se armó una competencia nobilísima y despiadada que aún se sigue añorando y que se ha tratado de resucitar inútilmente con las nuevas caras sucesivas del planeta taurino. Los intelectuales de esa época tomaban partido por Belmonte porque su esforzado toreo era más fácil de comprender y glorificar. No tanto con el capote, pero con la muleta José trajo el temple, la perfección, el ritmo.El pundonor queda bien patente en cantidad de detalles. Cuando se presentó en Madrid de novillero -con 17 años- rechaza la novillada del duque de Tovar que tenía preparada la empresa y exige torear una corrida de toros de Olea. Su primer toro en Madrid tenía cinco años, pesó más de 500 kilos y se dio el gusto de hacerle un cambio de rodillas en honor de su padre, dominador de esa suerte.
Quienes por edad no llegamos a verle hemos sufrido aún los coletazos dialécticos de quienes alcanzaron a ver a José y a Juan. A falta de tebeos, uno leía de chico los recortes de lo que se publicó en la prensa con ocasión de la tragedia de Talavera, pegados por mi padre en un libro de hojas de contabilidad. Contrasto con las gentes de ahora, con los aficionados ecuánimes, con quienes saben de toros y la figura de Joselito se engrandece con el tiempo. Le han copiado hasta el nombre, los vestidos, los gestos y las gestas, y de poco ha servido. Ahí está el mito de José sin desmontar, con sus ferias enteras salvadas por su pundonor, sus apoteosis de seis y siete toros en solitario, su pérdida injusta del favor del público de Madrid, tan cambiante siempre en sus filias y en sus fobias, su prodigioso conocimiento de las peculiaridades de cada toro. Y la aureola final de una gloriosa muerte, en pleno poderío, en las astas de un toro inclusero de ganadería no asociada. La figura de José sigue aún en el pedestal, para espejo de muchos, para estímulo de otros.
Antonio Álvarez-Barrios es periodista.
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